El actor de 'La que se avecina' estrena el mónologo 'Johnny Chico' en la Sala Russafa, sobre la identidad sexual y de género
VALÈNCIA. Hace escasos dos años, en la Nochevieja que cedía paso a 2019, el actor de Onda Víctor Palmero le envió al que había sido su profesor de interpretación en la adolescencia, Eduard Costa, un monólogo crudo y oscuro que pensaba que bajo su dirección, podía “desprender magia y un poquito de show”. Era un texto del poeta y dramaturgo australiano Stephen House titulado Go by Night. La pieza teatral era una apuesta personal del intérprete para desencasillarse del papel que lo había dado a conocer entre el gran público, el de Alba, la hija transexual de Antonio Recio en la serie La que se avecina.
El texto y la responsabilidad que ahora caía en manos de su antiguo mentor era la historia de un chico maltratado que tras la muerte de su madre se sumerge en los bajos fondos en pos de afecto y comprensión, confundido por sus conflictos de identidad sexual y de género. En su su lugar, se topa con las drogas y la prostitución, en una caída libre hacia la autodestrucción.
Sonaban las campanadas y el director, oriundo de Albalat de la Ribera, comparte que sintió vértigo ante el proyecto. Quién sabe si influido por el espíritu dadivoso que trae el Año Nuevo, quién sabe si por temeridad, aceptó el reto.
El punto de inflexión en la carrera de su antiguo alumno cuajó en una hora y 20 minutos de desgarro que lleva por título el nombre de su atormentado protagonista, Johnny Chico. Del 14 al 24 de enero está programado en la Sala Russafa dentro de su ciclo de compañías valencianas.
De primeras puede dar la impresión de que huyendo de la fama que le ha reportado la serie televisiva, Palmero ha corrido en círculo, puesto que su personaje en los escenarios termina identificándose como mujer trans.
“Parece algo similar, pero no lo es. Aquí abordamos la biografía de un chaval que se siente distinto y lo expresa. Siempre me han enamorado las historias que embarcan muchos temas a la vez con un elemento fantástico, protagonizadas por personajes perdidos que emprenden una búsqueda”, detalla el actor, quien cita como ejemplos películas adscritas al género coming of age, como La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986), Big Fish (Tim Burton, 2004) y El guardián de las palabras (Pixote Hunt, Joe Johnston, 1994), “donde el personaje principal se sumerge en libros para aprender a ser más valiente”. Johnny Chico también emprende un viaje de autodescubrimiento, pero más sórdido, maduro y cruel, sin pizca de fantasía.
“Los espectadores salen exhaustos del teatro, porque acompañan al protagonista en su agotador periplo. La obra no da tregua”, avanza el de Onda. El director del montaje reconoce que entre la audiencia hay mucho fan de La que se avecina, condicionado por la guasa de la comedia vecinal, que ya suma 12 temporadas. Víctor Palmero ha incorporado a Alba en cinco.
“La fama es como una espada de Damócles. La audiencia acude a ver la propuesta de nuestra compañía, Moriarty&Holmes, con la idea en mente de un actor en un personaje muy codificado, pero se llevan una gran sorpresa al descubrirlo en un registro completamente distinto. Su rol en Johnny Chico no tiene límites: se masturba, se droga, es soez, desagradable… Víctor está sublime”, aplaude Costa.
Ni actor ni director tenían en mente hacer un trabajo activista, pero la lucha por la autodeterminación trans le ha dado otro cariz a la obra. “Nuestra intención era contar la historia de un joven que nace en un ambiente conflictivo, donde no le es posible estudiar ni trabajar, ahogado por sus circunstancias, pero sin buscarlo, hemos realizado un espectáculo en el que sensibilizamos al público”, explica Eduard Costa.
De hecho, el director, que se halla al frente de la Escuela Municipal de Teatro de Onda, optó por documentarse más sobre la vida marginal de barrio que sobre las cuitas del colectivo LGTBIQ. Como Palmero, recurrió al cine.
Entre las películas que revisó estaban El bola (Achero Mañas, 2000), “para ver cómo vivía el malote de turno”, y Carmen y Lola (Arantxa Echevarría, 2018) “que me evoca la vida en lugares similares a la Cañada Real”. También leyó sobre la trayectoria del actor y rapero El Langui, porque quería incluir un rap en el montaje. Fue su manera de distanciarse de la ambientación del texto original en las Antípodas.
En lugar de Sidney, Johnny vive en Madrid, pero no se cita la pequeña ciudad de la que procede, “para no ofender a nadie, porque nuestro protagonista puede haberse visto abocado a circunstancias que no le dejaban crecer en cualquier lugar”.
El audiovisual está jugando un papel fundamental en los últimos años en la visibilización y en la lucha por los derechos de las personas transexuales, con ficciones facturadas en EE.UU. como Orange is the New Black, Transparent, Euphoria y Pose, pero especialmente, una de las series españolas más relevantes del año que se fue, la producción de Atresplayer Premium Veneno, un hito revulsivo más allá de nuestro país. En esa lucha por la normalización ahora le ha tomado el relevo en Netflix El desorden que dejas, donde Abril Zamora interpreta un papel donde no se alude a su condición de mujer trans.
“Estamos viviendo una revolución tremendamente actual y necesaria. Me alegro de que cada vez haya más oportunidades laborales para los actores y actrices transgénero. En el pasado, sólo se ha hecho referencia a este colectivo desde un punto de vista cómico, pero ahora ya estamos viendo los efectos de sus reivindicaciones, con propuestas también en el teatro”, se alegra Palmero, que cita el caso de la obra Juguetes rotos, un relato sobre dos transexuales en la última etapa del franquismo, escrita y dirigida por Carolina Román y protagonizada por su compañero de reparto en TeleCinco, Nacho Guerreros.
En opinión de Eduard Costa, la experiencia teatral difiere de la audiovisual en que aporta más espontaneidad y cuenta mirando a los ojos: “En el cine y en la televisión ponemos la mirada donde el director quiere a partir de su elección del tipo de plano, mientras que en el teatro nos servimos de la escenografía y de las luces para atraer su atención. Lo grandioso de las artes escénicas es que cada espectador siente que el mensaje expresado en primera persona por el actor va dirigido a él”.
El protagonista de Johnny Chico coincide y se refiere a la experiencia teatral como “una encerrona necesaria”. Bajo su parecer, vivimos tiempos en los que frente a la sobreabundancia de estímulos externos, “las salas se han convertido en espacios de escape room emocional”.
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