VALÈNCIA. Cuando Antonio Castaño tenía tan solo ocho años, tuvo que caminar cientos de kilómetros a lo largo y ancho de toda España solo para poder sobrevivir. Una travesía que hizo de la mano de su padre y que le marcaría de por vida. Ambos eran vagabundos que tenían que buscarse la vida durante la posguerra, cuando tuvieron que llevar una rutina nómada en el que caminaban sin parar, siempre en busca de un futuro mejor que parecía no llegar nunca. Años más tarde, Castaño intentaría rescatar esta travesía por escrito en sus memorias, en un ejercicio que abandonó porque echar la vista atrás le provocaba “demasiada pena”. En estas, comenzó a relatar algunas de las anécdotas del camino e incluso a analizar la visión que tenía hacia su padre: su salvador en aquel entonces.
En un ejercicio contra el olvido, el nieto de Antonio, Kevin Castellano, recupera ahora las memorias de su abuelo en El arte de los analfabetos, un documental (producido por Inaudita) en el que, setenta y cinco años después, se une a Castaño para repetir uno de los tramos del camino que más le marcó en su infancia: desde el cauce del río Túria hasta los Pirineos. Un viaje emocional y familiar que ahora repiten de la mano de la hermana del director, Carla Castellano -encargada de sonido directo, maquillaje y peluquería; y de su dupla, el director Edu Hirschfeld.
Todos ellos generan un documental sobre la memoria que se presenta el próximo mes de junio dentro de la sección Órbites de Cinema Jove, en la que esta road movie explora el recuerdo de la posguerra española a través una historia contada por un abuelo y su nieto que se encuentran a través del cine.
Cuando arranca el documental, Castellano comienza su relato con una reflexión sobre cómo las pinturas rupestres responden a la necesidad del ser humano de registrar su historia para la posteridad. Una historia que le hace reflexionar sobre el trabajo creativo y el bloqueo que sintió cuando comenzó a trabajar en el documental: “Cuando alguien trabaja en algo creativo o artístico siempre tiene la duda de si lo que hace vale para algo. Hay mucho trabajo que no corresponde con el dinero ni los resultados y resulta muy desmotivador -añade Castellano- esto fue lo que nos llamó a hacer este documental en el que observamos la historia de mi abuelo y le ayudamos a contarla”.
A través de su narrativa convergen los dos relatos en una misma historia: el de Castaño es un relato de superación en el que observa el mundo que le rodea cada día con nuevos ojos y una energía vital única; la de Castellano y Hirschfeld es una historia sobre la creatividad y una reflexión sobre preservar la memoria en papel celuloide. Castaño enlaza las memorias sin final de su abuelo con la crisis que vive él mismo como director, explicando que "completar su historia" es lo que le hace coger la cámara de nuevo e inspirarse a través de su relato familiar.
“Hablamos de una historia de superación, de seguir los impulsos y sobrevivir a los golpes que da la vida. Es un documental que habla sobre la fuerza de seguir hacia delante aunque todo vaya en contra”, explica el director. Castellano le contó esta historia familiar a Hirschfeld y enseguida supieron que tenían que hacer algo con ella para contar su experiencia como directores: “Me veo representado en la voz desde la que habla Kevin. Hacemos un símil de la historia de la que habla Castaño y la comparamos con la sensación de ser un director joven y no tener rumbo”, añade Hirschfeld sobre las dos historias que se dan la mano dentro de la película.
Para revivir la memoria del protagonista, los hermanos Castellano y Hirschfeld se deciden a hacer el mismo camino que hizo Castaño con tan solo ocho años, buscando generar en él un relato natural en el que repase sus memorias mientras activa el recuerdo a través de una parte más visual. Para ello, Castellano decide comprar un mapa del ejército y seguir la ruta que se relata en las memorias de su abuelo: “Comenzamos a caminar y seguimos el sendero de su memoria, buscamos sitios que le pudieran provocar alguna emoción para despertar sus recuerdos”, explica el director, quien al final de la cinta define a su abuelo como un niño que se esconde en el cuerpo de un adulto, ya que con ocho años tuvo que ser mayor demasiado pronto.
Uno de los momentos en los que desatan esta emocionalidad es cuando, desde un mirador habilitado para turistas, le muestran todo el camino que han recorrido: “Cuando ve todo lo que hicimos caminando, captamos su reacción inmediata para el documental. Es probable que, en su momento, esta vista solo estuviera repleta de matojos, y que esta vez fuera cuando se hiciera consciente de lo que había caminado”, añade Hirschfeld, quien consigue que esa emoción se traslade ahora al espectador.
Al hacer el camino buscan más un cierre emocional que uno narrativo, un reto al que se enfrentan en postproducción: “El montaje fue el mayor reto: teníamos la historia de sus memorias y la ruta, pero solo con las reflexiones no quedaba cerrado”, explica Hirschfeld. “Cuando vimos el final de su camino, tuvimos claro que la conclusión de la historia éramos nosotros. O en este caso, la voz de Kevin. El cierre que encontramos fue viajar al motivo inicial por el que quisimos hacer la película: salir de casa, coger una cámara y rodar de la forma más libre”.
De esta manera, Castellano cierra el viaje de su abuelo en primera persona, hablando sobre la importancia de que “el cine termine de contar la historia” y reflexionando sobre cómo esta película consigue reavivar la memoria: “Haciendo cine estamos contando historias. Nuestro relato se acaba uniendo y reflexionamos sobre las cosas que pasan más allá del camino y de la importancia de moverse e ir aprendiendo”.
Castellano y su abuelo reflejan, en el epílogo, su necesidad de plasmar sus recuerdos sobre un papel, uno con tinta y otro con imágenes. Primero buscan emocionarse y luego emocionar al resto a través del cine, que el director Werner Herzog bautizó, precisamente, como "el arte de los analfabetos".