VALÈNCIA. “El enigmático hecho de que todo esto ocurriera sin resistencia de los buenos, de un pueblo en sí mismo decente, sobrio y trabajador...” escribe Friedrich Reck en Diario de un desesperado (Ed. Minúscula). Se trata de una de las citas que más han hecho reflexionar a los intelectuales e historiadores de Europa. La edición alemana de este volumen fue publicado en el año 1981 por la editorial Dietz y el texto fue confrontado con el manuscrito original mecanografiado. Sin embargo, la última entrada del diario se publicó por primera vez en ese volumen.
Friedrich Percyval Reck-Malleczewen (1884-1945) es descendiente de una acaudalada familia de recio linaje rural de Prusia Oriental. Su familia tenía una hacienda cerca de Königsberg. Reck comenzó a escribir novelas de aventuras (Con el almirante Spee, La dama de ultramar o Bombas sobre Monte Carlo son algunos de estos títulos) con bastante fama entre los jóvenes durante los años de la República de Weimar.
Este diario fue calificado por Joachim Fest de “diario del odio”. A juzgar por algunas de sus citas más conocidas no habría un nombre mejor para definirlo. Esta obra negra y oscura fue escrita entre mayo de 1936 y el 16 de febrero de 1945, dos meses y medio antes de que Dachau fuera liberado por los norteamericanos.
"Mi vida en esta ciénaga pronto entrará en su quinto año. Desde hace más de cuarenta y dos meses pienso odio, me acuesto con odio, sueño odio para despertar con odio: me asfixia verme prisionero de una horda de monos perversos, y me devana los sesos el eterno enigma de este mismo pueblo, que hace unos años velaba tan celosamente por sus derechos y que de la noche a la mañana se ha hundido en este letargo, en el que no solo tolera el dominio de los inútiles de ayer, sino que además, para colmo de vergüenza, ya no está en condiciones de percibir como ignominia su propia ignominia..."
"¿Hoy? Pues he oído decir que hace poco el señor Hitler concluyó una argumentación del señor Keitel, que había suscitado su disgusto, lanzándole al general (con quien, desde luego, no desentona desde el punto de vista fisonómico) un jarrón de bronce a la cabeza."
La maldad estaba en Hitler como en ningún otro ser que Reck hubiera visto antes. Así eran sus descripciones:
"Con ese aceitoso mechón de pelo que se le desliza hacia la cara durante tales prédicas, recuerda a un seductor fulero que antes de hacerlo cuenta de qué manera piensa llevarse al huerto a unas cocineras hambrientas de amor. La impresión que me dejó de desenfrenada estupidez —esa estupidez que comparte con su mameluco de cámara Papen, simpleza que confunde la condición de estadista con la estafa en una compra de caballos— no fue la última ni la decisiva. Porque cada vez me sorprendía más que, al despedirse, cuando yo le tendía la mano, ese Maquiavelo que predicaba entre salchichas de cerdo y patas de ternera me hiciera la reverencia de un camarero que recibe una mísera propina (...)"
Este diario es fruto de ese exilio interior con el que vivió buena parte de la población alemana la llegada de Hitler. Es cierto que no todos acogieron con entusiasmo la llegada del Führer pero, ¿cómo demostrar el odio en un país dominado por “Satán” (en palabras del propio Reck)? Para el escritor Alemania había sido “una nación sin nacionalismo y ahora es un nacionalismo sin nación". El pasado de Reck lo situaba como un médico sin vocación que practicó muy poco su profesión. Pronto empezó su pasión por las letras en el periodismo y la literatura con relatos basados es sus viajes. Se casó dos veces y tuvo cinco hijos. Se convirtió en un terrateniente con propiedades en la Baviera rural, entre ellas, una granja en Chiemgau. Era un gran amante de la naturaleza. Reck tenía una alta consideración de sí mismo y le gustaba recordar siempre que fuera posible su ilustre ascendencia.
Al calor de las opiniones de otros intelectuales como Martin Heidegger, Spengler, Jünger o Mann, Reck también creyó en esa 'revolución espiritual' que iba a dominar una nueva Alemania en la que brillarían la bondad y la belleza. Nada de eso sucedió y Hitler se convirtió en la diana de sus críticas:
"Sí, allí estaba sentado, un Gengis Khan vegetariano, un Alejandro abstemio, un Napoleón sin mujeres, una miniatura de Bismarck que habría tenido que guardar un mes de cama si se hubiera visto forzado a tomar aunque solo fuera uno de los desayunos del viejo Canciller de Hierro..."
A Reck comenzó a alarmarle los llamamientos enfervorecidos de Hitler a la población, aquello mitines compuestos por una pasión tan desbordada que limitaba con el puro instinto. Las entrañas del nacionalsocialismo se estaban pergeñando y Reck no iba a poder hacer nada para remediarlo. Se daba cuenta, como magno humanista, que la destrucción del lenguaje cotidiano era el primer paso para que la aniquilación completa llegara a toda la nación.
Cuando el régimen nazi comenzó a cobrar fuerza, los espías nacionalsocialistas, los chivatos, pululaban a sus anchas por los pueblos alemanes. En octubre de 1944, él ya sabía que las autoridades nazis sospechaban de él. En octubre fue arrestado por "socavar la moral de las fuerzas armadas"; unos meses después fue acusado de "insultar la moneda alemana". Fue llevado al campo de concentración de Dachau en enero de 1945 y murió apenas un mes después, justo antes de poder ver el final del nazismo. Oficialmente murió de tifus, pero tampoco nadie lo pudo demostrar.
Al principio del diario Reck cuenta cómo una vez tuvo la ocasión de matar a Hitler pero no lo tomó en serio, le parecía un personaje debilucho. Cómo se había equivocado:
"Yo había venido en coche a la ciudad y, por aquel entonces, en septiembre de 1932, como las carreteras eran ya bastante inseguras, llevaba encima una pistola lista para disparar; en aquel local casi vacío habría podido hacerlo, sin más.
Lo habría hecho, si hubiera sabido el papel que iba a desempeñar ese puerco, y los años de sufrimiento que nos esperaban. Por aquel entonces, no lo consideraba más que un personaje de revista satírica, y no disparé. Tampoco habría servido de nada, porque el Consejo del Altísimo ya había decidido nuestro martirio, y si entonces lo hubieran atado a las vías del tren, el vertiginoso expreso habría descarrilado antes de alcanzarlo."