VALENCIA. Las políticas culturales en torno a la ciudad de Valencia han demostrado ser ineficaces, ineficientes e injustas a lo largo de las últimas décadas. De ninguna otra forma se explica que la Bienal, el festival VEO o la Mostra se hayan esfumado pese a contar con una cantidad de recursos económicos que, unos pocos años después, suenan a ciencia ficción. Cuesta digerir que, en términos de empleo y posicionamiento de ‘la marca Valencia’ en el mundo, pese a haber forrado con pan de oro las visitas de periodistas llegados desde los confines de la Tierra a inauguraciones y eventos, el peso del sector en la ciudad sea ínfimo.
La cultura de la nada es la consecuencia. Los sectores han funcionado a dos velocidades: desde la hipertrofia a partir del dinero público en busca del rédito electoral o el gorjeo personal, hasta la independencia más absoluta. Una independencia que se enfrenta, eso sí, a un nuevo escenario político desde una situación compleja: no pesa políticamente (y, de hecho, no hay ni un solo creador cultural en la primera línea de cargos culturales de ninguna de las instituciones), ha asumido una pesada emigración del talento y cuenta con una distancia histórica –y denunciable- con respecto a las inquietudes de la burguesía y el poder económico en la ciudad.
Mientras la Comisión Europea publica su estudio para que el plan Europa 2020 no pase por alto los efectos de la cultura en el desarrollo regional, mientras que China, primera potencia económica del mundo, eleva del 2,5% de 2007 al 5,6% actual el peso de la cultura en su PIB, o mientras que el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) y el Museo d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA) reciben 22 millones de euros en el último lustro frente a los poco más de 10 recaudados en el mismo periodo por el San Pío V y el IVAM, la nueva hornada de gestores políticos de la cultura tratan de encajar una efervescencia de creación cultural independiente en los imposibles presupuestos valencianos.
A su favor, cuentan con al menos tres factores únicos a los que, dada la escasez de recursos, están obligados a vampirizar: la capacidad teórica y de impacto nacional e internacional gestada desde la Universitat de València, en la que destaca el Proyecto Sostenuto, que evidencia empíricamente la relación entre la riqueza de las regiones europeas con la dimensión de los sectores cuturales y creativos (bastaría con revisar la inversión pública de Estados Unidos en este ámbito a lo largo del siglo XX); la generación espontánea de un amplio abanico de festivales urbanos y, por último, el factor Turismo al que todavía no se han sumado el poder de los barrios ni sus creativos.
En pleno verano, nueve de esos festivales urbanos se integraron en la Plataforma de Iniciativas Culturales Urbanas de Valencia (PICUV) para, frente a la debilidad del sector y las múltiples propuestas emergentes, tratan de centrar una voz ante las instituciones. Una voz de mínimos y que, escuchados más de la mitad de sus gestores, tiene distintas inquietudes para con el Ayuntamiento de Valencia o la Generalitat Valenciana. Desde aquel 27 de julio inicial hasta la pasada semana, los representantes de la PICUV han mantenido reuniones con los representantes institucionales para, sin amainarse en la independencia conocidos los fiascos del pasado ‘por un puñado de monedas de oro’, pedir el apoyo institucional.
Y ahí nacen las diferencias, aunque se coinciden en los mínimos exigibles. Mientras que algunos de los nueve integrados (Russafart, Cabanyal Íntim, Russafa Escènica, Circuito Bucles, Ciutat Vella Oberta, Distrito 008, Benimaclet ConFusión, Intramurs, y MUV! Circuito Música Urbana Valencia) sí muestran una decidida intención por incluirse en los que serán los primeros presupuestos para la Generalitat y el Ayuntamiento de los nuevos mandatarios, otros señalan unas necesidades mínimas de comunicación, producción y unificación en una agenda única para la ciudad de festivales urbanos. Por el momento han logrado unificar su voz y sentarse ante los máximos representantes de las instituciones que les corresponden.
Con un carácter abierto a festivales que suceden en la ciudad pero que, por el momento, no se han integrado o no lo harán, la pasada semana volvieron a reunirse con una de las dos concejalías que en la ciudad maneja asuntos culturales. En estas reuniones, así como en la mantenida con los representantes de la Conselleria d’Educació, Investigació, Cultura i Esport, el acogimiento no pudo ser más amable, “pero nos dicen que no hay dinero”, confirma uno de los portavoces de la PICUV. Las partes saben de la oportunidad que, en este preciso momento, mientras se gestan las tensiones para arañar las escasas posibilidades en inversión cultural no comprometidas por los anteriores gobiernos, supone acometer la presión en este momento, pero los frutos podrían ser distintos a los esperados.
Este domingo, de forma oportuna, el Comitè Escèniques inició un debate con diferentes agentes de la ciudad para dilucidar el distorsionado camino de la cultura y de sus expresiones emergentes. Lejos de amilanarse en discursos de otro tiempo, la independencia de los invitados –algunos de ellos coincidentes en la PICUV- hizo que se escuchasen ideas en torno a los “yonkis de las subvenciones” o “enfermos dependientes”, en alusión al estado crítico de las artes y su complicada búsqueda del apoyo a través del dinero público. El escenario es complejo ya que, sin que sea todavía un rasgo presente, gestores culturales de otro tiempo mantienen la rémora de un establishment cultural con base económica en el erario público que, tal y como se les ha transmitido desde las instituciones, no será. De otro lado, y sin tener en cuenta el hecho generacional en un sentido de la edad natural, sino de la realidad vivida a través de otras experiencias, otras propuestas locales solo entienden el cambio político como una oportunidad para que las instituciones entiendan la posibilidad económica para la ciudad del innegable talento creativo.
Además de los nueve festivales citados se podrían incluir La Cabina, Creador.es, Deleste Festival, Valencia Negra y, de nuevo, la Mostra, que dentro de unos días se presentará rescatada como Mostra Viva gracias de nuevo a la propia iniciativa de trabajadores entusiastas. Son muchos, descoordinados de una agenda de comunicación común entre sí, al amparo de publicitarse por su cuenta y riesgo o de gestionar producciones y logísticas que, en ciudades con menor población y unas comunidades creativas tan activas como paralelas como Valencia (Edimburgo o Rotterdam), causaría estupor el saber que se sustentan sobre estructuras económico-empresariales que son la no-estructura.
Porque la realidad es que los festivales citados, con sus distancias de público, bagaje y futuro, se manejan entre el cuenta con paga, la capitalización de salarios o el altruismo puro, con una donación de tiempo y talento creativo a la ciudad que hasta la fecha sigue sin recogerse por parte de las instituciones. Propuestas que, por otro lado, discurren actuales al sentido transversal de la cultura a través de las disciplinas, una realidad muy difícil de encontrar a partir de los grandes contenedores institucionales y que la ciudad disfruta desde la precariedad de sus agentes creadores.
Los festivales urbanos ya aportan marca fuera de Valencia. Así se desprende de los propios datos recogidos por la PICUV y entregados a las instituciones locales, pero sobre todo del boca-oreja que hace que en otras ciudades de España se tenga la citada efervescencia, ajenos todos por supuesto a la precaria situación de los mismos. La ciudad tiene una oportunidad innegable en ellos para subirse a hombros de lo que para ciudades como los casos citados de Edimburgo o Rotterdam -evitando la comparación con potencias en esta estrategia conjunta de ciudad como Berlín, París o Londres- es una realidad y un generador de un turismo que genera riquezas a distintos plazos, estado de bienestar y regeneración social. Nada le conviene más a los implicados que tomarse muy en serio la oportunidad latente.
Si repasamos todos los festivales citados, el calendario de la ciudad de Valencia resulta apabullante. Y, de hecho, lo es. Lo es pese a la realidad de sus estructuras empresariales y pese a la falta –hasta la fecha- de una estrategia conjunta para este aspecto, capaz de moldear una cantidad de contenidos y de arraigo a los barrios que jamás hubieran partido de un solo despacho. La PICUV mantiene la comunicación constante y tantas reuniones como es capaz de acordar para generar esa plataforma de gestión conjunta de básicos, desde la ‘oficina única’ durante las semanas en torno a cada festival hasta la agilidad en los latosos procesos para permisos municipales. En el mejor de los casos, habrá que plantearse ideas de concurso público, de presentación de proyectos e intenciones, de datos económicos y audiencias, de permeabilidad de la independencia innegociable, de fiscalización pero también de financiación, y la creación de una marca y agenda conjuntas deseables. La iniciativa, con los flecos de ser pionera para la ciudad y con la PICUV habiendo logrado unificar voces heterogéneas, tendrá en breve una respuesta en lo económico en los presupuestos locales y autonómicos. Una posición, la del primer año de legislatura, que algunos temen marque precedente. En un sentido o en el contario.