VALÈNCIA. Este fin de semana Jaione Camborda se convertía en la primera mujer española en alzarse con la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, un galardón que ha recibido tras el éxito de la película O corno, un relato sobre el aborto durante la dictadura franquista. En su discurso, la creadora quiso compartir el premio con "todas esas cineastas que están por venir y serán referentes para las siguientes", un mensaje que todavía resuena en el Palacio de Congresos Kursaal. “Creo que está pasando algo a nivel global en el cine español. Hay más mujeres, estamos viajando más, hay otro tipo de cine que se está reconociendo. Me alegro mucho estar viviendo este momento”, explicaba hace apenas unos meses Carla Simón, tras recibir el Premio Nacional de Cinematografía 2023 por "posicionar el cine español en el panorama internacional con la obtención del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín”, expresó el jurado. En este mismo verano, por cierto, también se rompían varios récords con el blockbuster de Greta Gerwig, una revisión de Barbie que ha acabado convirtiéndose en la película dirigida por una mujer más taquillera de la historia.
Camborda, Simón o Gerwig son algunos de los nombres que dan forma al presente y futuro del audiovisual, pero, ¿qué pasa con los del pasado? Ahí la cosa se complica. Reconstruir la historia de las artes desde un punto de vista feminista, recuperando los nombres de aquellas creadoras olvidadas y poniendo en valor su obra entre programaciones y colecciones masculinizadas, se ha convertido en uno de los grandes objetivos de los gestores e instituciones culturales, especialmente, en la última década, en las que se ha puesto el foco sobre la brecha de género como nunca. Desde el ámbito de las artes plásticas hasta el del audiovisual se trabaja por reconstruir un relato cargado de nombres propios que, en muchos casos, han quedado en el olvido, nombres como el de Helena Cortesina.
La valenciana fue la primera mujer en producir y dirigir un largometraje en España, una cinta que se estrenó en nuestro país hace ahora un siglo y cuya historia recupera La Mostra de València mediante la exposición Helena Cortesina, una cineasta pionera en España, que se puede visitar hasta el 30 de noviembre en la Galería del Tossal. La muestra parte de una profunda investigación a cargo de su comisaria, Irene de Lucas Ramón, un trabajo que más adelante se verá en forma de publicación y mediante el que se completa el puzzle de una biografía sobre la que todavía quedaban muchas incógnitas por resolver. “Cortesina no solo quería ser artista, le interesaba tener el control creativo”, explicó la comisaria durante la presentación del proyecto expositivo, acto en el que también participó el director artístico de La Mostra de València, Eduardo Guillot; el concejal de Cultura del Ayuntamiento, José Luis Moreno, y el director adjunto de Audiovisuales del Institut Valencià de Cultura, Francesc Felipe.
Bailarina, cantante, actriz de cine y de teatro, productora y directora de cine o empresaria teatral son algunos de los apellidos que acompañan al nombre de Helena Cortesina, un listado al que se suma otro bien especial, el de ‘La venus valenciana’. Fue el pintor Joaquín Sorolla, del que este año se conmemora el centenario de su fallecimiento, quien calificó así a la valenciana cuando esta posaba como modelo para una de sus obras. Fue en enero de 1923 cuando, tras varios pases privados y un notable “éxito” en la red de cines de Cuba, se estrenaba Flor de España o la vida de un torero en nuestro país, una película muda rodada entre Madrid y Aranjuez. De ella apenas se conservan unos pocos fotogramas –hasta hace poco se creía que solo uno- y la banda sonora que compuso Mario Bretón –hijo del compositor de La verbena de la Paloma- para acompañar su proyección en directo, un documento de gran valor, pues contiene interesante información sobre la trama.
Fue cuando apenas cumplía los dieciocho años que Cortesina produjo, dirigió y protagonizó la película, siendo esta la primera y, también, la última que lideró un rodaje. Lo hacía tras varios años trabajando en el mundo de las artes y el entretenimiento, como bailarina o actriz, unas primeras experiencias que poco a poco quiso moldear para acceder a aquellos espacios sagrados del séptimo arte. “Cortesina quería interpretar y, para ello, manejaba su imagen a través de las entrevistas, con anuncios y con posados a los que convoca a fotógrafos y también empieza a modificar su imagen para acercarse más a lo que eran las estrellas de cine", relata la comisaria. Su incursión en el mundo de la dirección, a través de la empresa Cortesina Films, fue, sin embargo, más bien breve, un acercamiento independiente que supuso la primera y única vez que dirigió una película.
Si bien en muchas ocasiones se había justificado la desaparición de la compañía a causa de las malas críticas que recibió la película, la investigación impulsada por Irene de Lucas Ramón apunta en otra dirección. La cinta, según explica, habría recibido buenas críticas, especialmente tras su recorrido por Cuba. Sin embargo, su estreno en España –dos años después de su producción- habría coincidido con la entrada de Cortesina en el circuito teatral así como con su primer embarazo, circunstancias que la habrían llevado a tomar un nuevo rumbo profesional. “Era una mujer con grandes aspiraciones”, relata la comisaria de la exposición.
Para explicar su historia, eso sí, hay que tener en cuenta tanto su contexto profesional y personal como político. Fue su compromiso desde la Alianza de Intelectuales Antifascista para la defensa de la cultura uno de los motivos por los que más tarde se vio forzada al exilio en Argentina, país donde vivió hasta su fallecimiento, en 1984. “Fue uno de los nombres silenciados por la censura”, relata Irene de Lucas. Allí, de la mano de su compañero sentimental y escenógrafo, Manuel Fontanals, inició una nueva etapa en su vida, aunque siempre vinculada al teatro y al cine. De hecho, fue en Buenos Aires donde creó su compañía, años en los que, junto a otros exiliados como Margarita Xirgu o Pedro López Lagar, participó en la versión de las Bodas de sangre de Federico García Lorca, una cinta dirigida por Edmundo Guibourg. Un siglo después, los focos vuelven a Helena Cortesina.