El filósofo italiano alerta sobre la desaparición de la conciencia de clase, diserta sobre el no-futuro y hace balance de uno de sus textos clave: el Manifiesto Postfuturista
VALÈNCIA. Franco Berardi 'Bifo', celebró en 2009 los cien años del Manifiesto Futurista desmontándolo. El aceleracionismo al que nos había acostumbrado el siglo XX, con el consecuente triunfo de todos los postulados neoliberales (consumismo, individualismo, violencia, brecha social), no es posible ya sin el caos. El trabajo del pensador marxista se centra en entender, a través de la filosofía estética, cómo han cambiado las proyecciones del futuro de los cuerpos precarios.
'Bifo' pasó la semana pasada por la Cátedra de Estudios Artísticos del IVAM para desarrollar las ideas de un trabajo posterior, Fenomenología del fin (Caja Negra, 2017), uno de los escritos esenciales del pensamiento contemporáneo. Horas antes, contestó las preguntas de Culturplaza.
- ¿Cuál es el peso de la cultura en la proyección que hacemos sobre nuestro futuro?
- El problema es que la palabra cultura tiene varios sentidos, dos al menos. De hecho, los alemanes utilizan dos palabras diferentes para referirse al término latino cultūra: bildung, habla de la autonomía, de la acción cultural, la cultura como un elección de valores, de proyectos, de posibilidades; kultur se refiere a lo que no nos pertenece de manera voluntaria, aquello que nos forma y nos determina. La relación entre bildung y kultur es el problema crucial de la libertad humana y de la posibilidad de autonomía y de transformación de la cultura. Creo que cuanto más crezca la dimensión tecnológica dentro de nuestra imaginación, por consecuencia, nuestra libertad se reduce. Vivimos una época de extremo retroceso del bildung, de la posibilidad de elección cultural. Es la forma de totalitarismo definitiva, una en la cual no estamos obligados a hacer algo porque creemos que lo elegimos al pertenecer a nuestra cultura. Sé que es una respuesta amarga a tu pregunta, pero al mismo tiempo me digo: si nos queda ese pequeño terreno de creación, pensemos en cómo hacerlo lo mejor posible.
- En los productos culturales más populares, como el cine y la televisión, hay un discurso hegemónicamente distópico. ¿Cómo conquistar ese espacio mediático desde la esperanza?
- La palabra esperanza no me dice nada. Me dice algo la palabra posibilidad, si quieres. La distopía que hace veinte o cuarenta años era una parte marginal de la producción cultural, de la narración colectiva, hoy ha invadido casi todos los rincones de la comunicación. ¿Pero podemos esperar algo de la esperanza? La distopía no es un efecto malintencionado, no es producto del poder, sino lo contrario. La comunicación publicitaria no es más que la promesa de una realidad inexistente. La verdadera cuestión no es la de relacionar la distopía con la falta de esperanza, sino profundizar en el mismo interior de la distopía, y tratar de buscar una salida de ella.
- ¿Hay géneros o disciplinas artísticas que, de manera natural, desarrollan una mayor conciencia de clase? Mark Fisher hablaba de la electrónica como un reducto cultural ajeno al realismo capitalista, y Jeff Mills lamentaba el pasado julio que el techno se haya acomodado y vuelto apolítico.
- La expresión conciencia de clase necesitaría una precisión. No la rechazo en absoluto, pero me pregunto, ¿dónde está? No la veo por ninguna parte, porque quienes están explotados, viven una situación de precariedad tal que les impide reconocerse como clase. De esta manera, es difícil precisar dónde puede estar concentrada.
Un ejemplo de esto es el último film de Ken Loach, Sorry we missed you. Me parece una obra extraordinaria de análisis, comprensión y captación de todos los elementos psíquicos, sociales, de lenguaje, políticos de la condición presente. ¿Se puede hablar de conciencia de clase allá? Justamente lo que Loach dice con el final de Ricky es que ha desaparecido, que la desesperación y la impotencia mortal se está imponiendo en nuestros días.
- En este debate sobre las proyecciones del futuro, ¿dónde queda el existencialismo? Actualmente, este término se entiende más como un sentimiento producto de la melancolía que una corriente filosófica per se.
- Si le quitamos esa lectura superficial que se le da hoy al existencialismo, si lo entendemos como un término filosófico, sigue tan vigente como siempre. El existencialismo sigue significando que la vida humana, las relaciones sociales no se refieren a ninguna esencialidad, que no hay nada ante la relación entre tú y yo. No nos conocemos, no sabemos de dónde venimos, no sabemos dónde vamos, solo sabemos lo que podemos construir juntos, sabemos lo que nuestra dimensión existencial puede producir o no.
Pero como tú dices, ahora se entiende este carácter melancólico y deprimido. ¿Y por qué? Cuando olvidas todas las premisas esencialistas (el deber, la patria, el socialismo, la verdad de no-se-qué), cuando llegas a la realidad existencial, te das cuenta del hecho de que no hay, en nuestra capacidad comunicativa, en nuestro interior, la potencia. No es una problema de relación a la verdad, es un problema de lo que podemos... La forma social del trabajo, del lenguaje, de la comunicación, hoy producen impotencia, y por tanto, depresión.
- Dos preguntas a partir del Manifiesto Postfuturista, del que fuiste autor en 2009, y que tal vez permitan una lectura más optimista sobre el futuro. Adelantas en este texto la necesidad de feminizar la sociedad, y en los últimos años, el feminismo se ha convertido en el movimiento social más importante del mundo. ¿Se puede entender como la punta de lanza de una alternativa real a las estructuras neoliberales?
- Aunque me siento halagado por la repercusión que ha tenido el Manifiesto Postfuturista, yo creo que ese ciclo acabó en 2011 con la explosión del Movimiento Occupy, que fue la expresión de un deseo y una posibilidad. El deseo de los cuerpos de salir de la dimensión opresiva del trabajo asalariado y de la precariedad laboral, y de encontrar otros cuerpos en una dimensión que sea la de la gratuidad, del erotismo, del placer, de la cortesía, de un lenguaje sin salario, no competitivo. ¿Y qué pasó? Que una movilización histórica fracasó estrepitosamente porque no sabemos salir del enfrentamiento político. Ese es el problema.
Después del movimiento Occupy ha habido un fortalecimiento de la guerra, del fascismo, del capitalismo, y por tanto, una disgregación de los cuerpos, porque eso es el efecto de la precariedad. Así que, lo que yo escribí en el Manifiesto Postfuturista sigue siendo la idea de una vida feliz que es posible, que está en nuestra posibilidad, pero entre la posibilidad y la acción falta una potencia.
- Por eso mismo te preguntaba si el feminismo, que está incluso rompiendo barreras ideológicas, podía invitar al optimismo.
- El movimiento feminista global se manifiesta de dos maneras diferentes. Uno es #NiUnaMenos, y es la expresión de un deseo oprimido y violentado, pero que permanece como deseo. Son cuerpos que quieren salir de la opresión y la violencia. La otra manera es el #MeToo, que me parece la negación de la autonomía de los cuerpos, la reducción protestante, puritana y profundamente blanca del cuerpo a la ley y a la verdad. ¿Cuál de los dos movimientos puede devenir como más potente? Naturalmente, o yo al menos lo espero, que sea #NiUnaMenos, pero necesita -una vez más- la potencia. La potencia femenina -diferente a la potencia masculina- que no es competitiva pero que no consigue erigirse como la manifestación mayoritaria del movimiento. Yo soy pesimista, en este sentido, aunque sí creo que la energía latina (o barroca) del movimiento #NiUnaMenos es la única subjetividad que puede reproducir una potencia mayoritaria en la sociedad, pero eso sigue siendo un forma puramente defensiva, porque la fuerza mayoritaria hoy no es el erotismo, es la violencia; no hay deseo, hay depresión. #MeToo es un efecto de la depresión.
- Con el auge de internet se ha creado una especie de ciberestado, con una economía y un marco moral propio. ¿Cómo se puede regular? ¿Es necesario, o acaso, posible?
- El núcleo de la cuestión es: ¿se puede regular internet? No lo creo. La idea de que el ciberespacio pueda ser administrado por una entidad territorial o jurídica es una ilusión. ¿Crees que Google pertenece a Estados Unidos? ¡No! Son los Estados Unidos los que pertenecen a Google. La relación entre ley, regulación, voluntad y expansión autónoma del lenguaje se ha subvertido totalmente gracias a la fuerza del trabajo cognitivo, gracias a la intelectualización del trabajo colectivo, pero eso significa también que no podemos ilusionarnos con un gobierno político en la red. La red solo puede ser gobernada por la conciencia de los que la producen, los trabajadores cognitivos.
Filosóficamente hablando, la relación entre voluntad y proceso ha cambiado desde la Modernidad. La Modernidad está caracterizada por un carácter particular, nuevo (y no eterno), de la voluntad. La voluntad podía gobernar el lenguaje y la sociedad. Maquiavelo nos explica que el poder político (el Príncipe, como él lo denomina), es un hombre que puede gestionar Fortuna, que es mujer y caprichosa. Eso ya no existe. El hombre fuerte ya no tiene ninguna potencia, porque la realidad del lenguaje se ha desencadenado completamente. Eso es bueno en parte, porque significa el fin de la potencia masculina en el poder, pero hay un problema de autogobierno en esta potencia del lenguaje: sigue sin ser femenina. Esto significa que el lenguaje ha acabado desencadenándose en violencia y se ha convertido en un todo contra todo.
- Entonces, ¿cualquier intento de crear una red que deconstruya una sociedad injusta va a ser estéril? ¿Tenemos que empezar a resignarnos ante cualquier esperanza de cambio que trajo internet, por el poder actual de las corporaciones?
- En este momento, la red, tal y como la entendimos en los 80 y los 90, ha desaparecido completamente. No hay una red. Hay enormes corporaciones globales que organizan jerárquicamente, desde la producción (que no desde la política), el flujo del lenguaje colectivo. No creo que la solución de esto la vayamos a encontrar desde la política. Creo que todo es un problema de autoregulación de los flujos deseantes. Dicho de otra manera, es el cuerpo el que debe reinsertarse en el interior del flujo lingüístico. #NiUnaMenos es eso: la capacidad de un cuerpo violado y oprimido de reafirmar su fuerza deseante, intentando difundirla en la dimensión pública. Los efectos aún no ha sido aún capaz de subvertir las relación de poder, porque cuando las mil mujeres acaban de cantar "El violador eres tú" juntas, vuelven solas a sus casas, donde reside la impotencia, la falta de potencia colectiva. Ese es el problema: que no somos capaces de crear una fuerza regulatoria de la potencia deseante y vamos al Estado a pedir que cree leyes, pero el Estado también es impotente. La potencia solo reside en el cuerpo colectivo, y este se encuentra hoy en una situación de precariedad que le incapacita.
- A pesar de que las grandes corporaciones se lucren del trabajo creativo de la gente que comparte sus obras a través de internet, la posibilidad de cualquier persona, profesional o no, pueda crear artísticamente (el Do It Yourself), ¿no cumpliría esto que planteabas en el Manifiesto Postfuturista de la unión entre la ingeniería y la poética?
- Claro que sí, pero lo hacen de una manera totalmente abstracta. El problema no es lo que puedo, abstractamente, hacer en la dimensión del ciberespacio; el problema es qué puedo hacer en este que implique, que modifique, que activice el cuerpo colectivo. El verdadero problema no reside en las herramientas de las que disponemos, sino en los cuerpos. ¿Qué pueden hacer los cuerpos hoy? Nada. Y podemos hacer todo en una dimensión totalmente abstracta. No estoy en contra del ciberespacio, creo que la riqueza reside en su integración con los cuerpos, pero si como el capitalismo está consiguiendo, separamos estas dos dimensiones, se genera esta impotencia de los cuerpos y una abstracción frustrante. Podemos gozar muchísimo en lo abstracto, pero eso no produce absolutamente nada para nuestra vida.
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