VALÈNCIA. El próximo 16 de noviembre se estrena El desentierro, una coproducción hispano argentina rodada en el entorno de l'Albufera y llamada a destacar entre la producción valenciana de la década. Multitrama y multigénero, el debut de Nacho Ruipérez como director de largometrajes propone un híbrido entre unos cuantos intereses: el primero, ya dicho, el de la relación de ida y vuelta con el pasado en y entre Argentina y España; el segundo, el que cabe entre el thriller y el western, que serían los dos principales cánones que respeta el film y que encuentran en arrozales y Ruta del Bakalao un contexto de éxito; el tercero, quizá, el corte clásico de la ambientación que rodea a esta historia dividida entre el pasado (1996) y el presente (2017), con una ambición audiovisual satisfactoria en sus secuencias de cine de acción.
La repentina aparición de una joven en un pueblo valenciano –que bien podría ser Sueca o El Palmar, pero no se fija– provoca que el protagonista del film decida emprender la búsqueda de su padre al que había dado por muerto durante 20 años. Ese es el punto de partida de esta historia atiborrada de potencia visual, pero, quizá, sobre todo interpretativa. Sin abandonar la ambición en la producción que Ruipérez ya había demostrado con los cortos La victoria de Úrsula (2011) y La Ropavejera (2014), ahora pone de largo su talento en la dirección: bregado en el teatro de calle durante una década dando vueltas por el mundo, la armonía de actores tan dispares como se incluyen en esta cinta es uno de tantos logros.
Impone la generosidad con la historia de sus coprotagonistas, Leonardo Sbaraglia y Michel Noher, pero no menos los meticulosos y excelentes trabajos de Jan Cornet y Jelena Jovanova. No obstante, todo lo que gira en torno a la interpretación, con la importante aparición de una corte de actrices y actores de los países del Este, da rienda suelta a la carrera que se avecina del director. De él y de su equipo, porque además de intuir una notable labor en el diseño de producción (Marifé de Rueda), el tándem de Ruipérez con la dirección de arte deja notar una relación especial: Abdón Alcañiz (Amar, Un monstruo viene a verme, Penny Dreadful...), compañero de viaje en los proyectos de Ruipérez y actualmente en franquicia para Netflix (La Casa de Papel) acolcha visualmente el trabajo fotográfico de Javier Salmones y su brigada, con la genial interpretación musical de la historia que ha aportado otro de los habituales compañeros de viaje de esta crew, Arnau Bataller.
UN FILM NEO-NOIR QUE HIBRIDA L'ALBUFERA, LA CORRUPCIÓN Y LA RUTA. EL DRAMA DE UN PASADO INCONCLUSO CON LA ACCIÓN ACTUAL. ENTRE 'TRUE DETECTIVE' Y 'EL SECRETO DE SUS OJOS'. ENTRE LOS 90 Y 2018. ENTRE EL THRILLER Y EL WESTERN
De momento, el film se preestrenará en breve en uno de los principales festivales internacionales de cine que se celebran en España. Hasta entonces, Ruipérez ha iniciado la ronda de preestrenos y promoción de una producción de Ximo Pérez (Ondenou) con la participación de Televisión Española. En las próximas semanas se oirá hablar de las texturas audiovisuales y de texto del film, de la veracidad pese a las altas aspiraciones intergénero y corales de la película. Se oirá hablar de lo bien hilvanados que están todos los referentes del proyecto; más o menos presentes, Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), True Detective (Nic Pizzolatto, 2014), El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) y Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008). Si el reto era que con semejante cosmogonía la historia original sobreviviera, el público podrá comprobar que se encuentra ante uno de los proyectos más redondos del cine valenciano de los últimos años.
La película apela a un público joven, pese a que la horquilla puede extenderse. Algo que se destila especialmente del uso del lenguaje –verbal–, del punto de vista de la cámara o del perfil violento de algunas escenas. Escenas que, en lo fotográfico y volviendo tanto a la dirección como al arte de la película, tienen simpatía por el feísmo y por el realismo; ambos resortes le aportan considerablemente a la historia. De ello conversamos con el principal artífice de El desentierro.
-Se estrena en 2018, ¿pero cuándo y dónde se gesta El desentierro? -Hace siete años. Era el proyecto de fin de Máster y nunca pensé que se convertiría en una película. Estaba trabajando en Barcelona, en un hostal de mala muerte. Quería que me pagaran por escribir y trabajar de noche en un hostal era lo más parecido. Al acabar la carrera no sabía que hacer con mi vida, así que me fui con mi socio, con Abdón, a estudiar a Barcelona. Así que después del Máster acabé en el hotel. 10 horas recibiendo a rusos y chinos, pero sobre todo tiempo para leer y escribir. Allí hice el primer borrador y lo aparqué conscientemente. Pensaba que era lo que había que hacer con todo primer guión de largometraje. Luego empezaron a aflorar muchos temas derivados de la corrupción y creí que podía tener algún tipo de vida, pero fue Ximo (Pérez, el productor) quien lo leyó y dijo que íbamos con ello. Contratamos a Mario Fernández Alonso y empezamos a darle una forma definitiva a personajes, estructura...
-Es un debut de largo cinematográfico, pero el empaque de la película es de gran producción. -Sí, supongo que porque los dos cortometrajes que lo preceden son superproducciones. La victoria de Úrsula es un cortometraje de 80.000 euros. La Ropavejera es un cortometraje de época con decorados, vestuarios, niños... Para mí sí está todo ese vértigo, pero entiendo que para los productores había ciertas garantías de saber lidiar con un aparataje importante. Pero es cierto que siempre pensé que mi primera película sería pequeña. En cualquier caso, no El desentierro. Pero aquí estamos...
-¿Cómo recuerdas el momento en que supiste que sí iba a ser El desentierro tu debut? -Estaba en Canarias rodando unas publis. Me llamó Ximo y me acojoné. Pensé, joder, no hay vuelta atrás. Me tuve que ir a dar un paseo. Estaba acojonado.
-¿Y en qué momento ese acojone se convirtió en responsabilidad? -El clic de todo fue que entrara Sbaraglia. Me generaba un respeto enorme que un actor consagrado como él aceptara trabajar con un director novel. Pensé que se me venían todos los tópicos encima. Que me haría la vida imposible y todo lo demás. Y luego llega y es una persona maravillosa, que le hace todo fácil a todo el mundo aunque no sea el único protagonista. Pensé sinceramente que iba a ser más complicado.
-En general, la dirección de actores no era lo más complicado para ti en este debut, aunque quizá por la cantidad y el nivel... -No. Había otros retos, supongo. No me daba tanto miedo. He estudiado Arte Dramático y he recorrido el mundo haciendo teatro de calle. He trabajado con muchos y he dado cursos de interpretación a niños y a mayores.
-El reto, intuyo, fue convencer a algunas de esas piezas. ¿Cómo lo planteasteis? -Teníamos muy claro que íbamos a trabajar con planos muy largos. Eso lo pacté con cada uno de ellos y ellas y diría que ha sido la clave. Ofrecerle a gente importante que vengan a hacer un estereotipo y a rodar un plano o un contraplano... no es muy interesante. Pero trabajamos con planos muy largos. Todos los actores tienen mucho margen y les dejamos jugar. Esa es la base. Si saben que no están limitados, creo que se interesan mucho más y si logras que se dejen llevar una vez están en el set... No me imagino hacerlo de otra manera.
-¿Y a quién no te imaginas no tener en tu equipo de ahora en adelante? -A Patricia Vila, la script, me la llevo al fin del mundo. A Falele (Ygueravide, ayudante de dirección) y a Abdón, que ya estaban, y a la montadora adicional, Estefanía Mora. Pero son solo los que me vienen ahora a la cabeza...
-¿Y a qué parte del director novel no te llevarás contigo en adelante? -Al de los cabos sueltos en rodaje. Hay tópicos que sí son ciertos, como los de ponerte a buscar un plano que has rodado, pero solo en tu cabeza. Una toma que tenía que estar ahí, pero no está. En la sala de montaje la película se me vino encima. Y lo habitual es que se te caiga una trama, pero no llevar el guión a una versión 25. Admito haberlo pasado mal después del rodaje y haber tenido que jugar al límite con algunas palabras en edición de sonido para aclarar conceptos, aunque de eso es algo culpable que la trama sea de partida compleja.
-¿Hasta dónde os adentrasteis con la documentación? -Siempre intentas llegar al máximo nivel posible. Sobre todo, hemos avanzado mucho en los temas que se transitan como contexto: l'Albufera y las herencias de los arrozales, la Ruta y la política que gira en torno al lugar en los 90 y hasta la actualidad. Y, por otro lado, gracias a una persona clave, todo lo derivado con la prostitución en esas épocas, las mafias de la trata de blancas y los grupos de personas que se derivan de todo ello.
-Entre esas costuras de gran producción está el hito de manejar a una parte del reparto en distintos idiomas, con la principal atención a la cantidad de actores de países del Este de Europa. ¿Cómo se gestionó? -Se hablan cuatro idiomas en la película: valenciano, castellano, inglés y albanés. En este caso, una cuestión que estaba muy clara en la producción es que no íbamos a falsear los perfiles de los actores albaneses. No solo hay personas de Albania, pero hay personas de países limítrofes como Macedonia que pueden imitar perfectamente el acento. Logramos convencer a algunos de los principales para que vinieran a rodar a España y, en parte, el hecho de rodar en nuestro país ya les estimulaba.
-¿Te preocupaba manejar distintos géneros a la vez y hasta qué punto una vez entras en rodaje pretendes ser fiel a los cánones? -Me olvido por completo. Es un thriller puro, pero hay otros géneros que lindan con la película. Para mí es clásica en su concepción, próxima al cine negro y, para eso, nos liberaba mucho tirar de sarcasmo. El humor negro tenía que estar y era un planteamiento de producción. Generar ese ambiente de irreverencia y que sobre todo nos armonizaba a la estirpe política y a toda la caspa de los 90. El sarcasmo y la sátira nos hacían encajar géneros, creo.
-¿Hacer un thriller puro en València sin tener inserto el sarcasmo, es posible? -Nos preocupaba de alguna manera algo que no está muy lejos de todo eso... Nos preocupaba cierta condescendencia a la hora de hacer un thriller puro, denso. Necesitabamos... sí, se puede decir así: necesitábamos jugar más. No es una comedia, obviamente, pero de cara al espectador hay más verosimilitud con la aportación del sarcasmo y de la parodia. Si no no se entienden del todo 'nuestros malos'. Y, luego, durante el proceso, ha habido películas que nos han animado a liberarnos de ese proceso de convivencia de géneros, como Comancheria (David Mackenzie y Taylor Sheridan, 2016).
-En los pasos previos al estreno en festival y en salas, ¿algún último reto? -El de superar la promoción. No es fácil convivir con la cantidad de gente que opina sobre lo que es importante o no de aquello que has hecho. Llega ahora todo esto, la gente que opina con un amplio conocimiento de cómo funcionan las audiencias y las modas. Es difícil convivir con ello, pero hay que aprender y dejar que la gente trabaje porque, eso sí, creo que estamos en buenas manos.
Le deseamos que, entre tanto, disfrute de la llegada a salas que será el viernes 16 de noviembre.
En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto