Las sillitas estaban apiladas en columnas o volcadas, inertes, sobre las mesas. Cubiertas con un plástico o por el polvo de inactividad. Las sillitas esperaban a que pasara la borrasca, nos esperaban
Desde que presentamos el Anuario en diciembre del año pasado, la felicidad no ha dejado de ser una sillita al sol. En marzo, el mes grande de esta ciudad, el cielo se cerró. Y no fue por la ceniza y el humo de las tracas en suspensión. Las borrascas y tempestades han hecho temblar la atmósfera hasta ahora, penúltima semana de mayo. Si lo de «somos sanados del sufrimiento solamente cuando lo experimentamos a fondo» que dijo Proust es cierto, es el momento de celebrar el fin de la convalecencia, comprobar que todo está bien bajo de los vendajes. Toca salir a la vida, que está en los bares.
«La felicidad es una sillita al sol», que decía Octavio Paz y rescató Jesús Terrés. La felicidad es una sillita a la luz de una farola urbana, bajo la luna, a la vera del neón del bar de la esquina. La primera silla en la que me senté el primer día en el que toda la provincia entró en fase 1 no fue una silla, fue la representación simbólica de la alegría. Cubierta de adarce, impaciente, hecha de tubos cromados de aluminio y con el respaldo de plástico trenzado en imitación al mimbre. Ese que deja marcas en la piel y se recalienta en verano. Entendí en ese momento que el adarce era la costra de salitre que se forma sobre los objetos. La silla había estado en un paseo marítimo por el que durante más de dos meses solo paseó la patrulla de la Local.
Todas las reservas telefónicas que he hecho esta semana las he iniciado con ese «¡hola!» de felicidad incontenida con el que se saluda a quien se ansía ver, pero que se trata de disimular por qué sé yo, algún ritual de cortejo establecido por la Super Pop. Tras la risa adolescente, un cambio de registro total para dar la buena nueva: bienvenidos a la vida, hosteleros.
En la nueva normalidad no hay servilleteros ni posavasos. Hace calor, el agua de la condensación se desprende de los vasos de cerveza y empapa las mesas. Un reguero pegajoso que se desliza por las piernas en pantalón corto. «¿Sois del mismo núcleo?» es el nuevo «¿Sois hermanas?». Técnica de ligue o camarerxs que velan por el cumplimento de las normas higiénicosanitarias, no sé. Lo de que te pidan el libro de familia o el contrato de alquiler para saber si puedes o no compartir el cuenco de cacahuetes me aliena.
El Observatorio, Paraíso Travel, Tonyina, El Aprendiz, Doña Petrona, La Cooperativa del Mar, La Pérgola y otras casas que Paula Pons ha listado por zonas en este compendio esencial, han sacado al exterior todas y cuantas las mesas podían, legalmente hablando. En esas terrazas he visto sonrisas de todas las condiciones, edades y géneros. Hacía tiempo que no las veía en la vía pública, solo eran mascarillas. Es como cuando en una película de los noventa hay personas fumando en un bar y es chocante.
En el paseo marítimo una mujer pierde la mirada en lo que fue una mimosa y ahora es un vaso sucio con restos de naranja. Se mueve con el sol, siente el cosquilleo de la voluptuosidad efervescente. Si no corriera el riesgo de perder mi silla, me levantaría y le preguntaría que qué piensa de todo esto, si estamos despegando en uve, que es cuando la economía y por ende, la hostelería, ha parado súbitamente pero la vuelta a la normalidad se hace a tota virolla. Como no me atrevo a acercarme a su mesa, pregunto a algunos cocineros que han reanudado su actividad esta semana:
Sergio Mendoza, de El Observatorio siente que la reapertura está siendo «una mezcla de caos muy loco, que tiene sus cosas buenas, como la posibilidad de jugar e improvisar. No lo hacíamos en la rutina. Hemos convertido el restaurante en un puesto de street food, estamos haciendo picnics para llevar y tenemos cuatro mesitas en la terraza. Nos ha puesto un poco tristes que se haya perdido la esencia del proyecto, el ambiente y el tipo de clientela, que sabía a lo que venía. Ahora al tener la terraza o fruto del lío en el que estamos tenemos gente que se sienta y no sabe a lo que viene. Al implementar las reservas estamos tratando de recuperarla».
La terraza de Paraíso Travel es otra de las que ha despertado: «El primer día fue muy difícil, adaptarnos al nuevo sistema, ya que en una hora y media tienes que atender 50 personas. Pero fue solo cuestión de acostumbrarnos e ir mejorando errores. Ahora ya tenemos un buen sistema de reparto gracias también a que nuestros clientes y amigos se han volcado, entusiasmados. ¡Que siga la fiesta!”. Junior Franco os espera con empanadas y ceviche.
En Tonyina también han vuelto a servir. Román Navarro está a tope con el delivery, el take away y la terraza: «El fin de semana estuvo muy bien, muchos pedidos a recoger y para llevar, entre semana más tranquilo, pero hemos trabajado, ahora con la terraza y los pedidos vamos bien. Nos estamos quitando el óxido».
Iba a cerrar con otra frase de Proust, pero voy a sacrificar la belleza estética e intelectual de Marcel por la aridez y el lenguaje enfermizo del BOE en pos de la utilidad social: El Boletín Oficial del Estado publicado el 9 de mayo recuerda en el artículo 6.5 que «Cuando de acuerdo con lo previsto en esta orden el uso de los aseos esté permitido por clientes, visitantes o usuarios, su ocupación máxima será de una persona. (...) Deberá procederse a la limpieza y desinfección de los referidos aseos, como mínimo, seis veces al día». En el lenguaje de la calle: si eres un bar y me sirves tres dobles, me tienes que dejar mear.