El estreno de ‘Buscando a Dori’ pone en valor a una compañía con más de 30 años de vida que no sería lo que es de no mediar la brillante colaboración del inefable empresario
VALENCIA. Desde esta semana Buscando a Dory, la 17 película de Pixar está en las pantallas españolas. Se trata de una producción de alto coste con un presupuesto de 200 millones de dólares, similar al de grandes apuestas como Avatar, o algunas de las entregas recientes de franquicias como Spiderman o X-Men. El largometraje codirigido por Andrew Stanton y Angus MacLane promete ser una de las producciones que animen la hasta ahora alicaída cartelera y contribuirá a prolongar la leyenda de la empresa que ha marcado el rumbo de la animación contemporánea.
El nacimiento de Pixar como tal y su historia no se podrían entender sin la presencia de Steve Jobs. Sin embargo, tanto su éxito como su consagración como estudio fueron producto de una cadena de aciertos azarosos concatenados que tuvieron lugar en el momento más necesario. Desde el principio.
Jobs, por ejemplo, llegó hasta lo que era el germen de Pixar casi de casualidad. Su amigo Alan Kay le habló durante un paseo de un antiguo conocido suyo, Ed Catmull. Conocedor de su pasión por la unión entre arte y tecnología, le comentó la existencia de una división de LucasFilm dedicada al desarrollo de programas informáticos en la que estaba Catmull.
De manera instintiva y sin prácticamente conocimiento de la materia, Jobs decidió adquirir la empresa. En la misma encontró, aparte de a Catmull, a Alvy Ray Smith, cofundador de la empresa, y a un animador recién despedido de Disney a quien había rescatado Catmull del paro: John Lasseter. Jobs estaba interesado en los gráficos por ordenador y al ver los avances de este grupo, consciente de que los ordenadores serían cientos de veces más potentes en apenas unos años, entendió que allí podía encontrar algo. En su único encuentro con George Lucas antes de la venta, éste le advirtió: “Estos chicos sólo están interesados en películas de animación”. Un mensaje que pareció incluso agradarle. El cambio de nombre de la empresa (se llamaba The Graphics Group) y la adquisición por parte de Jobs, quien pagó apenas cinco millones de dólares a George Lucas y aportó otros cinco para la capitalización, contribuyeron a dar aire a un proyecto que hacía agua por todos lados. Fue entonces cuando nació Pixar como tal, en 1986, hace ahora 30 años.
Los inicios, como se corresponde con las leyendas, no fueron precisamente fáciles. Por un lado estaban los problemas económicos. De las tres líneas de negocio que puso en marcha Pixar, Jobs confiaba principalmente en dos: el desarrollo de programas y el desarrollo de ordenadores de alta gama. Estos tenían éxito en los servicios médicos, las empresas de animación como Disney y los servicios de inteligencia. Entre los contratos más jugosos, el que obtuvieron de la Agencia Nacional de Seguridad y uno que firmaron con Disney, por el cual crearon un paquete de hardware y software que permitía informatizar el proceso por el cual se convertían los dibujos en imágenes en color para fotogramas en celuloide.
La tercera, la realización de cortometrajes, se entendía como una extensión de la empresa, puro marketing, ya que su función era dar a conocer las posibilidades de sus productos. Y aunque Jobs estaba muy orgulloso del trabajo que allí se hacía, lo entendía como algo complementario. Al frente de este departamento se hallaba Lasseter, devoto del universo Disney (fue incluso guía en Disneyland), por quien Jobs sentía una especial predilección. Perfeccionista obsesivo como él, con Lasseter reeditó un tipo de relación que le había funcionado muy bien en el pasado con Steve Wozniack, el genio que había creado los primeros Mac y hombre de confianza de Jobs. Aunque su papel era más bien secundario, ya que el fuerte del negocio de Pixar, en principio, eran los paquetes de software y hardware, Jobs le dejaba hacer como a nadie.
Llegó un momento en que Jobs había invertido más de 50 millones de dólares (la mitad de lo que había ganado tras ser despedido de Apple) y no se veía luz al final del túnel. Las únicas alegrías le procedían de este departamento. Luxo jr., una producción de apenas dos minutos realizada para vender la calidad de sus programas, con música de Chick Corea, sorprendió al mundo de la animación y estuvo incluso nominada al Óscar. Suponía un paso adelante en la producción, acababa con los modelos tradicionales, y significaba una revolución tanto estética como profesional.
Pero a pesar de su éxito y de lo que supuso de innovador, la empresa no hacía más que acumular pérdidas. Llegó el momento de hacer recortes y despidos, una situación en la que Jobs actuó como el déspota que fue en ocasiones. En ese contexto, Lasseter, temblando, le solicitó 300.000 dólares más para su nuevo cortometraje. Jobs mostró su otra cara, la creativa, no dudó y tras aprobar el gasto, le dijo: “Sólo te pido una cosa: haz que sea genial”. Jobs creía en Lasseter, en lo que estaba haciendo (“aquello era arte”, diría años después). Y cuando Jobs creía, no había fe más fuerte en el mundo.
El cortometraje en el que estaban trabajando se llamó Tin Toy. ¿Quedó genial? Acabó ganando el Óscar al mejor cortometraje de animación. Con todo, los premios no dan de comer ni son ingresos per se, y Pixar seguía en una situación límite, al borde de la quiebra. Jobs estaba tan desesperado que estudió la posibilidad de vender la empresa por los 50 millones de dólares que había invertido a quien le pudiera interesar. Era eso o huir hacia delante. Y como era él, prefirió seguir hacia el precipicio. Si había agua lo sabría al tocar suelo.
Fue entonces cuando Jobs realizó una de sus típicas jugadas de maestro. Durante un encuentro con Jeffrey Katzenberg, entonces uno de los mandamases de Disney, le preguntó si Disney estaba contento con Pixar. Katzenberg respondió que sí entusiasmado. Jobs dijo entonces que para que ellos estuvieran contentos con Disney querían hacer una película. Y tenían un guión. Se llamaba Toy story y era, en cierta medida, una progresión natural a los conceptos mostrados en los dos cortometrajes citados.
Filosóficamente, Toy story partía de un concepto que a Jobs le encantaba, y que desarrolló profesionalmente con el tiempo, y es que los objetos tenían vida propia, y esa vida era más plena si se empleaban para lo que habían sido creados. Disney aceptó comprarle tres películas a Pixar, pero sus condiciones eran tan leoninas que el acuerdo estuvo a punto de no firmarse.
No sólo eso, Katzenberg tuvo la desafortunada idea de querer involucrarse en el desarrollo del argumento y lo hizo con la torpeza propia de los ególatras. “Soy un tirano pero normalmente tengo razón” era su máxima. Sus reclamaciones en pos de crear una mayor intensidad a la historia acabaron deformando la película y convirtiendo al vaquero Woody en un psicópata. En la biografía de Walter Isaacson sobre Jobs se relata la sorpresa de Tom Hanks, doblador del personaje, quien dijo al grabar los primeros copiones: “Este tipo es un capullo rematado”.
El visionado de la primera media hora del largometraje en noviembre de 1993 fue un drama. Los resultados eran desastrosos hasta el punto que en Disney estaban a punto de cancelar la película. Fue la intervención oportuna de Tom Schumacher, directivo de Disney, el que revirtió la situación cuando le explicó a Katzenberg porque no estaba saliendo lo que esperaban. “Porque ha dejado de ser su película”, dijo.
Conscientes de los errores, los directivos de Disney dieron un paso atrás y dieron carta de libertad a Lasseter y su gente, atendiendo a las reclamaciones de Jobs. Tres meses después, Lasseter presentaba un nuevo guión, y se reiniciaba en la práctica la película. Jobs estaba emocionado con el resultado y masacraba a sus amigos enseñándoles nuevas versiones de lo rodado. Larry Ellison acabó hasta el gorro de visionar una y otra vez las mismas secuencias.
Pero el ego de Katzenberg provocó una última tensión innecesaria. Cuando Jobs comunicó que se tenía que ampliar el presupuesto del film, Katzenberg se negó. Jobs le replicó que era culpa suya el retraso en el film, a lo que Katzenberg respondió que ellos sólo habían hecho que dar su asesoramiento. Incapaz de reconocer su estúpido comportamiento y lo dañino de su actitud, el ejecutivo se convirtió en un impedimento y Jobs mantuvo el proyecto a flote gracias a sus aportaciones personales. Aún así tuvo que mediar Catmull, más diplomático que Jobs, para solucionar el conflicto entre éste y Katzenberg.
Foto: John Lasseter y Steve Jobs, las dos caras de la genialidad.
Una vez solucionado el problema del presupuesto, la película fue avanzando hasta estar completada. Jobs estaba tan emocionado con ella que decidió sacar a bolsa a Pixar coincidiendo con el estreno, algo que asustó al resto de la compañía. La fe de Jobs era más fuerte que la de cualquiera, ya se ha dicho. Incluso en Disney no eran conscientes, ni mucho menos, que tuvieran el film del año entre sus manos, como el propio Eisner admitió tiempo después.
Toy story fue un éxito extraordinario, tanto que cuando las acciones de Pixar salieron al mercado se revalorizaron pasando de 22 dólares a 49 en un solo día. El taquillazo fue descomunal, hasta el punto de ser el largometraje estrenado en 1995 que más entradas vendió, por delante de la fallida Batman Forever (Joel Schumacher), de la apreciable Apollo 13 (Ron Howard), de la gran apuesta de Disney para ese año, Pocahontas, o películas hoy míticas como Seven (David Fincher) o tan populares como Jumanji (Joe Johnston).
Pese al éxito, la relación de Pixar con Disney no fue idílica. Las tensiones de los primeros años hicieron que se planteara por parte del jerifalte de Disney Michael Einser que las secuelas de Toy story se harían sin la gente de Pixar, algo que a Lasseter, Jobs y compañía les sonó tan trágico como si les hubieran anunciado que iban a violar sus hijos. John Lasseter incluso lloró. Pese a todo, Eisner cedió y ya sin Katzenberg en Disney, se allanó el camino para que se firmara un nuevo acuerdo en 1997 para producir cinco películas en los siguientes diez años.
Con el tiempo y la continua sucesión de éxitos la relación se fue haciendo más estrecha, hasta que finalmente Disney adquirió en 2006 Pixar por 7.500 millones de dólares. Con ello se ratificaba el éxito de una fórmula infalible basada en el respeto a la creatividad y la búsqueda de nuevos caminos. De hecho uno de los secretos de la perdurabilidad de la compañía radica en el mantenimiento de los principios fundamentales de Pixar, así como del equipo. Sin ir más lejos, Andrew Stanton, codirector de Buscando a Dory, es una de las personas que se hallaba en el equipo creativo original de Toy story como coguionista.
Una lealtad llevada a los extremos. Se da la circunstancia de que tras el éxito de Tin Toy en 1988, Disney tentó a Lasseter para que regresara como director de animación. Pero entonces Lasseter optó por quedarse en Pixar. “Puedo irme a Disney y ser un director, o puedo quedarme aquí y hacer historia”, le dijo a Catmull. Apostó por la fidelidad, por quienes creían en él, como Jobs, que había puesto dinero de su bolsillo para hacer los cortos. El tiempo les dio la razón a ambos.
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