Inicio del paseo, los curiosos se agolpan frente a los marcos y Pilar saca la llave maestra para bajar a los almacenes (Fotos: KIKE TABERNER)
A lo largo del fin de semana se han programado hasta seis visitas a los almacenes del museo, y gracias a la curiosidad que mueve a los valencianos se han completado todas las plazas con gran velocidad. El pelotón ansioso, nuestro fotógrafo Kike Taberner y la intrusa de Culturplaza se adentran en la planta baja del museo, para descubrir que hay más allá. Pilar no está acostumbrada a que venga un fotógrafo, por lo que a Kike le cae alguna que otra bronquita por el click de su disparador. “Perdón, es la costumbre”, se excusa la guía.
Ella se considera como una de las guardianas del museo, que trabaja junto a sus compañeras que llevan más de 30 años en esto de la catalogación de las obras. Le contaron que cuando ellas llegaron al museo muchas de las obras colgaban de una especie de perchas -estilo jamoneras- y que nada estaba ubicado. Su tarea comenzó siendo una auténtica locura, intentando poner nombre y sitio a todo lo que les rodeaba: “Estaba todo desordenado, nuestra tarea es la de poner las cosas en el sitio y etiquetarlo todo. Cada movimiento tiene que quedar registrado y las obras tienen que quedar localizadas en todo momento”, explica sobre su labor. Ellas, y los seguratas, son las únicas personas que pueden bajar a la parte baja del museo y trastear por dentro, aunque en este fin de semana -tan excepcional- los valencianos tienen el lujo de sentirse parte del Belles Arts por un rato.
Las obras clasificadas en uno de los almacenes (Fotos: KIKE TABERNER)
Abajo los visitantes muestran toda su atención (dado que aunque quisieran distraerse no hay cobertura) y se arrejuntan para no pasar frío, ya que la temperatura base es de 19º, una cifra casi perfecta que se vigila constantemente: “Tenemos un técnico que cada vez que llueve viene a comprobar que todo está en orden, y todos los días hay que asegurarse que las condiciones son óptimas. Es un trabajo que nunca se ve y que permite que todo siga adelante”, explica ante los curiosos visitantes que miran, pero no tocan, los marcos colgantes que les rodean.
Tras unas escaleras serpenteantes, que según Pilar le ahorran el gimnasio a cualquiera, se encuentran hasta nueve almacenes en los que se puede ver de todo: siete de ellos son de pintura, uno de dibujo, uno de escultura y por último uno de artes suntuarias: abanicos, cerámicas y hasta monedas. Los visitantes ven por primera vez cuadros que no ven la luz desde hace años, algunos hasta con barro de la Riuada, y pasean entre las cajas que más de una vez han portado grandes cuadros muy prestados como el de María convaleciente, de Sorolla, cuya caja se encuentra entre los pasillos para si lo vuelven a pedir para trasladarlo.

Cada almacén está dotado de grandes paredes que sujetan los cuadros, etiquetas que los clasifican y en según qué zonas se apelotonan cajas para portarlos: “Los cuadros se catalogan por códigos, podría ser por épocas o autores pero resulta casi imposible. Cuando un museo pide que le cedamos un cuadro los montamos en cajas, que intentamos reciclar de año en año”, explica sobre el entorno. Entre las paredes de metal movedizas se encuentran cuadros de los años 40 y 50 y hasta obras de este año, la mayoría de ellas pertenecientes a concursos. De la misma forma los pasillos cuentan con la decoración de un par de obras de Carmen Calvo, no todo iba a estar sin decorar en las entrañas.
Los almacenes entre sí, más allá de su contenido, no varían demasiado, pero sí que hay un par que son especiales. Lejos del museo existe un almacén de gran tamaño, en el que entran obras que no caben en la altura de poco más de dos metros y medio que tienen los techos de los almacenes del Belles Arts. Pilar explica que también existe un almacén “de transición” que es para las obras que entran y salen, lugar donde los cuadros “reposan entre que se reciben y se exponen”. Estas salas sirven a su vez para controlar que todo esté en orden en caso de que una obra salga de “casa”. Los almacenes también se convierten en despacho cuando hay que hacer una ficha técnica para cada cuadro: “Anotamos siempre cualquier desperfecto con el que se envía el cuadro, se comunica con una ficha adjunta. En el caso de que el cuadro vuelva en mal estado podemos recurrir a este texto, aunque no nos ha pasado”, explica Pilar.
Visita al almacén de artes suntuarias, el más curioso de todo el recorrido (Fotos: KIKE TABERNER)
En el caso de que hubiera algún desperfecto se podría recurrir al otro museo, gracias a lo que se llama el seguro “de clavo a clavo” que garantiza la respuesta ante cualquier imprevisto. “Muchas veces cuando se llevan escultura nos da algo, cuando la manipulan da mucho miedo pero está todo muy controlado. En el caso de envíos muy grandes vamos con las obras al lugar al que se van a exponer y nos aseguramos de que todo es correcto, hasta el montaje de la exposición”, comenta Pilar sobre la labor de proteger las obras. Hace poco viajó junto a una de sus compañeras por la cesión de 53 obras de Sorolla para la exposición Sorolla y la pintura valenciana de su tiempo, que se puede ver en el Museo de Bellas Artes de Alicante.
“Viajamos allí y estuvimos de montaje tres días. No se pueden abrir las cajas hasta que no llegamos nosotras, y tenemos que comprobar que está todo en orden. En el caso de cesiones con museos como El Prado se puede llegar a pedir hasta un reportaje fotográfico de cómo llegan las obras, para asegurar que está todo en orden”, pero confiesa que parte muy buena del trabajo es estar viajando y no siempre en la parte baja, “la pandemia también ha hecho que esta comprobación se haga por videollamada, de manera adaptada”. De esta manera no solo protegen la obra, sino que la clasifican, la acompañan y por supuesto se aseguran de que esté en un buen espacio. La labor de las “guerreras del museo” es esa que no se ve pero que permite que exponer sea una realidad palpable.
Lo cierto es que el suyo es un trabajo infinito. Pilar cuenta que más allá del mantenimiento, el control y los paseos “arriba y abajo” también trabajan en equipo con los fondos que entran. Para concluir la visita Jose abre la última sala: el almacén de artes suntuarias, que da un respiro de los cuadros y los marcos resultando ser el más sorprendente del paseo. Entre sus vitrinas se encuentran desde piezas de cerámica hasta monedas y abanicos, objetos difíciles de clasificar y catalogar: “Nos encanta que lleguen donaciones, pero los abanicos se los podrían haber quedado porque dan mucha faena”, comenta entre risas Pilar, “desde hace tres veranos trabajamos en clasificar todo lo que tiene que ver con esta zona, y aún nos queda mucho tiempo para que esté completa”. Jose señala que va siendo hora de cerrar las puertas, aunque si alguno de la visita se ofrece a clasificar abanicos seguro que Pilar estaría encantada.
Cierre de puertas y salida a la superficie (Fotos: KIKE TABERNER)