VALÈNCIA. Entre 1960 y 1973, más de 600.000 españoles se marcharon a trabajar a Alemania fruto de un convenio de emigración con el régimen franquista. Entre aquel éxodo masivo se encontraban los padres de la autora, directora de escena y actriz gallega Iria Márquez. Los años en el extranjero fueron asimilados por sus progenitores, Ángel y María Jesusa, de manera opuesta. Él los experimentó como una oportunidad para escapar del hambre que se vivía en la posguerra; ella, como un trance traumático. Sus experiencias han sido dramatizadas por su hija menor en un montaje que se repone del 17 al 20 de noviembre en la Sala Russafa, Un lugar de partida.
El título juega con la polisemia, ya que al significado más obvio del viaje suma el concepto que esconde el llamado síndrome del cuerpo partido, cuyos afectados, por mucho que pase el tiempo, mantienen la cabeza en un lugar geográfico y el cuerpo en otro. "Son personas que se sienten deslocalizadas y esa percepción no les permite terminar de integrarse, por lo que sufren ansiedad y depresión. Entre sus víctimas está mi madre", lamenta la protagonista de esta obra que arrancó como una pieza corta para un vivero de Russafa Escènica en 2019. El eje conductor de aquella edición era España y a Márquez la animó para hablar de las fracturas emocionales que habían cambiado la vida de su familia.
"Durante el proceso de documentación me he estado debatiendo entre dos tesis: si la marcha de un país responde a una decisión unipersonal o si está motivada por gobierno, instituciones y necesidades que van más allá de nosotros mismos. Mi conclusión es que los movimientos migratorios tienen que ver con que el país no te está abasteciendo de lo fundamental", expone la dramaturga, que para distinguir un tipo de emigración de otro, ella habla de un lugar al que ir y un lugar en el que estar.
Este come come la ha acompañado toda su vida y se agudizó con la marcha en 2009 de su hermano mediano, Raúl, a Estados Unidos y Panamá por idénticas razones a las que espolearon la partida de sus padres. Después de explorar las razones y el dolor inherente de ambas decisiones, Iria se ha dado cuenta de que aunque la obra habla de sus familiares, en realidad se estaba contando a sí misma. "Las sensaciones que vivo en València son idénticas, aunque las circunstancias son distintas. Ahora hay más comunicación, más dinero, mi marcha de Galicia no puede compararse con la experiencia de los que vienen en una patera, pero echo de menos mi tierra de origen y siento cierto desarraigo".
Sus padres, de 86 y 76 años respectivamente, han vivido la obra como una catarsis, porque les ha servido para reflexionar sobre lo vivido. Iria los entrevistó a ambos, así como a sus hermanos y a sus tías, las hermanas de su madre. El espectáculo, interpretado por Héctor Fuster y ella misma, se nutre también de fotografías personales y de una cinta de 1966 grabada en super-8 que digitalizó. "Por grano y color, tiene una gran potencia. Son materiales que podían haberse perdido para siempre", reflexiona la autora, a la que le da la impresión de que tanto para María Jesusa como para Ángel, todo este proceso creativo les ha servido para relativizar y "entender que lo que les sucedió no era una decisión propia. No todo el peso recaía en ellos".
Tanto durante las charlas mantenidas como en el proceso de escritura, la directora ha intentado entenderlos y entenderse: “He hecho de psicóloga sin quererlo y les he ayudado a explorar sus sentimientos y sus necesidades. Mi intención era que se comprendieran bien ambos personajes. Uno tenía razones pragmáticas y buscaba una vida mejor para su familia, y mi madre, emocionales y racionales, ligadas con la idea de la crianza de la familia en unidad”.
Márquez le ha dado un empaque musical a la travesía familiar con la ayuda de David Campillos y Javier Marcos, de Galope. Juntos realizaron una selección de temas que conectaban emocionalmente con lo que se cuenta. Destacan dos composiciones folklóricas, El emigrante, de Juanito Valderrama, y la canción popular gallega La Rianxeira. A estas dos elecciones cargadas de simbolismo han sumado un éxito de los pioneros alemanes de la música electrónica Kraftwerk y la versión que Johnny Cash hizo del Hurt de Nine Inch Nails. "El conjunto tiene una unidad de estilo, porque todas las versiones que suenan en la obra están compuestas con idénticas tonalidades", comenta la escritora dramática.
A la vista tiene otro proyecto donde vuelve a bucear en la comunicación y en la familia. Le aguarda un mes de escritura intenso, porque los días 7 y 8 de diciembre, en el Teatre Rialto, se han fechado las lecturas dramatizadas del resultado de su participación en el Laboratorio Ínsula Dramataria Josep Lluís Sirera.
La obra transcurrirá en un observatorio astronómico y abordará la desestructuración de las relaciones humanas. La trama parte de sus sensaciones durante el confinamiento y la pasión compartida con su padre por la astronomía. "Viví el encierro en casa como muchas otras personas, con miedo a la muerte de los seres queridos. Pensar que iba a perder a alguien era como una espada de Damocles y, sin embargo, estábamos más comunicados. Lo curioso es que aunque nos llamábamos todos los días, sentía que aquello era ineficiente. Todos los días eran iguales, así que no nos contábamos cosas interesantes".
En Stelae, que así se titulará la obra, quiere hablar de la rutina comunicativa que puede instalarse en las relaciones, pero esta vez va a evitar el elemento personal. De hecho, considera que Un lugar de partida no se adscribe exactamente a la autoficción, ya que expone la vida de sus progenitores: "Si hablas de ti misma te expones y punto, pero recrear la vida de mis padres ha sido más violento. Lo que pasa es que siempre que escribimos plasmamos nuestros conflictos e inquietudes. La clave está en hacer trascendente lo que te sucede a ti. La autoficción no es un género con el que me quiera identificar, pero me interesa por el grado de humanidad y de emoción”.
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