VALÈNCIA. Decía Gabriel Celaya que la poesía “es un arma cargada de futuro”. En el caso de Elvira Sastre (Segovia, 1992) y Andrea Valbuena (Barcelona, 1992), los proyectiles de su obra están formados por un rotundo y absoluto presente. Célebres en el universo 2.0, las jóvenes autoras han tomado la determinación de exterminar prejuicios y probar, de una vez por todas, que el género poético no tiene por qué ser una cuestión minoritaria o restringida a unos cuantos sabios circunspectos. Ellas despliegan sus versos con generosidad y los ofrecen al gran público a través de recitales multitudinarios en ambas orillas del océano Atlántico (en algunos casos, colgando el cartel de 'No hay entradas'). El próximo 19 de septiembre llegan por primera vez a Rambleta en un espectáculo en el que contarán con el acompañamiento musical de Manu Mínguez y cuya gira las llevará también a ciudades como Barcelona o Sevilla.
Comenzaron realizando actuaciones por distintos países de América Latina, como México o Argentina, y a partir de esa experiencia al otro lado del charco surgió la idea de poner en marcha recitales en España. “Pensamos que, sí allí funcionaba, aquí también podía hacerlo”, explica Valbuena. “Se trata de un espectáculo interactivo y la gente lo disfruta porque, durante más de una hora, desconectan y logran centrarse en sus emociones y qué les provoca lo que están escuchando. Salen de allí renovados”, destaca Elvira Sastre, autora de Baluarte o Ya nadie baila, entre otros libros. Tras varios años de amistad y un sinfín de referencias literarias compartidas, para las dos escritoras mostrar sus poemas en un mismo espacio se convirtió en un paso natural: “Tenemos una barbaridad de lecturas en común y entre nosotras hablamos constantemente sobre poesía… Hemos aprendido juntas”, señala la autora catalana, quien añade que incluso han compuesto poemas basados en su propia relación: “En el recital se ve esa complicidad”.
Ahora, ambas unen sus fuerzas a la hora de seleccionar el repertorio que constituirá el evento, creando dinámicas en las que se habla a través de sus versos “de mujeres, de amistad, del bullying o de maltrato psicológico”. Se crea así un discurso propio, cohesionado, en el que las preocupaciones y anhelos de las jóvenes autoras logran fluir sin cortapisas. “Nos hemos dado cuenta de que teníamos muchos elementos compartidos que podíamos aunar en un mismo encuentro”, sostiene Valbuena. "Hemos hecho ya muchos recitales juntas y sabemos qué poemas funcionan mejor, cuáles tiene un mensaje más marcado que podemos aprovechar para hablar de feminismo o libertad. Nos interesa mandar un mensaje social”, recalca Sastre. Para la directora de Rambleta, Lorena Palau, la apuesta del contenedor cultural por este tipo de eventos busca “respaldar y potenciar la fuerza de la palabra y la animación a la lectura”. “Nos encontramos ante un escenario donde las nuevas voces de la poesía han logrado conectar con su generación a través de nuevos lenguajes, contenidos y canales de comunicación lo que conlleva la apertura a otros públicos”, considera.
Desde hace décadas, se han celebrado encuentros poéticos en cafés, pequeñas salas o centros culturales. Eventos pensados para un círculo reducido de asistentes. Sin embargo, la propuesta de Sastre y Valbuena opta por eventos de formato XXL en los que se convoca a un público masivo. Go big or go home. Para Valbuena es una muestra del cambio social que se está viviendo en los últimos años en este ámbito: “Nunca habíamos pensado que sería posible llenar salas tan grandes, es algo que no se veía antes. Nosotras habíamos participado en muchos micros abiertos en bares, pero claro, no es lo mismo”. “Siempre ha habido recitales en locales más o menos pequeños, que ahora sean tan populares y se estén llenando (para escuchar un tipo determinado de poesía, por supuesto) es significativo de que algo está cambiando en la escucha. No sé si a nivel 'cualitativo', es decir, no sé si se está interpretando la escucha de una forma diferente. Lo que está claro es que hay un cambio a nivel cuantitativo que es difícil, por el momento, ver hacia dónde nos lleva: ¿es una moda pasajera o ha venido para quedarse?, ¿va a implicar a otras formas de creación poética o va a quedarse anclado en recitales de poetas como Elvira Sastre?”, se plantea el investigador de la Universidad de València, Raúl Molina.
"Acompañar de música un poema lo convierte en algo más sensorial, más físico"
El aumento de aforo no solamente implica un mayor público sino también la formación de un ambiente especial: “Las sensaciones que se crean son completamente distintas. Surge un sentimiento de comunión entre gente que se siente identificada contigo y con tu trabajo”, indica Valbuena, autora de volúmenes como Mágoa y Si el silencio tomara la palabra. Una catarsis colectiva a golpe de estrofa. Para Sastre, se trata de una actividad “que va tan a la emoción de cada uno que se acaba creando un sentimiento de grupo. Yo siempre digo que el público de poesía es uno de los más agradecidos porque va y te regala el silencio sin que hayas ni siquiera empezado a hablar. Todos a veces necesitamos parar un poco y escucharnos”. La experiencia de leer y escuchar versos en un auditorio repleto se convierte así en algo “completamente distinto” a hacerlo en solitario, para uno mismo. Para Molina, un poema leído y otro escuchado “pueden variar mucho: modulaciones de la voz que no pueden trasladarse al papel, lo instantáneo de la puesta en escena frente a la posibilidad de repetir la lectura, etc. Ahora bien, el texto, lo que queda escrito, es lo que permanece, al fin y al cabo. Creo que esa clase de literatura debe ser escrita para ser leída y para ser escuchada”
Pero no solamente hay palabra hablada en este espectáculo, también cumple un rol primordial el cantautor Manu Míguez, que aporta suscritos sonoros al evento. Como apuntan ambas, aquí la música “resulta fundamental”. “Creemos que forma un todo con la poesía, no tiene nada que ver recitar sin música a hacerlo con ella. Se vuelve todo mucho más mágico. Son dos disciplinas que combinan muy bien y se entienden perfectamente”, considera Valbuena. Una idea compartida y ampliada por Sastre: “Tenemos una conexión muy bonita los tres. Acompañar de música un poema lo convierte en algo más sensorial, más físico, que todavía traspasa más al que lo escucha. Te dejas llevar, te dejas mecer por él”.
A pesar de que su actuación está enfocada a esos públicos masivos que poco a poco van integrando las filas de los adictos a esta literatura, ambas son conscientes de que se trata de un género que todavía despiertas reticencias entre muchos lectores. “Es algo que hemos visto en las distintas visitas que hemos hecho a institutos y muchos chavales nos decían que ellos leían libros, pero versos no. Pero cuando les hemos leído algunos de nuestros textos se han acercado y nos han dicho que iban empezar a investigar porque les había parecido muy interesante y querían saber más. Si eso sucede con adolescentes, ¿por qué no va a suceder con adultos?”, recalca Valbuena. Eventos como este recital constituyen para Sastre una herramienta para convertir este tipo de obras en algo “más accesible”. “A mí me gustaba mucho la poesía cuando era pequeña, pero tenía que ir a la biblioteca a conseguir esos libros y no siempre estaban los que yo quería. Ahora es la poesía la que está yendo a la gente. Con la más mínima inquietud que tengas, si te dejas, es posible que acabes enganchado”, concluye.
"Con los juglares y los trovadores los poemas estaba en las plazas de los pueblos, eran de todos"
Y, sin embargo, ese reparo sigue muy vivo. ¿Por qué no nos acercamos a la obra de Ángel González de la misma forma que lo hacemos con una novela de Paul Auster? “El mundo de la poesía lleva mucho tiempo rodeado de un puritanismo y una concepción arcaica que se ha quedado obsoleta para el mundo en el que estamos. Se ha tenido a la poesía como algo reservado para unos pocos”, indica. De hecho, en un buen número de ocasiones, las obras que consiguen transcender la barrera de la audiencia especializada y alcanzan a las grandes masas son vistas con ciertos prejuicios por parte de las vacas sagradas del sector. Una respuesta que, para Valbuena, “hasta cierto punto es lógica: cuando algo ha sido siempre de una manera y de repente cambia y el cambio tiene éxito, las figuras ya consolidadas es posible que no lo vean con buenos ojos”.
“No es algo que me sorprenda mucho de este país. Al final parece que algunos quieran que estas piezas sean algo incomprensible e indescifrable y que no llegue a nadie. Con los juglares y los trovadores los poemas estaba en las plazas de los pueblos, eran de todos. Hubo un momento en que alguien quiso meterla en un cajón académico y hacerla desaparecer, pero, por su propio peso, ese cajón se ha abierto y su contenido ha salido. eso es un motivo de celebración”, sostiene Sastre. Y no habla de oídas, ella sabe bastante sobre estos prejuicios, pues a menudo es catalogada como ‘poeta de las redes sociales’ debido a su éxito en Internet. Un término con el que ya ha confesado que no se siente del todo cómoda. “Entiendo las etiquetas, pero me aburren un poco. Creo que lo que hacen es, sobre todo, limitar. Se encasilla a la gente que escribe según el medio que emplean para compartir su obra, sin importar el estilo que tienen. Es como si redujéramos a los poetas clásicos al pergamino que utilizaban, o a la libreta”. Para Molina, existe un discurso generalizado que tilda a este género de “oscuro y difícil, que exige una gran comprensión lectora y un alto conocimiento sobre la materia para ser entendido”. “En una sociedad de saberes instrumentales, parece que no conviene invertir demasiado tiempo en enseñar los códigos de la poesía, o del arte en general, más allá de cuatro pinceladas históricas: no estudiamos arte, estudiamos historia del arte; no estudiamos literatura, sino historia de la literatura. Sí estudiamos, sin embargo, el código para descodificar y utilizar otras herramientas más rentables económicamente: redes sociales, tecnología... Además, nos han acostumbrado a darnos todo demasiado mascado y sencillo y tenemos miedo a enfrentarnos con algo que no puede entenderse con suma facilidad”, indica Molina, para quien se trata de “un problema de prejuicios... ¡Cómo si fuera sencillo comprender muchas de las canciones que consumimos! ¿Acaso eran sencillas las letras de Marea? Y bien que las consumíamos cuando éramos adolescentes…”.
En cualquier caso, ambas escritoras coinciden en que su trabajo tiene un componente terapeútico, tanto para ellas mismas como para sus lectores. “Todo lo que escribo surge de una base de desahogarme conmigo misma. Muchas veces entiendo lo que estoy sintiendo a través de la escritura”, señala Valbuena. “Para mí es una especie de psicoanalista -sostiene Sastre- es un diálogo con uno mismo. Al final, intentar encontrar respuestas es el principal motivo por el que escribo”. Una experiencia de autoconocimiento que también comparten sus seguidores, pues, como resalta Andrea, “hay personas que han confesado que en mis textos habían aprendido a comprender mejor lo que les estaba pasando en un momento concreto de su vida o que les había consolado en algún momento puntual”. "A mí, como lectora de poesía también me sucede con otros autores: al ser una cuestión que apela a la emoción y al lenguaje más íntimo, se presta a esa función”, aprecia Elvira. Llegados a este punto, toca recurrir de nuevo al autor vasco: “poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto”.