CRÍTICA TEATRAL

'El padre': el teatro en torno a Héctor Alterio

28/10/2017 - 

VALÈNCIA. En estos últimos días del mes de octubre Héctor Alterio deambula moribundo por el Teatro Olympia, pero solo porque su personaje así lo exige. La poderosa sensación de integridad actoral cumplidos los 88 años es el gran aliciente de la obra El padre, a la que todavía le quedan dos representaciones este sábado 28 y mañana domingo 29. Todo gira en torno a su figura desde que uno se sienta en la butaca hasta horas después de la representación. Todas las interpretaciones, incluida la de la muy curtida Ana Labordeta, parecen acolchar la frágil voz del intérprete argentino que solo aporta credibilidad a su personaje.

Alterio alcanza sus momentos más brillantes con cada golpe de humor cotidiano, en la contradicción constante de la memoria en torno a un padre con Alzheimer

La obra original de Florian Zeller (1979) es una "farsa trágica". Así la define el jovencísmo autor francés y Alterio alcanza sus momentos más brillantes con cada golpe de humor cotidiano, en la contradicción constante de la memoria en torno a un padre con Alzheimer. No obstante, el camino a recorrer por el espectador, en textual y lo escenográfico, está resuelto en los primeros 10 minutos del montaje. La dirección es escrupulosamente adecuada a un texto más actual de lo que se presenta esta semana en el teatro valenciano. 

Las capas de realidad se van contraatacando y los personajes se desdoblan y confunden para introducirnos en la mente fragmentada del enfermo. Alterio va perdiéndose desde la comedia a la gran tragedia de esa caída irreversible que es el Alzheimer. El mobiliario humano y el mundano se deshacen a su alrededor en clips de apenas 10 minutos algo abruptos por la imposición del fundido a negro y la música. Unas cápsulas que, eso sí, dotan de un ritmo efectista a la propuesta.

Lo más interesante de la obra resulta el respeto que parte del texto y se mantiene desde la dirección (José Carlos Plaza) por la enfermedad, el enfermo y sus afectados colaterales. Las idas y venidas de esa mente moribunda se engarzan con facilidad en torno al lenguaje no verbal de un actor al que recibe un público de rodillas, que ya parece llegar al foro con la ovación en el bolsillo. Más tarde, cuando Alterio les devuelve lo esperado y algo más, la ovación se eterniza con ese sabor a despedida de cada última vez que vuelve a València. 

Asumido su papel y su edad, es posible que dentro de un tiempo todavía tenga más valor analizar su talento para aceptar un rol como el de El padre. Más tragedia que comedia, para dejarnos con ganas de celebrar un último happy end a una carrera tan enriquecedora.

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