Colección Melibea publica este nuevo poemario cuya lectura nada más despuntar el año supone un alivio por anticipado ante tanta aspereza y sequedad
VALÈNCIA. Empezar el año leyendo poesía no es eso tan gastado de una declaración de intenciones, ni mucho menos un acto de resistencia, pero sí un atajo entre las explosiones de cybervehículos a las puertas de hoteles de magnates y los abominables atropellos, un respiro de aire amable en medio del odio absurdo que roe por dentro a gran parte de la sociedad y que amenaza con envenenarnos a cada instante, con arrastrarnos al vertedero ante cada arbitrariedad o injusticia. Necesitamos darnos una tregua y para ello estaría bien evitar tensiones potenciales, hablar menos y leer más, porque si algo bueno tiene leer —leer de verdad—, además de la experiencia de entretenimiento y aprendizaje, es que nos mantiene callados y requiere silencio.
La lectura se lleva mal con la cacofonía. La poesía —la de verdad— no se entiende con los algoritmos y el ranking. Sí lo hacía con las dos primeras etapas de internet, pero ese tiempo pasó y ahora, reducida a la categoría de contenido, no puede competir en el mercado del odio: cotizan al alza el fanatismo, la violencia y el delirio. Las plataformas cosechadoras de audiencias han sublimado los métodos de su industria, son expertas en extraer el producto más puro de nuestra atención, y para ello ya no dan rodeos: han optimizado el proceso prescindiendo de cualquier rastro de humanidad. Lo terrible y lo banal nos atraen como la pantalla de nuestro smartphone a las polillas despistadas en la oscuridad de la habitación. La poesía, por otro lado, no requiere de la ultraactualidad: si la trata, lo hace conectando con lo más profundo, que es el mismo mal con diferentes caras (de salvador). La experiencia poética es mucho más libre: vuela al pasado y salta entre memorias, revela e imagina, desdobla las identidades y fusiona las emociones. Donde el poema eleva, el tweet rebaja. Degrada.
Además, el presente del insulto aburre por poco sensual, por carcamal y por rancio. En su lugar, 2/3, poemario de Elia S. Temporal en Colección Melibea, seduce: con su viaje a un momento pasado indeterminado o expandido en una Italia de erotismo, de gelato, de aulas, correcciones y luz, con su ritmo y su lirismo con trazas de relato, este libro se atreve a jugar y juguetear, a invitar y a parar, a trascender y a frivolizar, a contar, evocar o dejar traslucir a través de una tela como en una escultura extática de Bernini. Una de las cualidades más sorprendentes de estos dos tercios —así parece inevitable interpretar el título— es su vertiente narrativa: hay una historia que se rompe y se vuelve a construir mediante los versos de la poeta, quien le da forma lírica y aprovecha para montarla sobre nuevas dimensiones en un ejercicio excelente de realidad aumentada a través de lo poético en lugar de lo tecnológico.
¿Son dos o tres las personas involucradas? Quizás esto tenga algo que ver con el título, o quizás sean más, o una sola, o múltiples escenarios que se encuentran en un espacio muy íntimo, muy estrecho, ajeno a la cuarta dimensión. También se despliega el idioma del verso en diferentes registros humanos: italiano, español, euskera; todo fluye y cada palabra da con su lugar en este mosaico de pasajes existenciales definidos por una energética felicidad y calidez que contrasta profundamente con lo que asoma al otro lado de las cubiertas y que por ello precisamente se agradece en especial. Sirvan como ejemplo estos fragmentos:
“Tienes un miedo ancestral a quemarte, un miedo / a que muerda algún perro tu pierna / o al líquido negro en la piel / No quiero quemarme contigo. / Un caffè macchiato per la ragazza. / Ruge un chucho pequeño y fruncido, / encerrado en el odre que ansiara un león. / Vibra el recelo, tiembla la lengua o la llama / clara y esquiva. Y mientras, detrás de la barra, interpreta y agita el maduro italiano los atardeceres siena del áfrica negra —cóctel de vida perra y soledad—. / ¿Tienes miedo a que te muerda la vida? / Muerde la vida. Sabe que no duele siempre. No sangra siempre. / A veces produce placer”. O bien: “Dos o tres son las partes / o los días o nosotros. / Hemos llegado los segundos. / Cortados y manchados / los talones. Sigue lloviendo y los caminos / se deslizan hacia tres posibles bares. / Hemos llegado. Recuerdas / eseri, arren, jaun-andreak. / Dos tercios, por favor. / Y solo dos segundos”.
Orazio, Andrea, una biblioteca, un aula. Varias voces que se hacen una y varias vidas de una misma vida. Y un pasaje más, por aquello de que sean dos o tres: “Voy a recoger a Andrea. Un po' di zucchero nel nome / di questa donna. / Ella es joven (ma è una donna?). Al teléfono su voz suena / algo amarga. / Una mujer con la carga de su nombre. / Una mujer con hombre en la raíz. / —Recuerda, Orazio, que amas el café / con un poso de amargura—. / Quizás no sea una mujer, solo una ragazza / con un nombre a cuestas. Carga las palabras, / los apuntes, los cuadernos. La tesis bajo el brazo. / (¿Hay poesía en las axilas?). / Vista comprimida, algo descuidada. Una muchacha solo... / (una muchacha sola). / Mientras la espero en esta terminal / quisiera evitar las palabras que no sé pensar sin rubor. / Tener que imaginar su rostro... o su cuerpo. Delgado, alto. / Delgada, alta, el mar en la mirada. Me identificarás. / -Recuerda, en la patria de tu pluma, / agua oscura, y densa, y amarga-. / Será por el nombre de hombre... / ¿podré mirarla como hallazgo, desnuda / de raíz? / Dovrei guardarla cosi, como si la acabara de encontrar”. Es importante combatir la malignidad compartiendo lo que es bueno y lo que hace sentir bien. Compartir poesía en este artículo, primero de esta librería en dos mil veinticinco: un poemario —premio Rafael Morales— que destierra las lúgubres distancias de estos días y las sustituye por otras jornadas, más luminosas, polifónicas, y sin duda, por creadas, escritas, mejores.
Toma nota porque a continuación vas a encontrar una lista de muy buenos libros para leer, o como es menester a estas alturas del calendario, regalar