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Kazuya Murayama, ganador de La Cabina: "Mi objetivo es el largometraje"

El japonés conquista el principal premio del festival gracias a su película ‘Ochiru’

26/11/2017 - 

VALÈNCIA. Desconocidas en España, pero estrellas de una subcultura muy popular en Japón, las idols son celebridades adolescentes que acceden a la fama gracias a la publicidad que obtienen en los medios. Son, mayoritariamente, cantantes y actrices (también modelos) que desempeñan diversas actividades públicas, pero que antes de alcanzar el éxito se mueven en pequeños círculos locales, tratando de conseguir una amplia base de fans mediante sus actuaciones. Ochiru, la opera prima de Kazuya Murayama, narra la historia de Kohei, un maduro artesano textil que un día se encuentra por casualidad con Meme Tan, una idol de su localidad y, poco a poco, va cayendo bajo su hechizo, desarrollando sentimientos platónicos hacia la joven que le llevan a perder la cabeza. El jurado del festival La Cabina ha considerado que era el mejor film presentado en la sección oficial este año.

El director japonés pasó por València para presentar una película que, según sus palabras, “es un paso de cara a poder rodar un largo”. Murayama estudió cine en la Universidad de Nueva York, donde empezó a foguearse en formato video en el año 2002. “No tenía intención de volver a mi país”, asegura. “Pero mi mujer se quedó embarazada y tuvimos que regresar a Japón, donde resulta bastante más complicado ganarse la vida con el cine. Por eso después de graduarme empecé a trabajar en una empresa de publicidad, haciendo anuncios y videoclips. Pero mi objetivo es el largometraje”. De momento, se maneja bien en las distancias cortas. Los 32 minutos de Ochiru plantean, como él mismo subraya, “un argumento con desarrollo y conclusión. Muchos cortometrajes terminan de manera abrupta, pero yo he querido contar una historia completa, algo así como un largometraje comprimido. De hecho, lo considero una carta de presentación”. 

La historia tiene diferentes niveles, motivo por el que escogió la palabra japonesa del título, que puede tener hasta cinco significados distintos. “Inicialmente tiene el sentido de perderlo todo, extraviar el sentido de la vida y caer en una profunda depresión. Además, a nivel literal, es caer. También puede entenderse como enamorarse, igual que en inglés: fall in love (caer en el amor). La cuarta acepción está relacionada con los refranes, se refiere a esa situación en que estás enamorado de alguien pero te das cuenta de que no te corresponde, no es la persona para ti. Por último, los japoneses usamos a veces la palabra para definir que algo no tiene conclusión, aunque el final de mi película no es abierto ni ambiguo”. De algún modo, todos esos significados están en el interior de una película que presenta una relación sentimental entre un adulto y una muchacha. “Entiendo que para la sociedad española la situación quizá es un poco rara, pero en Japón hay personas maduras que por un lado tienen su rutina de trabajo habitual y, al mismo tiempo, desarrollan una atracción platónica por cantantes juveniles. Es un peculiar fenómeno fan”. Inevitablemente, el espectador puede encontrar en la historia ecos de la Lolita de Vladimir Nabokov, adaptada al cine en 1962 por Stanley Kubrick. “Por supuesto, conozco Lolita, pero en realidad cuando hice mi película tenía en mente El ángel azul (Der blaue Engel, Josef von Sternberg, 1930), creo que existen más conexiones con esa historia de un profesor de escuela que se obsesiona con una cantante. Me atraen las historias sobre gente de clase trabajadora que se derrumba emocionalmente. También me siento identificado con Viridiana (Luis Buñuel, 1961), me gusta mucho cómo se hunde ese hombre que intenta violar a una joven monja”. 

En su caso, el oscuro objeto de deseo es una adolescente que canta en la calle en busca de ampliar su club de seguidores. “Mi protagonista todavía no es famosa, por eso no puede vivir de ser idol y lo compagina con su trabajo en una peluquería. Es una idol aún a nivel underground, que aún no ha logrado un éxito que le permita aparecer en televisión. Hay ocasiones en que las idols menores de edad y sus fans están muy cerca y suceden historias peligrosas, porque alguno se ha vuelto loco y ha llegado a agredir a la cantante”. Kohei también sucumbe, pero Murayama opta por mostrar sus emociones con sutileza, sin histrionismo. De hecho, el personaje apenas habla. “Como es una película corta, quería que pudiera expresarse solo con alguna palabra suelta, pero que el público entendiera perfectamente cómo se siente. La forma de compensarlo es la letra de Wonderland, el tema pop que canta la joven, que está expresando los sentimientos del protagonista. Por otra parte, la gente que se dedica a trabajos manuales en Japón suele ser muy respetada y bastante callada”.

El trabajo previo del cineasta en el terreno del videoclip ha sido crucial a la hora de elaborar las secuencias en que la chica actúa en directo, pero también en otros aspectos del film. “He realizado unos ochenta videos musicales, que a menudo se hacen con poco dinero, y eso me ha servido para trabajar con un presupuesto ajustado. También me encargo con frecuencia de la producción, como he hecho en la película. Y, por supuesto, ha sido importante a la hora de encontrar el ritmo adecuado de montaje”. Todo ese esfuerzo no ha caído en saco roto, no solo por el premio obtenido en La Cabina, sino porque el film ha tenido un recorrido bastante interesante, que incluye una mención especial en el Yubari International Fantastic Film Festival y un segundo premio en la sección Creadores Factory del Kyoto International Film and Art Festival. “De València la película viajará a París, donde participa en un festival sobre cultura japonesa. Será la última proyección internacional, porque ha sido difícil que la seleccionaran a causa de la peculiaridad de la historia, que puede no entenderse del todo en otros países. En otros certámenes se ha proyectado como cortometraje, porque se suelen aceptar películas de hasta cuarenta minutos. Es una duración muy poco habitual en Japón, y tuve que hablar con los gerentes de los cines personalmente para poder estrenarla, porque me ocupé de todo lo relacionado con la promoción y la publicidad. Así conseguí que se proyectara en salas de Tokio, Osaka, Saga y Nagoya. Un éxito, en realidad”.

Murayama tiene ya la vista puesta en el futuro. Su ansiado largometraje ha empezado a tomar forma. “De nuevo será una película centrada en un aspecto concreto de la cultura juvenil de mi país, poco conocido en otros sitios”, avanza. “Es una moda llamada Visual kei, un estilo musical que se caracteriza por el uso de diferentes niveles de maquillaje, peinados elaborados y trajes extravagantes. Las bandas que practican Visual kei abordan diferentes estilos, como el rock, la electrónica o el pop, aunque hay quien no lo considera un género musical y lo asocia más con la moda. En Francia es un movimiento un poco más conocido”. Habrá que ver cómo enfoca un tema que, de entrada, se asocia con el colorido y la estética pop, sobre todo después de comprobar su vocación por el melodrama, que ratifica cuando habla de su director favorito. “Me gustan mucho las películas de Rainer Werner Fassbinder, como Todos nos llamamos Ali (Angst essen Seele auf, 1974). Vi casi toda su filmografía en mi época de estudiante y fue una gran influencia. En apariencia son historias muy sencillas, sin embargo, los personajes tienen un background muy profundo. Hay una crítica implícita al nazismo muy importante en la historia de ese trabajador extranjero que entabla una relación con una mujer madura. Es el tipo de película que me interesa, y en cierta manera buscaba conseguir algo parecido con Ochiru”.

 


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