VALÈNCIA. Una autovía. Una urbanización residencial. Un bloque de edificios a medio construir. Un polígono. Un centro comercial. Un solar vacío. En los últimos años, la periferia de las ciudades se ha convertido en un escenario tan identificable como repetitivo. Frente a la atracción irrefrenable que ejercen las zonas céntricas de las urbes, las afueras (entendidas en su sentido más amplio) parecen quedar relegadas a meros espacios de tránsito. Los kilómetros que recorremos diariamente de casa al trabajo y viceversa. La mañana empleada en comprar muebles de nombre impronunciable. La paella de domingo en casa de ese amigo que se ha ido a vivir a una vivienda unifamiliar en mitad de la nada. La otredad.
Sin embargo, la periferia también puede ser foco de ebullición y sacudir nuestros cimientos personales. De hecho, el cine la ha convertido en protagonista de una de las películas más aclamadas del pasado año, Tres anuncios en las afueras (Martin McDonagh, 2017). En ella, una madre desesperada (interpretada por Frances McDormand) alquila varias vallas publicitarias en los alrededores de su municipio para denunciar la inacción policial frente al asesinato y violación de su hija, atacada precisamente mientras volvía de noche a casa por ese camino. El espacio se convierte así en un personaje central de la trama cinematográfica y va desvelando poco a poco las miserias de quienes lo visitan.
En el caso de este film, las afueras quedan representadas por un punto concreto en una carretera secundaria, alejado de todo y de todos. Una coordenada que encarna aquello que el antropólogo francés Marc Augé denominó no lugar, escenarios que no forjan la identidad de quienes los transitan, en los que se está de paso, que cuentan con sus propios códigos de comunicación y donde se establecen relaciones sociales muy específicas. Una gasolinera o un área de servicio, el supermercado, una habitación de hotel, un aeropuerto, un aparcamiento, una autopista… Emplazamientos de los que sabemos poco, cuyo contexto a menudo ignoramos y que atravesamos por necesidad para acabar regresando finalmente a aquellas madrigueras que consideramos nuestros auténticos lugares.
Al mismo tiempo, se considera que los no lugares son algo subjetivo, pues, un espacio que para muchos carece de significado puede ser crucial en la trayectoria vital de otra persona. En ese sentido, la socióloga Marina Requena considera que no se puede hablar del conjunto de la periferia como un no lugar absoluto, sino de localizaciones concretas que sí responden a esa definición. “En la periferia también encontramos barrios donde surgen iniciativas disruptivas interesantes de activismo y resistencia, donde se hace de la necesidad virtud y surgen redes de apoyo mutuo”, explica. A este respecto, el propio Augé señala en su libro Los no lugares. Espacios del anonimato. Antropología sobre la modernidad (1993) que “los lugares y los no lugares se entrelazan. La posibilidad del
no lugar no está nunca ausente de cualquier lugar que sea”. A menudo, a la hora de considerar a un no lugar como tal importan más las acciones que en él se dan que su propia localización en el territorio. Todos, en alguno momento, somos nuestras propias afueras.
Que resulte tan sencillo reconocer la periferia urbana y los elementos que la pueblan no es algo casual. Como explica Miguel Álvarez, uno de los responsables de la plataforma sobre uso del territorio Nación Rotonda, en España gran parte de estas zonas se han diseñado “siguiendo un esquema muy parecido, que contrasta con la trama de los centros urbanos, que suele ser mucho más intrincada”. “En casi todas podemos encontrar espacios muy amplios y lineales, con bloques de viviendas desperdigados y zonas verdes, rotondas, grandes carreteras…Se trata de entornos pensados fundamentalmente para el coche y en los que las conexiones de transporte público suelen ser malas o inexistentes”, apunta.
Otra característica clave es la división de funciones, así, como indica Álvarez, “mientras que en el centro de las ciudades podemos ver una combinación de usos, en las afueras prima la separación: hay zonas residenciales, polígonos, centros de comerciales y de ocio… A raíz de la crisis inmobiliaria en estos espacios también se han hecho habituales los solares vacíos o los edificios a medio hacer”. Las dotaciones deportivas o sanitarias, el alumbrado público o los recursos de mobiliario urbano también son a menudo deficitarias en estos emplazamientos que existen a medias.
Como ya hemos dicho, empleo, desplazamiento y consumismo son los denominadores comunes que encontramos en estos no lugares periféricos. El primero queda representado por los grandes polígonos industriales, el segundo por las interminables franjas del asfalto sobre las que conducimos y, el tercero, en los grandes complejos de ocio plagados de franquicias de comida rápida, tiendas de ropa low cost y multicines. Según apunta Álvarez, estos grandes centros comerciales situados en las afueras “funcionan como una pieza de la ciudad aislada del resto: cuentan con parking propio, horarios concretos, conexiones por carretera que te llevan directamente a sus puertas…”. Puede que cuenten con zonas residenciales en las proximidades, pero, “no son parte de la vida de un barrio”, quizás los tengas cerca, pero no los sientes como propios. Mastodóntica superficie mercantil y sentimiento de pertenencia no parecen dos conceptos que hagan muy buenas migas.
Y precisamente el consumismo es el hilo conductor para llegar a otro de los elementos clásicos de las periferias urbanas: las grandes vallas publicitarias. En Tres anuncios en las afueras ejercen como catalizadoras del conflicto, pero, en nuestra rutina vital son más bien un atrezzo diseminado por los márgenes de las carreteras que va decorando a base de eslóganes y ofertas imbatibles nuestros trayectos cotidianos. Como explica J. Vicente Ferrando, director de la empresa de publicidad exterior ARCO, estos anuncios son empleados por toda clase de empresas, “desde supermercados a peluquerías o talleres de coches. Tenemos un abanico muy amplio de clientes, aunque suele primar el negocio local frente a las grandes multinacionales”.
“Las vallas constituyen una enorme tarjeta de visita en la calle. Son una forma efectiva de hacer que la gente te recuerde”, indica el responsable de la compañía. En la película de Martin McDonagh estos recursos publicitarios no son alquilados por ningún comercio, sino por una madre que rebosa rabia, culpa e impotencia. Y, aunque Ferrando admite que nunca ha recibido el encargo de un particular, señala que, siempre que cumplieran con la normativa, cualquier ciudadano podría alquilar una de sus vallas. Legalmente, es posible colocar mensajes de todo tipo en este soporte siempre que no se entre en injurias y calumnias o que se atente contra el honor y la imagen de los afectados. A partir de ahí, depende del cliente.
Así, poner tres anuncios en las afueras de una ciudad resulta tan sencillo como contactar con la empresa encarga de instalar las vallas y establecer un tiempo y una tarifa. En el caso de Arco, suelen trabajar “con contrataciones de larga duración, que suelen ir de seis meses a un año y cuyo coste oscila entre los 180 y los 300 euros mensuales”. Pero si alguien desea una valla para un par de semanas o incluso un día, también es posible llevar a cabo el proyecto, por supuesto.
En palabras de Marina Requena, “las ciudades reproducen la estructura social, pero no hay nada estanco, las urbes se pueden rehacer y regenerar. Los no lugares de la periferia han sido el resultado de condicionantes por el modelo de ciudad de tipo neoliberal y su orientación globalizadora”.
Como apunta el representante de Nación Rotonda, “ningún experto en urbanismo cree ya que este modelo sea el más adecuado. Es necesario que las zonas de la periferia tengan más mezcla de usos y, para ello, debemos planificar la construcción de una manera más equilibrada, algo que, por ejemplo, se está poniendo en marcha en Holanda”.
En su opinión, el objetivo que debe marcarse la sociedad contemporánea es conseguir “ciudades policéntricas en lugar de grandes centros que fagotizan los municipios que hay a su alrededor”. En cuanto a España, Álvarez se muestra optimista, aunque anhela “que la Unión Europea nos ponga firmes, pues la concepción de la ciudad que estamos desarrollando no es sostenible”. Hasta entonces, cualquiera con ganas de lanzar un mensaje al mundo puede alquilar por un módico precio tres, trece o treinta anuncios en algún no lugar de su preferencia. Incluso uno en el que se reivindique una periferia repleta de vida, actividad y significado.