VALÈNCIA. La Filmoteca conmemora el centenario del nacimiento de Rohmer programando, del 22 de diciembre de 2020 al 28 de febrero de 2021, algunos de sus títulos más destacados, los que componen las series de los cuentos morales, comedias y proverbios y los cuentos de las cuatro estaciones.
La programación comienza con los cuentos morales (a falta de La rodilla de Clara, programada en enero), relatos en los que un personaje masculino se enfrenta a la elección entre dos mujeres en triángulos de geometrías variables.
“Eric Rohmer practicó el cine aparentemente menos rompedor de toda la nou-velle vague y, sin embargo, creo que la mayoría de sus películas han aguantado el paso del tiempo mejor que las de sus compañeros. Era el más mayor y el más joven. Siempre pareció estar un poco fuera de su tiempo, y nunca se puso de moda. Pero si el cine es un arte del presente, Rohmer ha sido su mejor representante, y uno de los cineastas que más ha inspirado a todos los que hemos querido coger una cámara para tratar de dar forma a nuestras vidas. Impartió las mejores clases en cada una de sus películas, y sus enseñanzas han sido las más provechosas. La escuela rohmeriana no conoce fronteras y se extiende a lo largo y ancho del mundo. […] Muchos le acusaron de hacer un cine demasiado prosaico, pero hizo algunos de los encuadres más hermosos y supo sostener los planos mejor que nadie. Howard Hawks fue su maestro de la puesta en escena invisible, que aplicaba con un gran sentido estético y pictórico”.
Con estas palabras en El Mundo, Jonás Trueba rendía tributo a Rohmer dos días después de su muerte en enero de 2010. El cineasta español no es el único que se reconoce heredero del autor francés, cuyo legado está presente en el cine de Richard Linklater, Hong Sang-soo, Arnaud Desplechin o Mia Hansen-Løve, entre otros.
En las películas de todos ellos resuenan los ecos de cierta concepción rohmeriana del hecho fílmico, resumida por Carlos F. Heredero como “el respeto riguroso a la topografía de los espacios, la equivalencia entre el tiempo fílmico y el tiempo real, la confianza —de estirpe baziniana— en que el máximo respeto a las apariencias de lo real acabará por desvelar la esencia interior de las mismas”. En definitiva, algo tan aparentemente sencillo como “filmar la vida” para intentar hacer emerger las corrientes de conflictos humanos que subyacen a lo cotidiano.