Llega a España ‘Generación Z’, la enésima vuelta de tuerca al subgénero de los muertos vivientes
dVALENCIA. Si la única referencia fuera el título, no sería descabellado pensar que Generación Z (Steve Barker, 2015) es una película sobre el último eslabón alfabético producto de la insistente (e inútil) necesidad de definir grupos demográficos que puso de moda Douglas Coupland con Generación X (1991), notable novela convertida en “insignia de los años noventa”, según palabras de Vicente Verdú. Retrataba con tanta precisión como mordacidad a los desorientados treintañeros fruto del baby boom, marcados por un “vacío de ilusiones y proyectos, de historia, pasión y deseo”, tal como señalaba la contracubierta del libro, que fue el equivalente literario del grunge e incluso sirvió como inspiración para la película Solteros (Singles, 1992), ambientada en Seattle, dónde si no, y firmada por el siempre oportunista Cameron Crowe.
La paradoja es que Coupland ni siquiera se inventó la etiqueta. Ya en la escena punk inglesa de finales de los setenta existió Generation X, la simpática banda liderada por Billy Idol. Y ni siquiera ellos habían sido originales. Fue el célebre Robert Capa quien utilizó por primera vez el término Generación X a principios de los años cincuenta, como título para un ensayo fotográfico sobre los jóvenes que crecieron después de la Segunda Guerra Mundial. Efectivamente, todo está inventado. Por supuesto, no tardaría mucho en aparecer la Generación Y, también conocida como la Generación Milenial, correspondiente a los hijos de la MTV, nacidos en los ochenta y aquejados de complejo de Peter Pan. No será por falta de siglas. De ahí que, ante un título como Generación Z, uno se eche las manos a la cabeza. Y hay motivos. Pero son otros.
Así que olviden todo el discurso generacional previo. Porque la Z de la película es la misma de Guerra Mundial Z (World War Z, Marc Forster, 2013), y obviamente la de su secuela, que llegará en 2017. Sí, es la Z de zombi. En realidad, son los distribuidores españoles quienes la han bautizado así, ya que el ingenioso título original era TheRezort, es decir un resort con Z (de zombi). Ahí va la sinopsis: “La Tierra ha sufrido un Apocalipsis zombi, pero ha salido victoriosa. Sin embargo, muchos humanos acabaron convertidos en zombis, y ahora que la civilización se ha recuperado por completo y tiene la situación controlada, se ha creado una ciudad de vacaciones (el Rezort) donde la gente puede divertirse viviendo la aventura de cazar y matar a los muertos vivientes. Pero se produce una fuga, los zombis salen a pasear de nuevo y vuelven el pánico y la alarma mundial”.
Según sus creadores, que no se han calentado mucho la cabeza, se trata de un “Parque Jurásico con zombis”, y superada la premisa inicial, lo que espera al espectador es un sinfín de correrías protagonizadas por cadáveres en descomposición con hambre de cerebro fresco y humanos aterrorizados en busca de un lugar donde esconderse. Nada nuevo bajo el sol. Pero parece que la carne resucitada vende, y no nos vamos a librar fácilmente de la plaga zombi. Si se hace una consulta en imdb (la base de datos cinematográfica más completa de internet) en busca de la palabra clave “zombi”, nos encontraremos con más de ochenta películas en fase de producción o rodaje relacionadas con el tema. Entre ellas, el capítulo final (o no, a ver qué dice la taquilla) de Resident Evil y previsibles engendros sin interés como Mafia Zombie Killers, Zombie Sitter o Bigfoot vs. Zombies. Si hemos tenido zombis nazis, ¿por qué no mafiosos y niñeras? ¿Y si los enfrentamos al Abominable Hombre de las Nieves? Efectivamente, el asunto se nos ha ido de las manos.
Uno de los síntomas más claros fue su acceso a la pequeña pantalla. La iconografía zombi moderna exigía abundantes dosis de gore que a la televisión, en principio, le podía costar admitir, pero la permisividad de los canales por cable abrió la ventana doméstica a los muertos vivientes, y la fiebre por las series también allanó el camino con rapidez a la contaminación (nunca mejor dicho), ya fuera en formato mini serie, como la contundente y ferozmente crítica Dead Set (2008), creada por Charlie Brooker (Black Mirror), o ya fuera acogiéndose a fórmulas más convencionales y mucho menos sugestivas, como The Walking Dead (iniciada en 2010), basada en el cómic homónimo de Robert Kirkman y con spin-off (Fear The Walking Dead) desde el año pasado. También propuestas tan singulares como Les Revenants (2012), la serie francesa creada por Fabrice Gobert y basada en la película homónima de 2004, dirigida por RobinCampillo.
Evidentemente, la metáfora sigue ahí: El zombi alejado del mito vudú haitiano y creado por George A. Romero en La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) propone una reflexión sobre algunos miedos modernos: el rechazo al contacto infeccioso con pueblos exóticos que es preferible mantener en un cerco sanitario, la desconfianza hacia el diferente, un ‘otro’ desprovisto de cualquier cualidad humana... También la alegoría sobre una sociedad muerta, sin voluntad, que solo es capaz de regirse por impulsos primarios. Pero la reiteración, degradación y abuso acaban por diluir cualquier doble lectura en aras de la rutina. Ya no hay género cinematográfico al que no se le haya implantado un zombi en algún momento. Su proliferación en el universo audiovisual se ha multiplicado de tal modo en los últimos años que ha perdido incluso su capacidad metafórica para convertirse en un pelele, un muñeco de feria desprovisto de significación alguna. Y eso no nos gusta a todos aquellos que siempre les hemos tenido cariño y les habíamos situado en el mismo altar que otros grandes iconos del cine de terror, como los vampiros, los licántropos o los serial killers. ¡Dejad a los zombis en paz!
Da igual que ahora resuciten por culpa de un virus y antes lo hicieran a causa de los desequilibrios ecológicos o los desmanes tecnológicos. Y poco importa que en un buen número de películas actuales se les considere infectados, en lugar de muertos vivientes. Eso se lo debemos a Resident Evil (Paul W.S. Anderson, 2002), aunque donde mejor quedó plasmado fue en 28 días después (28 Days Later, Danny Boyle, 2002). Tampoco caminan ahora desorientados y dando tumbos, sino que corren que se las pelan. Meros detalles superficiales. Puro maquillaje posmoderno. Son, no hay duda, los entrañables zombis de toda la vida. No solo han resistido todos los envites del Hollywood actual (secuelas, remakes), sino que, en algunos casos, el lifting incluso les ha proporcionado buenos resultados, como en Amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, Zack Snyder, 2004). Pero lo poco gusta y lo mucho cansa. Y, podríamos añadir, lo demasiado agobia. Porque no solo es el cine: También hay zombis a cascoporro en los cómics, los videojuegos o, sorpresa, la literatura.
El reciente estreno de Orgullo + Prejuicio + Zombis (Pride and Prejudice and Zombies, Burr Steers, 2016) fue la enésima prueba de que un muerto viviente cabe en cualquier sitio. Y eso incluye un argumento de la escritora británica Jane Austen. Eso sí, antes de la película había llegado el libro. En 2009, a Seth Grahame-Smith se le ocurrió que la manera de animar la novela original de 1813 era meterle dentro unos cuantos cadáveres resucitados, y el éxito de ventas que obtuvo le demostró que no estaba equivocado. La adaptación al cine no ha hecho más que confirmarlo. De hecho, el libro dio el pistoletazo de salida a un buen número de mash-ups literarios en la misma línea, como Adventures of Huckleberry Finn and zombie Jim (2009), donde Bill Czolgosz despedazaba sin miramientos a Mark Twain. La moda llegó también a España, donde se publicó Lazarillo Z (con el ingenioso subtítulo de Matar zombies nunca fue pan comido), manteniendo al autor en el anonimato, o La casa de Bernarda Alba zombi, solo disponible en internet y firmada por Jorge de Barnola, Roberto Bartual y MiguelCarreira, que no tuvieron reparo alguno en enmendar la plana a Federico García Lorca.
Era lógico que los zombis victorianos acabaran llegando al cine, que nunca le ha hecho ascos a los mash-ups. Ya en 1965, por ejemplo, William Beaudine dirigió Jesse James Meets Frankenstein Daughter, donde la nieta del científico demente (y no la hija, pese a lo que decía el título) coloca el cerebro de su padre en el interior de la cabeza del compañero del legendario forajido. No contento con haber cometido tamaña tropelía, Beaudine reincidió con Billy the Kid vs. Dracula, en la que el famoso personaje del western se las veía con el conde transilvano. La diferencia fundamental estriba en que se trataba de películas baratas de serie Z (y, por esta vez, la letra no designa al zombi), mientras que en la actualidad son grandes producciones, estrechando cada vez más la distancia entre el blockbuster y el cine de explotación puro y duro (un tema muy interesante y que merece análisis aparte).
Michael Weldon recogió en su imprescindible The Psychotronic Encyclopedia of Film todos los disparates del cine de bajo presupuesto, entre los que se cuentan las películas de Beaudine y no faltan, obviamente, los zombis. Porque, como decíamos al principio, todo está inventado. Y lo demuestra, por ejemplo, Zombies on Broadway (GordonDouglas, 1945), una comedia de la RKO sobre un nightclub regentado por gangsters que anuncia un espectáculo protagonizado por auténticos muertos vivientes. El inimitable Bela Lugosi encarna al Dr. Renault, que se encarga de crearlos a base de inyecciones. Son, todavía, zombis producto de ritos vudú, como los de Zombies ofMoraTau (Edward Cahn, 1957) o Revolt of the Zombies (Victor Halperin, 1936), una película con ochenta años a la espalda que, como tantas otras, debe su existencia a la seminal La legión de los hombres sin alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932), cinta inaugural de un género que jamás experimentó un auge como el actual. Y mientras no aparezca otra criatura que les tome el relevo, parece que tenemos muertos vivientes para rato.
Nueva obras recientes como Valenciana o València, t’estime, siguen situando los años noventa como marco desde el que poner en orden a la sociedad valenciana y su iconografía