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Y así, sin más

La memoria olfativa, la búsqueda de la identidad y Loewe

11/06/2023 - 

ALICANTE. “Ese olor todavía me recuerda a ti” me dijo alguien que se había acercado de más a mi cuello. “No es difícil, llevo usando el mismo perfume demasiado tiempo” le respondí yo con un toque de inocencia a aquella declaración de intenciones. El recuerdo de un perfume puede ser una declaración de intenciones en mitad de la noche si dos personas se han reencontrado en la oscuridad de un parking solitario en el que les refugia la intimidad.

Todos tenemos un olor que nos devuelve a una faceta de nuestra vida. Vanderbilt, por ejemplo, aquel perfume que nos devuelve de un plumazo a los ochenta, me trae de vuelta a mi abuela cuando tropieza en una corriente de viento con mi nariz. Siempre llevaba esa. Mi memoria recuerda a mi abuela Carmen con olor a talco, a flores y hierba fresca. Puedo identificar a una de mis amigas antes de que tuerza la esquina. Es una mezcla a café, tabaco y Chanel, como la canción de Vacilos. Mi madre y mi tía, sobre las doce del mediodía, suelen oler a hogar. El perfume que usan se ha mezclado en la cocina con lo que hayan cocinado para la hora de comer y crea un ambiente exquisito.

Descubrí la casa Loewe por sus flores, ya todo un signo de sus fragancias. Tan oscuras y blancas a la vez. Tan elegantes, como la propia casa. Me vino un póster de una de ellas dentro de un Vogue cuando iba al instituto y esperaba el diecinueve de cada mes para ir al kiosko de mi pueblo a comprar la revista. Fue hace tanto que lo recuerdo como un sueño. Sí que recuerdo la ilusión con la que abría las páginas. Con los perfumes de Loewe descubrí una identidad. Todo el mundo debemos de construir la nuestra. “¿Podrías darme un consejo? Es que como se te ve tan bien” me dijo un chico cuando escribí sobre mi alopecia areata. “Encuentra tu identidad” le respondí. No me gusta dar consejos, si hay días en los que no me aclaro ni yo. Sí que tengo claro que la identidad no se encuentra en los folículos pilosos, pero como me dijo el otro día mi editora, la procesión va por dentro.

Me he tenido que hacer a mí mismo, con el tiempo, con paciencia. Creo que a todos nos ha sucedido lo mismo. No soy el mismo que hace un año, pero sí el mismo que hace veintiuno. He descubierto la belleza donde otros no veían nada y he abrazado mis diferencias. Me han demostrado –gente cercana y otra que no lo era tanto– que había belleza cuando yo no la veía. Todo y eso que hay días en los que todo está mal, revuelto. La cama. Las sábanas. El pelo. Los pensamientos…

No hay mejor primera palabra para un primer capítulo que "amor"; en mayúsculas y en negrita desde lo alto de la página. ¿Cuántas cosas hacemos por amor? O quizá lo más conveniente sería preguntarse ¿qué cosas no hacemos bajo los efectos del amor? Intuyo, con permiso de Enrique Loewe Roessberg, que esto le era sobradamente conocido, como también lo era el parecido casi idéntico –a falta de una letra– entre su primer apellido (Loewe) y la palabra en cuestión (Love); homónimas de nacimiento. No había mejor santo y seña para su legado que aquel capaz de hacer todo en su nombre y en nombre del amor. Varios siglos de historia, desde que esta casa española con marcado carácter internacional tomara forma en 1892. Si algo desprende la casa Loewe es pasión, identidad y amor, mucho amor en todo lo que hacen. Los perfumes de Loewe son la clara identidad de una época que se sigue actualizando con el paso de los años, creando una marca completamente atemporal que se adapta a cada situación de la vida. Nos acompañan. De Madrid para el mundo.

El otro día me dijeron que la memoria olfativa no existía. Quizá sea un arma de defensa desarrollada por los miopes. No veo nada, pero lo huelo todo. No sé si estoy o no. Yo retengo los olores. Hasta el de fritanga o el del baño sucio del AVE –todos están sucios, no hace falta remontarnos a un momento fijo–. Es una paradoja espacio-temporal. Tampoco distingo la realidad de la ciencia ficción. A veces un olor que amamos en un momento de nuestra vida se vuelve insoportable en otro. Soy de buscar entre mis cosas y todo es pura contradicción cuando rebusco un poco.

Hay olores que queremos que se vayan. Que nos rompen el corazón cuando vuelven. El otro día, en una de las muchas estaciones que he transitado este año, me llegó un olor a cítrico con marino. Un perfecto olor a Saint Laurent que una vez quedó en el cuello de mi gabardina extralarga durante varias semanas. Salí corriendo de allí en el primer taxi que encontré. “A ti te pasa como al de la canción. Vidas que dejé cruzadas vienen persiguiéndome” afirmó mi amiga cuando se lo conté. Porque en esta vida, señoras y señores, hay que servir hasta para cerrar las historias.

Y así, sin más, descubrí que recordar a través del olor a las personas podía ser un arma de doble filo.

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