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Ela Vin: “La música me ha servido para poner las emociones en su sitio”

5/01/2020 - 

VALÈNCIA. Ela Vin (nombre artístico de Esther Vinuesa) confiesa que ha pasado toda la vida compaginándolo todo con la música: colegio, instituto, universidad. Las melodías la acompañan desde su más tierna infancia, cuando comenzó con 9 años a tocar el acordeón que heredó de su yayo. Hoy, esta compositora y multinstrumentista, y también profesora de música en un centro especial de Sagunto, sigue viviendo entre canciones. Las que más prendada la tienen son las de su último trabajo, Tlazohcamati, publicado en noviembre de 2019.

Tras sus dos EP (Solitoria, 2016 y Danzantes, 2018), Tlazohcamati, su primer LP, cuenta con diez canciones, su trabajo más largo hasta la fecha, y una melancolía que impregna todo el disco, reflejo también de la madurez y evolución de la valenciana. “Los instrumentos tienen un carácter más íntimo; no hay efectos electrónicos como en los anteriores. Además, la producción es muy orgánica: se escucha la respiración, los crujidos…”, apunta la compositora, que también revela las influencias que tiene su trabajo después de haber vivido un tiempo en México (no en vano, el título del disco es una palabra de origen náhuatl, lengua indígena mexicana).

El próximo 29 de febrero, Ela Vin tocará sus canciones en el Centro Excursionista de València. Mientras tanto, un aperitivo musical que no les dejará indiferentes.

Foto: KIKE TABERNER

-¿Cuándo comenzaste con la música, y cuándo se convirtió en tu profesión?
-Empecé con 9 años tocando el acordeón. Ese fue el inicio de mis estudios musicales. Luego, como en València no había posibilidad de continuar con este instrumento (al menos, en aquel momento), empecé con el clarinete, con el que terminé el conservatorio a los 24 años.

Después de haber estado un tiempo alejada de la música, comencé a explorar otra faceta que hasta el momento no se había dado: la composición. Empecé con piano, luego la guitarra, el ukelele; retomé el acordeón… Empecé a hacer canciones, y me pregunté qué pasaría si las metiera en un estudio y las “vistiera bonito”. Fantaseaba con la idea, que finalmente se materializó con Solitoria, después Danzantes y, por último, Tlazohcamati.

De este último trabajo, me gusta mucho la producción (con Cayo Bellveser y Xema Fuertes al frente, y que han tocado también en el disco), el sonido, la delicadeza. Para mí, es un trabajo íntimo, intenso emocionalmente; como un viaje a través de canciones que he ido componiendo en diferentes momentos de mi vida a partir de experiencias vitales. El 100% de mis canciones tienen una base autobiográfica. Tal como lo siento, lo aboco.

-Entonces, en este sentido, eres una compositora “tardía”. Muchos y muchas profesionales de la música confiesan haber comenzado a componer en su adolescencia, pero tú has tardado un tiempo hasta dar con esta faceta.
-Sí, hará unos seis años que empecé en serio con la composición. Fue algo que llegó con el tiempo. Antes, había estado estudiando e interpretando música clásica. El mundo del conservatorio no tiene nada que ver con lo que estoy haciendo ahora. De hecho, no sentí que en el conservatorio se estuviera potenciando la creatividad de la manera en la que siento que ha venido con los años. La disciplina es de mucha interpretación, de mucho estudiar; pero estás un poco constreñido a ciertos formatos. Tiene cosas buenas, evidentemente, y otras que, quizá, no lo son tanto.

A pesar de todo, mi experiencia en el conservatorio la valoro como muy positiva e, independientemente de que sea duro, te aporta unas bases y cimientos que, a mí, personalmente, me ayudaron muchísimo después. Se genera un poso que, con el tiempo, se va transformando.

Foto: KIKE TABERNER

-Compositora y multinstrumentista, ¿cómo te enfrentas a ambas vertientes?
-Son complementarias. Los instrumentos son los que me dan la llave para hacer canciones, componer letras y hacer melodías; pero, al final, no se daría una cosa sin la otra. Es una amalgama: está todo mezclado. Mi base es musical; a partir de ahí, genero la música y la melodía o la letra; y siempre, también, a partir de una emoción o una situación que se narra. En ese sentido, para mí es muy terapéutico.

-¿Por qué?
-La música también es de disfrute; pero, para mí, tiene un punto de conexión que me resulta especialmente terapéutico. A la hora de componer, personalmente, la música me ha servido para poner las emociones en su sitio, y para darle voz y palabras a las historias que me han marcado. Todo eso se refleja en mi música. Una canción puede recoger una experiencia de años o de meses; o una situación que se repite de manera cíclica en mi vida. Por eso es terapéutica.

Me encanta escuchar música de todo tipo; en casa; para bailar. Pero sí es cierto que la música que escucho siempre me tiene que conectar con alguna parte de mí que probablemente se haya visto reflejada en una historia similar. Ese es el motivo por el que tiene tanto poder.

-Uno de los instrumentos que te acompaña desde la infancia es el acordeón. ¿Qué particularidades tiene este instrumento?
-Para mí es un instrumento muy completo. Tiene mucha fuerza, resulta muy autosuficiente y llena muchísimo. No es un instrumento muy usual aquí, pero en Madrid, en el norte; o incluso en otros lugares de Europa y Sudamérica, sí.

A la hora de grabar siempre dejo una estela, un arreglo; el acordeón es mi seña de identidad, son mis orígenes familiares. El que sigo utilizando, de hecho, es herencia familiar. Era de mi yayo. Hay una vinculación muy fuerte.

-A la hora de utilizar un instrumento u otro, ¿en función de qué eliges?
-El criterio a veces es fortuito. Toco (casi) todos los días que puedo; repaso el repertorio que tengo siempre que puedo (rara vez hago versiones), y empiezo a jugar a partir de ahí con los acordes. Sí es cierto que el timbre del instrumento determina un poco la composición. El ukelele, por ejemplo, es más fresco, más liviano, más alegre; y el acordeón, por otro lado, resulta más folk y, al menos para mí, más melancólico. Su sonido está bañado de nostalgia.

De todas maneras, he compuesto canciones muy devastadoras con ukelele, porque he pensado que tenía que aportar la poca luz que tenían, precisamente, con ese timbre. Se puede jugar con los contrastes.

Foto: KIKE TABERNER

-Tus discos son autoproducidos, ¿necesidad o convicción? 
-Empezó siendo una necesidad, porque, por norma general, cuando quieres grabar un disco, generalmente no llega alguien que pone el dinero y te lo edita. Y, si no eso no pasa, hay que buscar una alternativa. De todas maneras, tengo que decir que tampoco me esmeré mucho en buscar un sello al principio porque esa búsqueda era ya un trabajo en sí mismo, y no tenía tiempo ni paciencia para ello.

No sé si ahora mismo es convicción, pero desde luego, la autoproducción te permite un punto de libertad que creo que no se daría de otra manera. Hago lo que quiero, cuando quiero. Y los derechos son míos, o compartidos con la gente que ha colaborado en el disco. Me da más independencia.

-Solo un 20% de las personas que actúan en los festivales españoles son mujeres. A Plácido Domingo, acusado por una veintena de mujeres de acoso sexual, le ovacionaron durante 20 minutos en La Scala de Milán el pasado diciembre. ¿Es la música un territorio más hostil que otros para las mujeres?
-Creo que todos los terrenos, desgraciadamente, son hostiles. Porque, o no estamos, o nos cuesta más estar. Me da la sensación de que, por el hecho de ser mujer, cuesta más que se reconozca nuestra profesionalidad o nuestra valía. Es innegable que existe un techo de cristal.

Los promotores culturales deberían responsabilizarse y ser conscientes de que hay un desfase muy grande con respecto a artistas masculinos y femeninas; tanto en los festivales, que son la punta del iceberg, como en las salas de conciertos. Muchas mujeres hacemos música, pero estamos invisibilizadas.

-También trabajas como profesora de música en un centro especial. ¿Qué nos enseña la música de su poder aquí?
-Trabajo con una amplitud de diversidad funcional muy grande. Mi función como maestra de música, con estos niños y niñas; se basa en la estimulación sensorial, el desarrollo de habilidades expresivas y creativas, la cooperación, la escucha; a nivel más técnico, la psicomotricidad, etc.

La música, en este contexto, es un vehículo o herramienta para que estos escolares desarrollen otras habilidades: capacidad de escucha, atención, cooperación, empatía… valores transversales que forman el espíritu y la personalidad. Por otro lado, cuando la estimulación es a nivel sensorial tiene un carácter más terapéutico, por decirlo de alguna manera.

-Ramonets, premiados con Mejor Disco de Música Familiar en la pasada edición de los Premis Carles Santos, pidieron a las familias que “no pongan reggateon a los niños y niñas”. ¿Compartes estas palabras?
-Sí. Lo comparto porque utilizan a veces un lenguaje muy machista. Hay que poner un filtro, especialmente cuando lo escuchan niños y niñas que son muy pequeños.

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