VALÈNCIA. “No hay ninguna diferencia sustancial entre el artista y el artesano […] Debemos crear juntos un nuevo futuro que abrace todas las artes sobre una sola forma: arquitectura, artes plásticas y pintura”. El manifiesto de Walter Gropius, publicado en 1919, sentó las bases de lo que sería la Bauhaus, un experimento que, a la postre, marcó la forma en la que entendemos hoy en día el diseño y la educación artística. No solo su resultado, que también, sino la manera en la que interpretamos desde un punto de vista intelectual sus procesos, una escuela que, desde Alemania, creó una ola que afectó más allá de su tiempo y espacio. Tal fue el impacto que hoy la Unión Europea quiere impulsar un proyecto bajo la marca de ‘Nueva Bauhaus’, aunque poco tiene que ver con el sueño de Gropius. De sus salas, antes de que la presión del régimen nazi obligara a bajar su persiana, salieron creadores clave para completar la fotografía creativa del siglo XX. Tal es el caso de la pareja formada por Josef y Anni Albers, que se conocieron en los pasillos de la escuela en 1922 para, tres años después, contraer matrimonio.
Su historia, en la que lo personal y lo profesional danzan con soltura, cobra de nuevo relevancia con la exposición Anni y Josef Albers: el arte y la vida, una muestra organizada por el Musée d’Art Moderne de Paris que llega ahora al IVAM en el marco de la Capitalidad del Diseño. La muestra reconstruye a través de sus ojos un momento clave para las profesiones creativas, un relato construido de manera cronológica que permite ver en falso directo la evolución de una carrera que habla mucho del contexto histórico que habitaban. “Anni y Josef Albers concebían el diseño como parte de un programa en el que lo estético y lo funcional, el arte y el mundo, la estética y la vida, son inseparables […] En un tiempo en el que la imaginación sobre el futuro parece incapaz de proponer un horizonte mejor, las prácticas artísticas y pedagógicas de Anni y Josef Albers son hoy un ejemplo imprescindible”, explicó Nuria Enguita, directora del IVAM, durante la presentación de la exposición, en la que estuvo acompañada por el director de la Fundación Anni y Josef Albers, Nicholas Fox Weber; la comisaria, Julia Garimorth; la secretaria autonómica de Cultura y Deporte, Raquel Tamarit, y Ramón Satorra, en representación de Banco Sabadell.
“Una de las principales características de la Bauhaus fue la ausencia total de prejuicios hacia los materiales y el potencial inherente de estos. Los primeros tejidos improvisados de la época sirvieron de fondo creativo a través del cual nacieron composiciones perfectamente ordenadas y telas de un género muy original. Había comenzado un nuevo estilo”, relata Anni, en una declaración recogida en el catálogo que acompaña la muestra. La creadora se sumergió en un primer momento en el taller textil de la Bauhaus, mientras que Josef hizo lo propio en el taller de vidrio, creando al principio obras a partir de materiales rescatados que provocaron más de un arqueo de ceja. Después acabaría convirtiéndose en director técnico del taller de vidrio, con Paul Klee como director artístico, y desarrollando un lenguaje en el que las formas verticales y horizontales daban paso a las formas curvas y blancos y negros, un cambio vinculado a su creciente interés por la fotografía.
La Bauhaus fue el principio, pero no el final. Ya en 1933 la pareja emigró a Estados Unidos, donde fueron invitados a trabajar como profesores en el Black Mountain College, un entorno en el que Josef profundizó en sus investigaciones sobre el color mientras que Anni continuó explorando distintas técnicas de tejeduría. Esta mudanza hizo crecer su interés por América, entendida más allá del dominio estadounidense. México, Perú o Chile, países que habían visitado invitados por distintas universidades, se convirtieron en un foco de inspiración clave para la pareja. El cada vez mayor conocimiento de las tradiciones precolombinas impactó considerablemente su producción, especialmente la de Anni, que quedó fascinada por aquellos tejidos, sobre todo peruanos, utilizados en su día para la transmisión de conocimiento. También a Josef quien, años después, crearía las series Variantes o Adobes, composiciones geométricas abstractas que remiten a las pinturas de las construcciones de adobe y techo plano que vio en México. “Su compromiso con un arte para la vida incorporó además el conocimiento de culturas ancestrales, relegadas en los márgenes, descolonizando el canon occidental”, relató Enguita durante la presentación quien, además, incidió en que se trata de “aprendizajes y no apropiaciones”, una reflexión clave en un momento de revisión del impacto de las miradas occidentales hacia el resto de culturas.
Algunos de los trabajos destacados de la muestra son los encargos religiosos, como el santuario formado por seis paneles para la congregación B’nai Israel de Woonsocket, en Rhode Island, unos tejidos que, sin embargo, poco a poco fue abandonando a favor de la estampación. También destaca durante el recorrido, que reúne casi 350 obras, la serie Homenaje al cuadrado, un trabajo profundo de color y forma por parte de Josef. Pero la obra realizada por ambos creadores es solo una parte -aunque bien importante- de un proyecto expositivo que tiene también muy en cuenta su relación personal, con numerosas fotografías y documentos de correspondencia que "dan fe de una relación cariñosa y profundamente respetuosa", según ha asegurado Garimoth, quien ha apuntado que es una “doble retrospectiva”, sí, pero también la exposición de una pareja. "Los dos artistas consiguieron romper los estereotipos del diseño y el arte entendidos como ámbitos independientes; incluso los roles entre los dos, como marido y mujer, se vieron afectados en un momento, los años veinte del siglo XX, y en un lugar, la Bauhaus, donde todo era posible", añadió Tamarit.