El museo repasa, de la mano de Rocío Robles, algunas de las piezas clave de su colección entre 1900 y 1950
VALÈNCIA. En 1900, Mariano Benlliure y Joaquín Sorolla eran nombrados hijos predilectos de la ciudad de València, una distinción aprobada por el Ayuntamiento de València en el pleno del 9 de julio. También ese mismo año nacía el Banco de Valencia, ahora desaparecido. Pues bien, esta es la fecha elegida por el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) para iniciar, coincidiendo con el 30 aniversario de su apertura, su particular repaso a una colección que dice mucho de cómo éramos. La historiadora del arte Rocío Robles y el director del centro, José Miguel G. Cortés, presentaron ayer 50 Obras Maestras de la Colección del IVAM 1900-1950, una publicación que supone la primera de una serie con la que buscan encontrar nuevas lecturas y difundir el relato de una colección que hoy quiere rendirse un homenaje. “El elemento más significativo de un museo es su colección”, defendió Cortés durante la presentación en la que, además, defendió la necesidad de “consolidar procesos” y afianzar la “identidad” del museo para que no sea “una sala de exposiciones sin más”. Si por una parte está la colección propiamente dicha, por otra está el lector de la misma. Ha sido Rocío Robles la encargada de interpretar la colección, seleccionando las 50 obras que, “por derecho propio”, mejor representan qué es el IVAM.
En esta lectura, por supuesto subjetiva, también se dan concesiones, como una especial mirada a la producción femenina, aunque porcentualmente su presencia es notablemente inferior a la de creadores hombres en la colección, o territorial, aunque la mirada es sin duda internacional. “La historia del arte no se construye solo con grandes nombres”, indicó Robles, quien defendió un listado basado en la pluralidad plástica, estética y política. Sí, política, pues la creación no es ajena al momento en que vive, un contexto que “no se puede obviar”. Con respecto a la presencia de artistas valencianos o españoles, es Ignacio Pinazo uno de los primeros artistas recogidos en la publicación. Considerado uno de los pioneros de la modernidad pictórica en el arte español, es Anochecer en la escollera III (1899-1900) la pieza seleccionada de un Pinazo que “ejemplifica los logros estilísticos y la aportación” del autor a la pintura, una pieza de gran tamaño que presenta uno de sus grandes temas, el paisaje marítimo valenciano. Además cabe recordar que es una de las grandes figuras de la colección del museo, tanto es así que cuenta con una sala permanente dedicada al creador.
La de Pinazo es una de las pocas inclusiones de creadores nacionales en el listado, una decisión consciente que busca poner en valor a aquellos que han servido de puente entre el plano nacional e internacional, así como hacer un repaso que no peque de localista. “Queríamos dar una visión lo más global posible. Renau o González conectan con circuitos internacionales. Están dentro y fuera”, explicó Rocío Robles. Efectivamente, tampoco podía faltar la inclusión de Julio González, pilar del IVAM, con Femme au miroir (1936-1937). Fue en noviembre de 1936 cuando el Consejo de Ministros, con el ejército franquista a las puertas de Madrid, decidió trasladar a València la capital del país, convertida hasta 1937 en epicentro de la Segunda República española, una decisión que marcó la historia de la ciudad en el tortuoso camino hacia la dictadura. No era ajeno a esto González, que en ese momento también trabajaba en la icónica Montserrat, que presentó en el pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937. Tanto esta como Femme au miroir son consideradas unas de sus piezas clave, esta última, además es reflejo de su coqueteo con la abstracción y esa idea de “dibujar en el espacio”, un savoir-faire que lo confirmó como uno de los fundadores de la escultura moderna. En este mismo contexto operó Renau, también incluido en este listado, en este caso con el cartel El comisario, nervio de nuestro ejército popular (1936).
Pero antes que Pinazo hay un nombre que, aunque algo alejado de ese 1900 que marca el listado, pone el punto de partida a un repaso que también quiere explicar la evolución formal de las distintas formas de crear. Con View of the Boulevards at Paris (1843), William Henry Fox Talbot marca el camino del IVAM, un homenaje al creador del proceso calotipo y a la fotografía. De hecho, esta obra forma parte del segundo volumen de The Pencil of the Nature, considerado el primer libro fotográfico e ilustrado de la historia. A partir de ahí, un repaso a las principales piezas del museo que, si bien no quiere caer en la estrellitis, no renuncia a algunos de los grandes de la creación. Entre ellos, un móvil de Alexander Calver de 1934, una piezas que beben de Mondrian y cuyo nombre -móviles- le habría sido sugerido por el propio Marcel Duchamp. También este último es uno de los ‘50 antes de los 50’ del IVAM, con Disques optiques. Rotorelief (1935), una composición de seis discos pintados cuyo movimiento ofrece distintas experiencias visuales. Así, fue el propio director del museo quién destacó la “actualidad” de los artistas reflejados en la publicación, piezas que rompen con lo establecido y han sentado las bases de lo que hoy vemos en los museos de arte contemporáneo.
Este recorrido también hace paradas en la convulsa Europa de principios de siglo. Una de las piezas destacadas por Rocío Robles es la cubierta del libro Slovo predostavliaetsia Kirsanovu (1930), del diseñador soviético Salomon Telingater, uno de los ejemplos, además, de la inclusión de artes aplicadas y diseño en el relato del museo. Destaca, además de por su singular tamaño, por el juego de tipografías y selección de vibrantes colores, una portada entendida como “cartel publicitario del libro”, como una pieza no accidental sino clave para darlo a conocer. En este contexto, Robles también destaca el trabajo para Panorama de la côte, de Marie Colmont, de Alexandra Exter, figura clave en la recepción y desarrollo del arte moderno y de vanguardia en Rusia. La piezas seleccionadas son las ilustraciones que realizó para el libro infantil, un libro concebido como un acordeón, desplegable, realizado entre 1937 y 1938. También forma parte del listado Aleksander Rodchenko y su cartel para El acorazado Potemkin (1925), de Serguéi Einsenstein, una de las cintas más influyentes de todos los tiempos y todo un símbolo de la Unión Soviética.
El listado se completa con aportaciones vinculadas al movimiento futurista como La taberna fantástica (1919) de Iliazd o Las palabras en libertad futuristas (1919) de Marinetti, así como los lenguajes rompedores de la abstracción analítica con artistas como Francis Picabia, Sophie Taeuber-Arp, Joaquín Torres-García, Paul Klee o los mencionados Alexander Calder o Marcel Duchamp. La visión constructivista de la colección está presente en una selección de obras de László Péri, Naum Gabo, El Lissitzky o Aleksandr Ródchenko, con otras piezas destacadas de Kurt Schwitters o Raoul Hausmann en el ámbito dadaísta o de la crítica social en el periodo de la República de Weimar con las acuarelas de George Grosz y los fotomontajes de John Heartfield. El camino de este repaso a la colección nos lleva a 1949, año de riada en València (la conocida como riada ‘de las chabolas’), un recorrido que acaba con dos artistas. El primero, anteriormente mencionado, Raoul Hausmann, miembro fundador del Club Dadá de Berlín, y su obra L’acteur, un sugerente retrato confeccionado a través de fotografías recortadas sobre papel. La segunda artista que con obra fechada en 1949 cierra esta lectura de la colección del IVAM es Grete Stern y Sueño nº41: Llamada, que forma parte de su serie Los sueños, que realizó para la revista Idilio. Hasta aquí el IVAM 1900-1950. Próxima parada: 1950-2000.