Es tan obvio que quizá lo hemos dejado pasar, ¿es machista el sector gastronómico? Hablamos con cocineras, profesionales de la sala y confidentes pero os adelanto la triste verdad: claro que lo es
La noticia estalló en los medios un poco solapada por el caso de Harvey Weinstein: 25 mujeres fueron víctimas de acoso sexual por parte de empleados del Besh Group, la empresa gastronómica más potente de Nueva Orleans (12 restaurantes y 1.200 empleados) que denunciaron cómo la cultura del acoso formaba parte del día a día de cada uno de los locales del famoso chef norteamericano John Besh.
¿Un caso aislado? Pues claro que no. Otro gran nombre de la gastronomía, Anthony Bourdain, dice bien alto lo que muchos intuíamos y destapa que el sector gastronómico es mucho más machista, misógino y cruel de lo que podamos imaginar. También cree que el ‘Caso Besh’ es el principio del fin de la cultura del abuso en el sector.
Yo, la verdad, tengo mis dudas: ningún medio nacional se ha hecho eco de la noticia precisamente en un momento en el que la alarma ante la cultura del abuso ha tomado las riendas de la actualidad: el acoso sexual en la industria cinematográfica ha estallado gracias al ‘gordo cabrón’ pero también han ayudado los casos de Kevin Spacey, Dustin Hoffman o Brett Ratner —la veda se ha abierto, afortunadamente. “Ya es hora de limpiar la casa”, afirma Rose McGowan. ¿Pero qué pasa con nuestros restaurantes y el sector hostelero?
Rakel Cernicharo, flamante ganadora de la cuarta edición de Top Chef, pone los puntos sobre las íes: “El machismo en la cocina es el cuchillo con el que me corto cada día.
Falta respeto, por la profesión en sí y por las personas que trabajamos en ella; la realidad es que hay diferencias porque a un señor con Estrella se le respeta muchísimo más que a una señorita sin ella.
La realidad de mi cocina es que tres mujeres dirigen a un equipo de hombres que no saben ni mancharse sus chaquetillas. Todos los días me encuentro con personas que me hablan de una manera, que me responden como jamás lo harían con un hombre. Y esa es una sensación con la que se vive”.
Hablo tambien con una camarera de un restaurante de València, evidentemente prefiere mantener en secreto su nombre y el de su lugar de trabajo (teme perderlo, y yo lo respeto). Me sorprende la honestidad y me avergüenza no haber preguntado nunca antes: “Soy camarera. Y sonrío, sonrío mucho porque en mi sector la simpatía y la paciencia son valores añadidos, seas hombre o seas mujer. Para mí el peligro no está en los puntuales (condenados por la mayoría de la sociedad) problemas que casi todas hemos vivido alguna vez: borrachos, jefes machistas, etc. Ni está en el flirteo de alguien que te encuentra atractiva y te pregunta, con educación y vergüenza, si te apetecería tomar un café algún día, eso lo puedo llegar a entender.
El problema está en los gestos que aguantamos a diario y que se asumen como normales: salarios más bajos, trato desigual, manoseos, frases fuera de lugar o bromas de tantos y tantos comensales que no nos hacen ninguna gracia. No, no me hace gracia que me digas al servir tu plato que qué bien trabajo con la muñeca, o que insinues que seguro que no es lo único que se me da bien. Porque ensucias mi imagen y haces que mi trabajo, que podría ser genial porque me encanta el trato con el público, se vuelva más triste y creas en mí una extraña sensación de culpa”.
Una carta de Tom Colicchio (chef y activista culinario) me conmueve por su integridad: el problema es de todos. En Una carta abierta a todos los chefs (hombres) habla sin tapujos de una realidad que asusta; por cercana. Y por injusta. “Las recientes revelaciones de acoso desenfrenado en la industria de restaurantes no han sido exactamente una sorpresa para las mujeres que trabajan en él. Ni para los hombres. Y es que esto no es solo una cuestión de unas cuantas manzanas podridas: algo está profundamente mal aquí. Es hora de que los chefs y los dueños de restaurantes reconozcamos con franqueza la situación y tengamos algunas conversaciones duras entre nosotros que hace tiempo debían haberse producido.
Comencemos con algo sencillo: juzgar a una mujer como un cuerpo en lugar de como una persona con mente, carácter y talento niega la medida completa de su humanidad. Está mal y nos degrada a todos”.
Todos lo intuíamos, pero hasta ahora no hemos hecho prácticamente nada, ¿qué tiene que pasar para que la industria despierte?