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València a tota virolla 

El nuevo fondo de pantalla de València ha vuelto al modernismo

Razones por las que los motivos modernistas de las fachadas de la ciutat llevan camino de convertirse en la verdadera nueva marca visual

2/03/2019 - 

VALÈNCIA. El modernismo va a llegar. Frente al patchwork en trencadís, la nueva mirada se dirige a los motivos, mosaicos y estilos del modernismo. En el lenguaje gráfico, en la composición turística, en los reclamos, ahí está. Hace unas semanas, cuando Uber desembarcó en València, el fondo de sus anuncios no se inclinó por el futurismo o por las fachadas más novísimas de la ciutat, lo hizo por el modernismo. “¡Moderno!”, le increpó un taxista a Albert Rivera. Todo cuadra.

La alegría del color, el aroma jovial de las formas, la figuración de la huerta o el mar. Pero antes, tal vez, habría que volar hasta finales del XIX, con una València estrecha que en un perímetro de 4.600 metros concentraba al 80% de población. Una densidad alocada que se veía razonable por la decisión inteligente de quienes nos precedieron para evitar el impacto del sol. De hecho se desarrolló una vía crítica frente a la calle de la Paz, “su excesiva amplitud la haría muy vulnerable a los rayos solares”. Recapitulan este episodio Josep Sorribes y Ramir Reig en València: 1808-1991 (En trànsit a gran ciutat). Ay, los cambios.

La alta presión demográfica (en 1888 solo el 23% de la ciudad no estaba ocupada por edificios) era tan asfixiante que el aperturismo, las nuevas vías y el higienismo estilístico se fueron abriendo paso. Ese proceso parte ataviado de la necesidad de mejoras sanitarias (València como cogollo de las enfermedades infecciosas), la escasez de pisos para alquilar, el paro obrero… y, allá vamos, el deseo de convetirnos en un enclave moderno. Sorribes y Reig lo resumen tal que así: “la poesía patriótica se mezcla con la prosa de una burguesía que, en un momento de consolidación, aspira a construir su ciudad, es decir, un espacio cualificado para la edificación de viviendas donde la ostentación sea el espejo de la riqueza”.

Escriben ellos dos que en “València, de 1903 a 1910, todos fuimos modernistas. Comenzaron los jóvenes en plan secesión vienesa, rompiendo moldes. En lugar de insultarlos, todos los siguieron, desde los arquitectos más reverenciados y establecidos, como Martorell y Alcayne, hasta los maestros de obras, como Mustieles, que fue el primero en pasarse de bando con la casa Grau situada en la calle de la Paz. Es cierto que los veteranos continuaron haciendo obras convencionales, porque si la condesa de buñol quería on palacete donde pareciera una rancia condensa y no una dama sospechosa, era necesario hacérselo. Las obra principales del período fueron modernistas, sin que nadie lo pudiera impedir”. 

En pleno blasquismo las naranjas también comenzaron a ocupar las fachadas, “con discreta elegancia al principio (casa de las naranjas, de Ferrer, situada en la calle de Cirilo Amorós), en abundante cosecha al final (es el caso de la Estación del Norte, de Demetrio Ribes). Digamos que se trata de un intento meritorio y conseguido de europeizar el tradicional mundo de la huerta, de elevar el elemento castizo a una categoría estética más amplia”. El estilo moderno, al fin, como un conector entre la llega de un mundo y el final de otro. 

Foto: MARÍA VISUALS.

Casas urbanas como las de Sagnier en la Paz, Sancho en l’Almoina, Rotglà en Bordadores, Casa Ferrer en Cirilo Amorós, Casa Ortega en la Gran Vía Marqués del Túria, Casa Hernández en Marqués del Túria, la de José Peris en Cirlo Amorós, o Casas Chapas y Casa Barona en Marqués del Túria, son la mejor muestra de ese tránsito, y debieran ser el mejor recordatorio de la necesidad de vencer el inmovilismo. 

Portadas de revistas, inspiraciones para diseños y fotos de Instagram se alimentan, renovadamente de estas influencias. Si hay que soltar razones a vuelapluma, quizá tenga que ver con esa verdadera pretensión transformadora, por el gusto ornamental y por tanto egocéntrico, por la inclusión certera entre el estilo contemporáneo y los atributos más territoriales.

Los motivos de algunos de los siguientes edificios son paradigma del ‘nuevo’ estilo visual de València. 

Mercado de Colón

Mosaicos de estilo veneciano, desde Nolla, La Ceramo y Valencia Industrial, vidrieras de la casa Prats, esculturas de Tàrrega, trencadís de L.Bru… la inversión sobresaliente pagada al contado. Al lado de Conde Salvatierra, el regusto guaidiano; en el flanco de Jorge Juan, la huertas y las valencianas como tótems protectores. La fluctuación harmoniosa entre influencias exteriores e interiores.

Este templo del modernismo es también un buen resumen de cómo la burguesía se lo tomó como un asunto personal. El presupuesto, de 900.000 pesetas, corrió en gran parte (cerca de 600.000) a cargo de suscripciones de particulares. “La burguesía de l’Eixample se lo tomó como una cosa propia y en realidad lo era”, recuerdan Josep Sorribes y Ramir Reig en València: 1808-1991 (En trànsit a gran ciutat). Tanto que la reina del Mercat, Elena Durà, fue elegida con 40.000 votos,¡puro proceso participativo! “Teniendo en cuenta que los diputados a las Cortes elegidos aquel año sacaron 15.000 votos, hay que descubrirse ante ella..”.

La ornamentación del Mercat simboliza el deseo de esplendor, la ligazón al origen mismo de las fortunas propias, el deseo de tomar la tradición como un modo de protección santoral. 

Casas del Cabanyal

Foto: MARÍA VISUALS.

La irrupción de las casas del Cabanyal en souvenir icónico (gracias, claro, al trabajo de diseñadoras como Virginia Lorente) ejemplifica algunas cosas comentadas en este revival. “Se ignoran las razones por las cuales, a principios del siglo XX, El Cabanyal vivió una insospechada explosión de color: los humildes habitantes de este pueblo marinero de la ciudad de Valencia reinterpretaron el Modernismo que seducía el gusto de las burguesías occidentales y construyeron sus casas siguiendo el patrón de lo que se ha conocido como modernismo popular”, describe el libro La casas del Cabanyal - Un patrimonio histórico para la Valencia del s. XXI. 

Esa distribución de azulejos del verde al azul de las barcas de pesca, inunda el imaginario visual de la València de hoy. Dos de los participantes en La casas del Cabanyal, Felip Bens y Joan Victor Pascual, se preguntan: “¿Cómo es que las clases populares -que tenían dificultades para tener todos los días un plato de caliente en la mesa- impulsan un movimiento artístico y arquitectónico tan relevante?”. Y se contestan: “Alicatar las fachadas de las nuevas casas con azulejos fue una estética forma de decorarlas, pero también la mejor solución para aislar la humedad de la zona, sin tener que encalar las fachadas todos los años”. 

Estación del Norte

El corte vienés sezessionista más la tradición, otra vez. La gran encarnación de una dualidad entre el aperturismo y la mirada plena a nosotros mismos y nuestras circunstancias. Escudos, riqueza agrícola, naranjas, azahar, rosas… Más simbolismo que ornamento.  En la fachada central los mosaicos de la Casa Maumejean, en el vestíbulo, el trencandís relatando poco menos que las imágenes del libro sagrado a la valenciana. 

Rastreando entre el edificio da la impresión de que podrían salir varias series de carteles con los que plasmar una personalidad certera. ¡Viva la exuberancia de la tierra!

Tinglado 2

Foto: MARÍA VISUALS.

O cómo dar a unos simples almacenes para la mercancía marina, verdadero protagonismo estilístico, junto al mar.  La decoración modernista, los relieves que hacen referencia a la navegación y al comercio, o los mosaicos polícromos revisten un espacio que fue tomado espontáneamente por los patinadores cuando se quedó sin uso definido.

Tan diferente a la cercana impronta desde El Cabanyal, pero tan similar en su ligazón marítima. Esta obra de La Marina de València es una expresión de un modernismo al ralentí, pero expresivo como el mar. El ribete de peces naranjas y de azules eléctricos sobre la ondulación de las olas promete ser un diseño reapropiado para València. 

Mercat Central

Que los mosaicos de su fachada, con ese amarillo y azul que parece combinar limones con sardinas, sean el gran fondo de pantalla de Instagram cuando se localiza València, un reclamo publicitario más, muestra el vigor por asociar la ciudad a un modernismo que, aunque en formato souvenir, representa a la ciudad verdadera. 

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