LOS DÍAS DE LOS OTROS

Paul Léautaud: el hombre que vivió con 300 gatos

18/01/2017 - 

VALENCIA. El 18 de enero de 1872 nació en París un señor llamado Paul Léautaud. A mucho de ustedes no les sonará el nombre. No se preocupen. A sus vecinos, amigos y contemporáneos tampoco. Al poco de nacer, la madre de Paul se olvidó de él. El escritor se pasó toda la vida buscándola. Léauteaud vivía en París, en un piso repleto de gatos perezosos que se subían encima de los libros para depositar en ellos sus suaves pelajes. De un modo que se asemejaba a la obsesión, Léautaud fue anotando minuciosamente cada una de sus rutinas —la mayoría de ellas literarias— en unos diarios que llegaron a ocupar 19 volúmenes. Sus coetáneos sabían que aquel extraño hombre devoto de Stendhal, que le envió un ramo de flores a Verlaine en el París de los años 20, tenía su cajón repleto de páginas escritas.

Léautaud escribió tres obras en su vida: Le petit ami, dedicada a su madre; Amours, un relato en el que detalla los desamores con la única mujer que logró conquistar y convivir; In Memoriam, la observación del cadáver de su padre con el que tiene ciertas cuentas pendientes. Después ya sólo se dedicó a los diarios.

Nadie le prestó demasiada atención a lo largo de su vida: ni sus padres -una actriz y un apuntador de teatro que le abandonaron a los tres días de su nacimiento-, ni ciertas mujeres que lo consideraron sucio y desdentado; ni muchos de sus compañeros de la mítica revista literaria Mercure de France que lo calificaban de cínico y malicioso. Su suerte cambió gracias a la radio. Desde noviembre de 1950 a julio de 1951, el periodista Robert Mallet realizó una serie de cincuenta entrevistas —casi doce horas disponibles aquí— donde aquel viejo de ya casi ochenta años comentaba todo tipo de asuntos. Allí aparece como una rara avis, brillante, receloso, ladino, inteligente y culto que no se muerde la lengua, que no hace concesiones y juzga a cualquiera, pues su avanzada edad le concede cierta inmunidad. Los oyentes conectan pronto con ese tipo particular, una suerte de anciano loco que parece atesorar los secretos del mundo. A través de estos diálogos, Léauteaud consigue una celebridad que no perseguía. Un lustro más tarde, el 22 de febrero de 1956, sin apenas tiempo de gozar de su reputación, Paul fallecería. Las entrevistas se realizaban en su casa de Fontenay-aux-Roses, una suerte de templo que sirvió para enterrar a los más de trescientos gatos que acogió a lo largo de su vida.

Sólo a partir de esta notoriedad inesperada, el Mercure de France —del que Paul sólo había sido un tímido secretario de redacción— comenzó a publicar sus Journal littéraire (Diario literario). Allí se registraba desde la posición que prefería para hacer el amor con Marie Dormoy, la dactilógrafa que pasó a limpio las siete mil páginas de sus diarios, hasta el odio que profería hacia Jules Renard —otro diarista reputado— y su devoción por Stendhal, al que acudía como tabla de salvación en sus peores días.

El 18 de enero de 1927, Léauteaud —el caballero con trazas de indigente— celebraba cincuenta y cinco años de vida. Aquel día escribió una larga entrada en su diario. Entre otros asuntos reflexionaba a propósito de la amistad que le unía a sus compañeros literatos:

“Se emplean demasiadas palabras para todo, incluso para la amistad. Billy pasa por ser amigo mío. Está a cien leguas de mis gustos sobre muchas cosas. ¿Vallette?, ¿Dumur? Me separan de ellos las opiniones políticas y no tengo relación con ellos fuera del Mercure. Solo Rouveyre estaría lo bastante cerca de mí, pero apenas lo veo, y Auriant, con quien comparto muchas ideas literarias, si no tuviese tantos aspectos que me chocan, que me disgustan, como su falta de tacto, de discreción. En el fondo, y lo descubrí hace mucho tiempo, uno está solo, e incluso en el amor. Eso no tiene, por lo demás, nada de malo. Uno se acostumbra. Se encuentran disfrutes.”

Ese misógino —casi misántropo— que fue calificado por Malraux como un 'idiota moral' supo detectar en estas palabras una de las condiciones más estrictamente humanas: la soledad. Léauteaud apenas salió de Francia, vivió la última parte de su vida enclaustrado en su casa, como cuando era niño y vivía debajo de su pupitre, leyendo y acariciando a los perros y gatos de la casa. Se mostró más atento por estos animales y sus derechos que por los judíos de los que llegó a escribir que se sentía “completamente indiferente a esas historias de deportados, campos alemanes, de vagones de gas, de judíos en sus barcos-jaulas”. Es imposible creer que Paul tuviera amigos o amores. Lo cierto es que no estaba capacitado para ello. Lo más revelador es que era consciente de su soledad, a la que finalmente se acostumbraba y de la que también 'encontraba disfrutes'. La lectura, sin duda, era uno de ellos.

Existen dos tipos de diarios: aquellos que se escriben para ser publicados y aquellos que tienen alma de invisibles. Naturalmente, ambos se mezclan, se confunden y engañan al lector. Quizás, como bien dijo Léauteaud, su Diario literario jamás debiera haber sido publicado, pero lo cierto es que su reciente llegada a las librerías españolas gracias a la editorial Fuentetaja —con extraordinaria traducción de Cecilia Yepes— es el mejor regalo que uno se puede hacer para celebrar que hoy, hace 145 años, Paul Léauteaud llegó a este vida con el único objetivo de escribir un diario y enterrar a trescientos gatos.

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