VALÈNCIA. Cuando uno se dispone a escribir una novela sobre las ascuas de un conflicto histórico todavía candente, sabe que se arriesga como mínimo a quemarse los dedos en el proceso. Pero si el conflicto del que se pretende hablar envuelve la historia pretérita y presente de la comunidad judía en Israel, ahí el achicharramiento está asegurado. Por si el conflicto que enfrenta a palestinos e israelíes desde principios de siglo XX no fuese un mosaico suficientemente complejo, los conflictos internos que entreveran el día a día de la sociedad contemporánea israelí pueden resultar sumamente confusos para el ciudadano occidental medio. A ello contribuye quizás el hecho de que a este lado del Mediterráneo suelen llegarnos más ensayos, documentales, novelas o incluso cómics sobre la situación del pueblo palestino (Joe Sacco, Guy Delisle, etcétera) que del israelí (aquí podemos destacar de cualquier modo Metralla, de la dibujante Rutu Modan, o Una judía americana perdida en Israel, de Sarah Glidden).
Benny Barbash (Beersheva, 1951), autor conocido sobre todo en su país como guionista de cine y televisión, logró a mediados de los años noventa pintar un fresco inteligible de la sociedad israelí, a partir de la historia de una familia en la que “conviven” el laicismo con el judaísmo ultraortodoxo; las sensibilidades de izquierdas (proclives entre otras cosas a la aceptación de un Estado Palestino y la retirada de los asentamientos de colonos en Cisjordania y Gaza) con la militancia de extrema derecha que representa el partido del Likud. Para hacernos una idea, viene a ser una versión a la enésima potencia de esas sobremesas navideñas españolas -bien empapuzadas de alcohol y proteínas-, en las que cualquier alusión a la guerra civil española o la memoria histórica acaba a grito pelado entre abuelos, cuñados, hijos y nietos.
La novela Mi primer Sony, publicada por primera vez en castellano el año pasado en la editorial barcelonesa Blackie Books, fue adaptada al teatro, reconvertida en una serie de televisión y traducida a varios idiomas. Un éxito sorprendente, porque no deja de tratarse de un libro escrito en clave interna, pero al mismo tiempo comprensible, dado que sus 333 páginas se mueven ágilmente entre la comedia y el drama, introduciéndonos con habilidad en la intrincada maraña de personajes, conceptos y términos políticos y religiosos que delimitan el pasado, el presente y el futuro en esta pequeña y disputada región de Oriente Próximo.
Barbash, miembro del movimiento Peace Now igual que otros escritores como David Grossman o Amos Oz, tira de sentido del humor para adentrarnos en este hervidero de extremos. A través de los ojos de Yotam -un niño de 10 años que deambula por la casa registrando las conversaciones de los mayores con una grabadora Sony de colorines a la que los adultos no le prestan mayor atención-, el autor describe una sociedad emparedada entre el trauma de los supervivientes del Holocausto y el empuje imparable del sionismo. Entre la incapacidad para borrar de su memoria los episodios salvajes de la Alemania nazi y la paradójica indiferencia ante el sufrimiento que se inflige a la población cristiana y musulmana, cada vez más arrinconada y oprimida. Entre el conservadurismo del judaísmo ortodoxo y el liberalismo sexual e intelectual de una parte importante de la población israelí. Entre el deseo de ofrecer al exterior una imagen de democracia y aperturismo cultural frente el retraimiento y el obsesivo despliegue militar, propio de las naciones que se sienten permanentemente amenazadas. Con estos mimbres, es lógico que cualquier reunión social pueda convertirse en un campo de minas emocional.
Barbash introduce en el argumento otros elementos importantes para comprender la variopinta sociedad israelí contemporánea, a la que pertenecen un gran número de ciudadanos de origen ruso, argentino, francés o etíope, como resultado de la política de llamamiento internacional a la inmigración judía a Israel (Aliá), llevada a cabo para reforzar el peso de la nación hebrea y contrarrestar la superioridad numérica de cristianos y musulmanes palestinos. Con los problemas económicos y la fractura del matrimonio de sus padres como telón de fondo, Yotam registra con su grabadora el intercambio de reproches entre su madre, una arquitecta hija de judíos, pero atea y militante izquierdista, que huyó de la dictadura militar argentina a finales de los años setenta, y el abuelo, un antiguo soldado de la Brigada Judía que luchó junto al ejército británico en la Segunda Guerra Mundial contra los nazis. Barbash pone en boca de este personaje, obsesionado hasta el último de sus días con la empresa sionista, el recuento emocionado de multitud de anécdotas, no solo sobre el rescate de supervivientes en campos de concentración (tantas veces retratado en el cine), sino sobre episodios menos conocidos, como el reclutamiento para la causa sionista que se hacía entre los liberados, los cruentos enfrentamientos entre los movimientos judíos de la derecha y los de raigambre comunista, o la existencia de oficiales de reserva, como el padre de Yotam, que sirven en el ejército israelí a pesar de creer que es un "trabajo sucio".
"El tema principal de este libro es la dificultad de la sociedad israelí para transmitir su historia de una generación a otra –comentaba el autor en una entrevista concedida en 2012 a la web literaria francesa Lelitteraite" . Para el escritor, "el sentido de pertenencia sólo puede existir con la memoria", si bien, ésta es un "arma de doble filo: necesaria la construcción de una identidad, pero el enemigo del progreso y el cambio". "Mi libro no utiliza metáforas –concluye Barbash-. Tomemos, por ejemplo, a Benjamin Netanyahu. Pertenece a la derecha israelí. Está casado con una mujer que comparte sus puntos de vista políticos. Esta mujer tiene dos hermanos. Se trata de una ortodoxa, en la derecha más extrema. Su otro hermano es un profesor universitario de izquierdas. Así que imaginen sus reuniones familiares para Pascua judía…".