El hombre que conocía el infinito, protagonizada por Dev Patel y Jeremy Irons, recorre la prodigiosa vida del matemático indio
13/05/2016 -
VALENCIA. “El trabajo de un cineasta consiste en abordar temas complejos, difíciles y arriesgados, y hacerlos llegar al público de una manera accesible y entretenida”. La frase corresponde al productor británico David Puttnam, Lord, ganador de un Oscar por Carros de fuego, de la Palma de Oro en Cannes por La misióny resume a la perfección los modos y maneras de un determinado cine que encuentra terreno fértil muy especialmente en la industria audiovisual británica.
Este viernes llega a los cines españoles una película, El hombre que conocía el infinito, que se ajusta a la perfección a esa máxima. No es un filme perfecto; con todo merece ser reseñado con parabienes porque afronta un reto complicado: hacer comprensible para el gran público la figura de uno de los genios más singulares del siglo XX, el matemático indio Srinivasa Ramanujan (1887-1920).
Cierto es que Ramanujan no es para nada un completo desconocido. En 2012, sin ir más lejos, la India dedicó el año a las Matemáticas en su honor. En su país se han celebrado multitud de homenajes y se han editado sellos con su rostro. También es muy reconocido en su campo, como explica Juan Monterde Garcia-Pozuelo (Palma de Mallorca, 1962), decano de la Facultad de Matemáticas de la Universitat de València. “Su mentor en Cambridge, G. H. Hardy, escribió años después de conocerle una pequeña autobiografía en la que contaba su experiencia de trabajar con un genio. Leí ese libro en mis primeros años universitarios y desde entonces quedé fascinado por ese matemático hindú. Como yo, creo que todos los matemáticos saben de él con más o menos profundidad”, explica Monterde.
Aún así es evidente que su fama será ahora mayor gracias a una película cuya génesis tiene la dosis de azar que exige la leyenda. El director novato Matthew Brown quería realizar una película sobre la I Guerra Mundial y un familiar le propuso leer una novela de Robert Kanigel sobre Ramanujan, la que da título al film, que había sido publicada en 1991 y en la que quedaba reflejado ese periodo. Como cualquier cinéfilo, Brown había visto El indomable Will Hunting (1997), donde se incluye una referencia a Ramanujan y se deja bien claro que el personaje que encarnó Matt Damon está inspirado en el indio. No sabía mucho más sobre el matemático y tras leer la novela, conmocionado por la historia, decidió adaptarla a la pantalla grande.
Fue así como se metió de lleno en un proyecto que le ha llevado diez años hacer realidad. La ayuda del prestigioso matemático Ken Ono y del autor de la novela le permitieron al director articular un guión que sintetiza buena parte del prodigio que fue Ramanujan. Como productor, director y guionista, Brown es el responsable de muchas de las virtudes de El hombre que conocía el infinito, y posiblemente las convenciones que lastran al film no sean más que meras concesiones para lograr financiación. Merece pues todo crédito y una cierta condescendencia. Y más teniendo en cuenta los elogios que ha vertido sobre el joven cineasta uno de los protagonistas de la película, el veterano Jeremy Irons, quien ha alabado la humildad del director y sus ganas de lograr un producto digno.
Material había. Ramanujan es una personalidad atrayente. De orígenes humildes, con apenas estudios universitarios, llamó la atención desde su juventud por su talento y acabó recalando en la universidad de Cambridge, en el famoso Trinity College, donde se convirtió en uno de sus alumnos más prestigiosos y aún se le recuerda. Tal y como señala Monterde, “su formación autodidacta le hizo abrir caminos que de otra manera hubieran tardado más tiempo en ser explorados”. Es algo así como el paroxismo de la brillantez; ríase usted de Mozart.
Su vida está llena de anécdotas que hablan de un talento casi mágico. En un artículo publicado en la revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, el catedrático Manuel López Pellicer (Valencia, 1944) de la Universidad Politécnica de Valencia relata, por ejemplo, como “antes de los diez años recitaba a sus compañeros de clase fórmulas matemáticas y muchas cifras del número pi”. Más hechos: A los doce años dominaba la trigonometría, a los quince calculó la longitud de la circunferencia ecuatorial con un error de sólo unos pocos metros y redescubrió la fórmula de Euler.
Un símbolo para sus compatriotas
Por contextualizar, hay que tener en cuenta que la India es una de las cunas de las matemáticas, ese “pozo de saber abstracto” que es esta disciplina, en palabras del catedrático de Matemáticas Aplicadas José Luis Morera Fos. Y en la tierra madre del cero, Ramanujan, más que pobre (su abuelo sufrió lepra), es un símbolo para el país, el más grande entre los grandes. Así lo constataba López Pellicer en el artículo antes citado, publicado el año pasado. “El papel de Ramanujan en la formación de la conciencia nacional India también ha sido muy destacado”.
En este sentido, López Pellicer citaba unas clarificadores palabras de otro ilustre alumno del Trinity College, el primer ministro Nehru, quien dijo: “La breve vida y la muerte de Ramanujan son simbólicas de las condiciones de la India. De nuestros muchos millones de habitantes son pocos los consiguen alguna educación; y son muchos los que viven al filo de la muerte por inanición… Si la vida abriese sus puertas y les ofreciese comida, condiciones higiénicas de vida, educación y oportunidades de crecimiento, ¿cuántos de estos millones serían científicos eminentes, educadores, técnicos, industriales, escritores y artistas, ayudando a construir una nueva India y un nuevo mundo?”.
El caso de Ramanujan es especialmente llamativo, porque sólo necesitó un libro para llegar a ser el gran matemático que fue. Se trata un volumen de 1880 que le encontró un amigo, un texto de preparación a unas pruebas de matemáticas, el cual constaba de 6.165 teoremas, casi todos sin demostración. Sin ser un texto clave en la historia de las Matemáticas fue suficiente para despertar su curiosidad y encender la llama. Ramanujan se dedicó a su resolución. Se obsesionó. Aunque logró entrar en la Universidad de Madrás, se obcecó tanto con los problemas matemáticos que perdió su beca por olvidar las demás asignaturas. Por si fuera poco, a los 22 años su madre le organizó una boda con una niña de nueve años de quien era pariente, lo que le obligó a buscar un trabajo para subsistir y tuvo que soslayar su pasión.
La pertinaz obstinación del genio
Pero los genios son pertinaces. Ya antes de llegar a Cambridge y conocer a Hardy, Ramanujan busco y encontró un protector en su país, el matemático y rico Ramachandra Rao, quien le mantuvo durante un año y después le ayudó a conseguir un empleo en el puerto de Madrás que le daba cierta libertad para dedicarse a las matemáticas. En este trabajo entabló amistad con Narayana Iyer, encarnado en la película por Dhritiman Chatterjee, una persona fundamental en su vida, quien siempre le ayudó admirado por la brillantez de su amigo.
Animado por allegados y protectores, y tras haber publicado algunos artículos, Ramanujan envió una carta a tres profesores de Cambridge con 120 fórmulas y teoremas. G. H. Hardy fue el único que la leyó. Acompañado de su amigo John Littlewood, intentaron descifrar la misiva de Ramanujan. A las pocas horas se dieron cuenta de que estaban ante un genio. Esas 120 fórmulas que les había mandado eran arte. “Nunca había visto nada como ellas. Una simple mirada era suficiente para mostrar que sólo podían haber sido escritas por un matemático de la categoría más alta”, escribiría Hardy.
Éste es en la práctica el punto de partida del filme, ya que Matthew Brown ha decidido centrarse en el año anterior a la llegada de Ramanujan al Trinity College, y en su devenir en la universidad británica. Allí tuvo que superar toda clase de adversidades, sufrió ataques racistas y halló la amistad en Hardy (interpretado por Irons) y en el colega de éste Littlewood (encarnado por Toby Jones). La relación entre Hardy y Ramanujan, su amistad, es pues el nexo central del film. Gran parte del peso de la función recae en los duelos entre Irons y el actor indio Dev Patel, el protagonista de Slumdog millionaire, quien afronta con entereza la dificultad de interpretar a un personaje tan complejo como Ramanujan.
Desde la primera misiva de Ramanujan hasta su llegada a Cambridge mediaron más cartas y demostraciones de admiración por quienes serían sus mentores, algo que queda bien reflejado El hombre…. No es para menos. Bertrand Russell, colega y testigo de los hechos, encarnado por Jeremy Northam, relataba por carta a un amigo la agitación de Hardy y Littlewood tras la primera carta de Ramanujan: “Creían haber encontrado un segundo Newton, un empleado hindú de Madrás con un estipendio de 20 libras al año”, cita López Pellicer.
Las ecuaciones son pensamientos de Dios
En Cambridge hicieron todo lo posible por atraerle a su seno, aunque no fuese fácil. Igualmente, con ser un genio extraordinario (Hardy le valoraba con 100 puntos y a sí mismo sólo se daba 25) tenía ciertas limitaciones, ya que desconocía las matemáticas modernas y su formación se reducía a resultados anteriores a 1880. Pese a todo, su colaboración fue fructífera, en gran parte porque Hardy entendió el talento y la magia de Ramanujan, lo cuidó y veló. Entendió sus peculiaridades y las asumió. Así, el británico, ateo, riguroso, aunque le costó aceptó el pensamiento profundamente religioso e intuitivo del indio, comprendió qué quería decir cuando afirmaba que “una ecuación no tenía sentido a menos que represente un pensamiento de Dios”, y fomentó su crecimiento como científico.
La buena disposición de sus mentores y sus logros no fueron suficientes y la mala salud de Ramanujan acabó con su vida antes de tiempo. Enfermo crónico de tuberculosis, infectado por las condiciones sanitarias de la India, la dificultad de seguir en suelo inglés su dieta estrictamente vegetariana que le hizo tener carencias vitamínicas, el mal clima británico y la hostilidad y racismo de algunos sectores de la población, hicieron que la estancia de Ramanujan en Cambridge no fuera ni mucho menos idílica. Se podría decir que pasó casi más tiempo en hospitales que en clases.
Fue durante una de sus muchas estancias en un sanatorio británico que tuvo lugar su famosa conversación con Hardy sobre el número 1729, que la película trastoca levemente. En la vida real, Hardy, al ver a su amigo enfermo y no sabiendo que decir, le comentó que había viajado en un taxi cuya matrícula era el insípido número 1729, a lo que Ramanujan le replicó: “No diga usted eso. El número 1729 es muy interesante, pues es el número más pequeño expresable como suma de dos cubos de dos maneras diferentes, ya que 1729 es igual a 10 al cubo más 9 al cubo, y también 12 al cubo más uno al cubo”.
Aunque regresó a Madrás en 1919 como un triunfador, apenas sobrevivió un año en su país. Pero al margen de su testimonio vital, y dentro de las inevitables dificultades de resumir en unas pocas frases sus hallazgos, sí se puede señalar que las aportaciones de Ramanujan llegan hasta nuestros días y siguen vivas. Le han hecho en cierta medida inmortal. En este sentido, el decano de la Facultad de Matemáticas Monterde, recuerda que el matemático indio trabajó fundamentalmente en análisis matemático y en teoría de números.
Ramanujan tiene la clave de tus secretos
“De ésta, de la teoría de números”, explica, “siempre se había creído que no pasaba de ser un entretenimiento matemático. Sin embargo, desde que se inventó un método de criptografía que se basa precisamente en resultados de congruencia de números enteros, el método de clave pública RSA, esa creencia ha dejado de ser así. Como aplicación de los resultados de Ramanujan, recuerdo haber trabajado en una de las asignaturas del máster en Investigación Matemática un enunciado que afirmaba que si se resolvía una de las conjeturas de Ramanujan (sobre la función tau) entonces el método RSA se podría romper fácilmente. Y por lo tanto, la mayor parte de las comunicaciones cifradas actuales, basadas en variantes del RSA, dejarían de ser seguras”. Nuestros secretos los custodia pues el talento del indomable Ramanujan.
Su mito además se ha visto magnificado por su contexto. Hoy sería más complicado encontrar a alguien así. Así lo sostiene Monterde. “La interconectividad de este mundo actual me hace difícil pensar que se pueda repetir algo similar. Ramanujan aprendió por sí solo gracias a que fue demostrando por sí mismo los más de 6000 enunciados sin demostración que estaban expuestos en aquel libro de preparación. Esa formación marcó su forma de trabajar. Sus famosos cuadernos eran solo los enunciados de todo lo que había ido demostrando, siguiendo el estilo de ese libro. Las demostraciones las tenía en su cabeza, o peor aún en su codo. Se había acostumbrado a trabajar con una pizarra pequeña en la que escribía las demostraciones. Cuando ya se quedaba satisfecho con la demostración de lo último que había conjeturado, escribía el nuevo enunciado en el cuaderno y sosteniendo la pizarra con una mano, la borraba con un movimiento del codo del otro brazo. Ahora, con internet, se puede acceder a toda la matemática de nivel de grado o de posgrado, y a sus demostraciones. Y se puede también contactar con otros matemáticos fácilmente. Alguien que se formara de forma autodidacta a través de internet tendría maneras de explicar sus propios resultados”, relata.
Acercar este genio, su odisea, hace de El hombre que conocía el infinito una película por la que es inevitable sentir cierta simpatía. De hecho no es la primera vez que el cine de raíz británica intenta una proeza similar. Ahí está La teoría del todo, el bienintencionado biopic sobre Stephen Hawking que le supuso un Óscar a Eddie Redmayne, o la más que apreciable The imitation game (Descifrando Enigma)sobre la trágica vida de Alan Turing (1912 -1954).
Incluso Hollywood lo ha intentado y logrado a veces desde el mainstream, con casos recientes tan sonados como la oscarizada Una mente maravillosa (2001, Ron Howard). Son películas que reflejan los logros de científicos y, aunque en ocasiones usen de manera burda aspectos íntimos de su vida personal, hablan sobre sus hallazgos, los resumen, los sintetizan, y los divulgan de una manera que envidiarían Gauss, Copernico o Newton. Con sus clichés, sí, con sus tópicos, pero que corroboran el cambio de paradigma en el tratamiento de los científicos en los medios de masas. El sabio loco ha muerto; viva el genio inadaptado. Indomables, es vuestro tiempo.
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