Lo más seductor de su canto lo encontramos en las arias de tempo lento, donde el contratenor lució sus capacidades para el control dinámico, el fraseo y la expresión emocionada
VALÈNCIA. El monográfico de Handel que Philippe Jaroussky hizo en el Palau de la Música tuvo la gracia de ir creciendo en intensidad expresiva a medida que avanzaba la velada. De forma el público, por esos secretos vínculos de reciprocidad que se van estableciendo entre músicos y oyentes, fue entregándose también cada vez más. Huelga decir, pues, que el éxito fue clamoroso.
El contratenor francés escogió una serie de arias que, con algunas excepciones, no son de las más conocidas, y con las que está haciendo una gira para presentar un nuevo disco. Entre ellas se intercalaron obras instrumentales, también del compositor sajón, que sí han conocido una divulgación mayor, especialmente los movimientos de concierto pertenecientes al op. 6. La parte instrumental estuvo a cargo del Ensemble Artaserte, que trabaja con Jaroussky desde 2002. Es también su director musical, aunque no en el sentido tradicional del término, porque el cantante, entre aria y aria, se sitúa tras el clavecín hasta la siguiente intervención vocal.
A pesar de esta modesta ubicación, la línea interpretativa de las obras está determinada por él. Por otra parte, este formato donde el divo “desaparece” sin abandonar la sala, permite que apenas haya interrupción entre las piezas que se van desgranando. Se eliminan así los reiterados aplausos al final de cada obra que, tratándose de partituras breves, desconcentran a los músicos y rompen la panorámica propia de los conciertos monográficos. Se trataría, en suma, de reavivar la vieja y sana costumbre de no aplaudir mientras se vayan ejecutando obras de un mismo autor, costumbre esta que, a día de hoy, se olvida con demasiada frecuencia. Tanto es así que los músicos van ideando estrategias para transmitir que aún no ha llegado el momento del aplauso. Así, los pianistas mantienen una mano o ambas sobre el teclado. Los directores dejan la batuta en alto, y los violinistas retiran muy poco a poco el arco de las cuerdas. Hay mil maneras, en fin, pero lo de esconderse tras el clave resultó realmente simpático.
En recientes declaraciones suyas, Philippe Jaroussky reconoce que ha cambiado la tesitura de alguna de estas arias para adaptarlas al color de su voz. Es cierto que el propio Handel hizo lo mismo en muchas ocasiones, pero también lo es que un compositor tiene, sobre su propia obra, unos derechos que no siempre debería arrogarse el intérprete. En cualquier caso, las versiones de Jaroussky resultaron sumamente gratas la mayor parte de las veces. Las arias rápidas y de trepidante ornamentación se dieron con la tensión y la agilidad necesaria, y presentaron unos Da Capo con repeticiones convincentes por la variación y por el coraje para el riesgo. Buenas muestras de ello se escucharon en “Vile, se mi dai morte”, de Radamisto, una partitura cuyos ornamentos vocales, que casi podrían calificarse como furiosos, no son sino una manera de expresar la agitación anímica del personaje. Se puso con ella un brillante colofón a la primera parte, como “Rompo i lacci”, de Flavio, lo hizo con la segunda, a pesar del quiebro que hubo en el último salto hacia arriba.
Al igual que en el monográfico de Vivaldi que dio Jaroussky en la misma sala (noviembre de 2014) -y salvando todas las distancias que hay entre Handel y el compositor veneciano-. lo más seductor de su canto lo encontramos en las arias de tempo pausado. En ellas resultan más visibles otros recursos de la voz virtuosa: messa di voce, igualdad de registros, legato, fraseo elaborado, medias voces y capacidad expresiva. Es en estos ámbitos donde el contratenor francés vierte con hondura la tristeza, la angustia o la ensoñación, y lo hace, además, con una delicadeza extrema. Deja de tener importancia, entonces, que su voz no sea muy potente, o que los graves tengan escasa entidad. La desesperación, llegada en tales piezas a un punto ya carente de arrebatos, impregna el “Deggio morire oh stelle”, de Siroe re di Persia, o el “Stille amare”, de Tolomeo.
Con todo, lo más conmovedor del miércoles fue “Ombra cara”, de Radamisto. El fraseo, de una fluidez extrema, y el juego de dinámicas, parecieron un bonito presagio –salvando de nuevo las distancias- de lo que serían, en la centuria siguiente, las líneas onduladas de Bellini. Con el modelo escogido para la presentación del concierto, el oboe del Adagio del Concerto op3/3 inició su actuación, sin cesura, en la misma nota donde había finalizado el aria anterior, como si se hubiera compuesto a modo de epílogo, algo que, evidentemente, no sucedió. Pero la atmósfera, incluso siendo de obras bien diversas, muestra una gran afinidad.
Se interpretó en este monográfico una página no prevista en el programa inicial, la Sinfonía “Arrival of the Queen of Sheba” del oratorio Solomon. No aparece esta obra en el disco que está promocionando Jarousky (‘Händel: Opera Arias’). Tampoco ninguna de las páginas del op. 6 o el op. 3. Estos complementos instrumentales cumplen su función en el directo, pero no lo harían en una grabación, puesto que no está completa la obra de la que provienen. La inclusión de esta pieza de Solomon en la gira puede obedecer tanto al deseo de ampliar la panorámica de los géneros más señeros en la producción de Handel (oratorios, ópera y conciertos), como a la voluntad de dar más cancha a los oboes que el compositor programó para el op. 3 y el aria de “Rompo i lacci”. O, quizá, simplemente, porque esta “Llegada de la Reina de Saba” se utilizó en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, y ha adquirido notables cotas de popularidad. Se compensaba así, de alguna manera, para el oyente que sólo quiere oír lo que ya ha escuchado antes, la puesta en juego de un repertorio, en buena, parte poco conocido.
El Ensemble Artaserse brindó ajuste y energía, cumpliendo con la función que en Handel tiene la orquesta en cuanto a profundizar atmósferas y ampliar la significación del canto. Pero el grupo aún parece lejos de alcanzar la riqueza en los matices dinámicos que exhibe quien los lidera. En todo caso, el público, que llenaba la sala, aplaudió con entusiasmo a ambos, y tuvimos tres regalos, todos ellos magníficos. El primero, de la ópera Amadigi, “Pena tiranna”, con una intervención destacada del fagot, e indudables ecos de una de las arias más conocidas de Handel “Lascia la spina” del oratorio “Il trionfo del Tempo e del Disinganno”, estrenado en 1707. El compositor la incorporó, con pocos cambios (texto aparte) en “Lascia ch’io pianga”, de la ópera Rinaldo. Y de nuevo aparece, aunque muy fragmentariamente, en esta “Pena tiranna” de 1715. No hay que extrañarse, porque Handel, como casi todos los compositores de su época, se autoplagiaba con frecuencia, a sí mismo y también a los demás. Con una frecuencia que quizá pudiera estar por encima de la media.
Se ofreció como segundo regalo “Sì, la voglio e l’otterrò”, de Serse. Y de esta misma ópera fue el tercero, “Ombra mai fu”, también conocidísimo, y que brindó a Jaroussky, de nuevo, la oportunidad de exhibir sus mejores dotes.