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Las relaciones salvajes: salir con mamá a destruir el mundo

“La débil mental” es un retrato oscuro y perturbador de las formas que pueden adoptar los lazos que nos unen a nuestros seres más queridos

9/11/2015 - 

VALENCIA. Una madre y una hija cohabitan en una casa en el campo. Se buscan la vida como pueden, no hay dinero, pero todavía disponen de cuerpos atractivos con los que poder gestionar cierto tipo de situaciones. La abuela ya se fue, ya murió, y resulta que tres no eran multitud sino equilibrio, la cifra exacta para evitar la simbiosis. Son madre e hija pero mamá siempre quiso que la niña creciese y que emergiese su sexualidad; quiso tener en ella a una compañera con la que compartir la angustia de la soledad y la pérdida, una compañera para la gran tragedia que es vivir para algunos, para aquellos que no disponen de oportunidades o de familias convencionales y ejemplares a las que lucir en sociedad. Mamá deseaba con todas sus fuerzas poder salir con su hija a conocer hombres de esos poco cuidadosos que agarran con fuerza y huelen a alcohol.

“Mamá levantándome en los hombros para que coma del árbol, mamita haciéndome caminar sobre un leño caído, mostrándome el sexo, ansiosa esperando a que me haga adicta. Ávida de que tome altura, midiéndome con un crayón contra la pared. Mamá feliz cuando mi espalda es atravesada por un elástico sujetador y ya hablo sucio. Mamá sonriente el día en que un hombre me siguió por el bosque, y me dijo, no tengas miedo”. Con el paso del tiempo, efectivamente, la niña perdió miedos. Se hizo áspera. Práctica. Dura como una piedra. Adquirió las habilidades necesarias para la supervivencia, como la capacidad necesaria para resistir envites y embestidas de todo tipo o la facultad de pese a todo, seguir soñando con príncipes futuros.

Si una obra es la captación de una angustia, como asegura Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), entonces su nueva novela La débil mental es una obra a la enésima potencia, porque en ella hay angustia, tanta, que en ocasiones se hace difícil seguir con la lectura. Segunda parte de una trilogía iniciada por Matate amor (Lengua de trapo, 2012) y que continúa con Precoz -publicada ya en Argentina por Mardulce, sello editorial que ha desembarcado recientemente en España y en cuyo catálogo se inscribe La débil mental-, esta es una historia que acorrala al lector página tras página, que lo asfixia entre unas paredes que parecen estrecharse reduciendo el espacio hasta hacerlo insoportable. Un retrato literario del amor desbocado y enfermizo.

Breve y precisa, a la novela de Harwicz no se le puede quitar ni añadir nada sin que se degrade: cada párrafo ha sido escrito con sumo cuidado y casi parece que puedan funcionar todos y cada uno de ellos de un modo autónomo. La manera de tratar el lenguaje que es usado como un pincel, y un estilo que emplea la metáfora para buscar la exactitud en la transmisión de unos sentimientos complejos, pueden chocar a quien nunca haya tenido entre sus manos una narración así. Sin embargo, la prosa de la autora, no pretende complicar gratuitamente, elevar o hacer una demostración de músculo poético, todo lo contrario. La débil mental no se podía contar de otra manera, el factor inquietante presente en la historia -se oculta en ella y solo percibimos su respiración- pide imágenes, pide diálogos de corrido. Pide, en ciertos casos, pequeñas dosis de confusión y extrañamiento.

Pese a su corta extensión, una vez empezado el libro, este parece dilatarse. Puede que sea efecto de lo perturbadora que resulta la historia, que llega a generar rechazo en algunos momentos, o puede que sea la magnitud de lo que contienen las líneas que se van sucediendo: “Una de las tres siempre mira hacer a la otra. La abuela a mamá con ese indigente del norte, mamá a mí con el morocho de anillo de plata, yo a las dos, por separado, cada en un cuarto y la niña deambulando por la casa con la caja de cereales de chocolate”. La vida en el campo vista desde otra perspectiva, una distorsión del paisaje que llega a hacerse tan antinatural que de pronto, uno se pregunta si ese campo, en realidad, no será otra cosa.

“Matate, amor”

Es un sentimiento perverso, pero común. No son pocas las ocasiones en que el mal ajeno nos hace extrañamente felices, y lo peor de todo, es que no es el mal del enemigo únicamente el que provoca esta reacción, si no que también se llega a experimentar cierta alegría ante los fracasos o el dolor de gente a la que en teoría se quiere y se aprecia. Un examen que no sale del modo esperado tras semanas de estudio, un despido, una casualidad con consecuencias desastrosas, una pareja que se rompe. ¿Una enfermedad? Puede que también. A este complacerse con el sufrimiento ajeno se le llama regodeo, y en alemán, schadenfreude. Llevado al extremo, convierte a cualquier persona en un ser despreciable.

Matate amor, novela precursora de la tríada de Harwicz, sienta las bases de un universo en el que la figura de la madre es predominante. En este caso, la protagonista es una mujer cuya salud mental se ha deteriorado gravemente; la maternidad no ha hecho el efecto en ella que debería según la sociedad y en lugar de amor siente un profundo malestar ante la proximidad de su bebé y de su marido, hasta el punto de caer en una espiral de destrucción que arrastra con ella poco a poco a cualquier persona que intente tenderle la mano para sacarla del abismo. Si hablamos de ambiente opresivo y de asfixia, esta novela sobrepasa incluso a La débil mental, logrando trasladarnos al centro mismo de un infierno con aspecto de depresión posparto.

Ariana Harwicz no escribe para todos, su público probablemente no será el de una bestsellerista. Hay que tener valor para enfrentarse a sus novelas, hay que saber que saldremos de ellas con magulladuras y contusiones, incluso con una sensación de desasosiego que puede durar horas. Pero, ¿qué tiene que hacer la buena literatura si no es conmocionarnos?

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