LA LIBRERÍA

En las profundidades de HP Lovecraft: una mitología

El escritor y profesor de universidad David Hernández de la Fuente nos ofrece esta interesante aproximación al genio de Providence que ha publicado recientemente la editorial Materia Oscura

26/06/2017 - 

VALÈNCIA. Camarero, hay un Lovecraft en mi sopa. Ya hemos hablado de él en otras ocasiones, y todo apunta a que vamos a seguir haciéndolo. Porque HP Lovecraft, el genio de Providence, está de moda. Hace no mucho, Stephen King decidió que podía ser una buena idea homenajearlo en su infructuosa novela Revival. También fue Lovecraft la inspiración de otra novela, Carter & Lovecraft, en la que se nos situaba en la piel de unos personajes que se las veían con conflictos con aroma a ciénaga y a seres marinos de aspecto inquietantemente anfibio. Pero no solo eso: en las estanterías de las tiendas cada vez hay más elementos a la venta nacidos de una parte u otra del universo de este escritor: juegos de mesa, películas, cómics, videojuegos o merchandising -se habla también de una futura serie-. Hay incluso varias aplicaciones para smartphones en las podemos, por ejemplo, alimentar a un pequeño y entrañable monstruo hasta que se convierta en un poderoso y temible dios marino -un tamagotchi versión horror cósmico-, u otras donde se nos permite leer supuestos fragmentos del Necronomicón, el libro maldito del árabe loco Abdul Alhazred, una ingeniosa creación lovecraftiana tan presente en la cultura popular que no son pocos quienes han llegado a creer en su existencia real.


Pero no, mal que nos pese, el Necronomicón no existe. Tampoco existe Cthulhu -afortunadamente-. Ni R'lyeh, la ciudad levantada en base a una geometría no euclidiana que descansa en el fondo del océano. Quien sí existió fue el artífice de una cosmogonía que lejos de haber perdido fuelle con el paso del tiempo, parece que cada vez va a más, un cosmos habitado por seres primigenios venidos desde los confines más oscuros e inimaginables del espacio, seres ciclópeos, inconmensurables, nauseabundos, interminables, cuya pura existencia es un atentado contra la cordura de los pobres e indefensos mortales, quienes francamente, no tenemos nada que hacer ante ellos más que perder el juicio y acabar consumidos, de una manera o de otra. Este universo sin concesiones, en el que el ser humano es un mero espectador, un peón en medio de luchas titánicas y de intereses ocultos e incomprensibles, fue el legado que Howard Phillips Lovercraft nos dejó para que pudiésemos ampliar nuestros horizontes en materia de terror. Él se encargó de crear una mitología propia que cautivó no solo a los escritores que desde entonces pasarían a ser denominados “el círculo de Lovecraft”, sino a millones de lectores a lo largo y ancho de un mundo en el que él, todo sea dicho, no confiaba demasiado.


Llegados a este punto vamos a plantear la pregunta que da sentido a todo este artículo: ¿quién fue realmente Lovecraft? Muchas personas han tratado de responder esta cuestión desde que el célebre escritor viniese al mundo un veinte de agosto de mil ochocientos noventa en Rhode Island, y se marchase allí también en un no muy lejano quince de marzo de mil novecientos treinta y siete, mientras los españoles, ajenos a la existencia de este fabuloso creador de mitos, luchábamos para vencer a nuestro propio horror. Una de estas personas es David Hernández de la Fuente (Madrid, 1974), escritor y profesor de universidad especializado en la historia cultural de la Antigüedad -no podía ser de otra manera-, cuya interesantísima aproximación al genio de Providence, titulada Lovecraft. Una mitología, ha publicado recientemente la editorial Materia Oscura, sello del que ya hablamos aquí gracias a su brillante apuesta por Ciclonopedia, un libro delirante que bien podría haber seducido al mismísimo Lovecraft, al que sin duda también homenajea su escritor, Reza Negarestani.

Hernández nos presenta al autor a través de las fases y experiencias que atravesó durante su no muy dilatada vida, y lo hace con una escritura vehemente, impetuosa, entregada. De la manera en que lo haría uno de los incontables fieles que el escritor tiene y ha tenido desde que sus primeros cuentos llegaron a ojos del público, entre cuyas filas Hernández, como es lógico, se encuentra. Porque Lovecraft, más que lectores, cuenta con adeptos. Feligreses de la cofradía de Cthulhu. A partir del planteamiento de una dicotomía, la lucha literatura versus razón, Hernández desarrolla una biografía que en lugar de centrarse en aspectos superfluos de la vida de Lovecraft, va directamente al meollo del asunto: ¿qué le pasó al genio de Providence durante aquellos años en los que permaneció recluido en su casa tras un ataque quizás de agorafobia una vez terminada la secundaria? Una pesadilla que duró desde mil novecientos ocho hasta mil novecientos catorce, desde los dieciocho hasta los veinticuatro, periodo de metamorfosis tras el cual el prometedor y muy capacitado estudiante Howard emergió de la crisálida convertido ya en el futuro maestro del terror Lovecraft, ese a quien Borges calificó de epígono de Poe, un creador de mundos “con las persianas bajas”.

Tenía que ser así. Podemos especular mucho sobre qué hizo el joven y pálido Lovecraft puertas para dentro en su habitación; no cabe duda de que pensó, leyó y escribió hasta la saciedad. Apasionado de los mitos grecolatinos, desarrolló su propio panteón de dioses haciendo uso de sus vastos conocimientos sobre la antigüedad e impregnando estas historias clásicas de la misteriosa oscuridad en la que vivió y que caracteriza los paisajes imposibles en los que moran sus seres. Tenía mucha razón Borges, tanto en lo de las persianas como en lo de la creación de mundos. Son pocos los elegidos para ser demiurgos de un universo fantástico que perdure. Tolkien fue uno. Lovecraft fue otro. Al primero se le ha imitado hasta la saciedad, con buenos resultados en muchas ocasiones. Al segundo no. Y no será porque no se haya intentado. Pero Lovecraft tenía algo que no conseguimos reproducir, una combinación de inteligencia, sensibilidad, erudición e imaginación muy particular, una combinación ganadora en el juego de la literatura que ya nadie tiene: quienes quieren hacer creer que sí, acaban estrellándose contra la dolorosa realidad. Quizás él vio, en aquellos años de reclusión, esos mundos sobrecogedores que luego convirtió en palabras. Quizás de un modo u otro, estuvo allí. Lovecraft era ante todo un soñador -y en su literatura tuvo un gran peso lo onírico-, una figura capaz de viajar con la mente a los lugares más fascinantes de la eternidad, esa en la que yace la muerte, que como sabemos, con los eones, también puede morir.


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