Homenaje a Mary Shelley, pionera de la ciencia ficción, en el aniversario de su nacimiento con una historia de policías-Frankenstein en la editorial Oni Press
VALÈNCIA. El pasado mes de agosto se ha cumplido el 220 aniversario del nacimiento de Mary Shelley, la autora de Frankenstein o el eterno Prometeo. No solo es importante por su obra, un clásico, sino porque se considera la primera que se escribió de ciencia ficción. Fruto de ello, la editorial Oni Press ha lanzado una nueva serie de cómic, Made Men, con la que rendirle homenaje. Aunque las diferencias son notables entre el mito y el argumento que se presenta, porque aquí tenemos unos Frankenstein que son policías.
Grace Morales ha contado recientemente que Mary Shelley escribió ese libro profundamente marcada por la desgracia familiar. Su madre murió durante el parto, al tenerla a ella, y la hija de Mary falleció al nacer. En su cabeza rondaba la fabulación de darle vida a la carne muerta, el trauma por la procreación como algo que siempre acababa en desgracia.
La obra fue un éxito y también un escándalo. Firmada por una escritora, mujer, y además joven, no era de recibo en aquella sociedad que una señorita apareciese en público con semejante historia. Por eso tuvo que incluir una introducción en la que se justificaba diciendo que la idea del libro venía de un juego que le propuso Lord Byron durante una estancia veraniega. Todo era en realidad una broma, fruto de un concurso, y no de una mente que pudiera disfrutar imaginando mundos truculentos, lo que de algún modo le pudiera servir para aliviar su desgracia.
Es por eso por lo que merece la pena su reivindicar su figura, o recordarla. No fue una escritora que lo tuviera fácil. De hecho, otra de sus novelas, Mathilda, solo pudo publicarse cien años después de su muerte. Hablaba de una jovencita que se enamoraba de su padre. Hay quien dice que tiene tintes autobiográficos. El caso es que ella no pudo comunicarse con su público, que es a lo que aspiran los escritores, por una cuestión de moral opresiva.
En este tebeo, el personaje principal de Made Men se llama Jutte Shelley, pero dice que en realidad es "una Frankenstein", porque llevaba tiempo bebiendo un mejunje que inventó su abuela, su abuela Frankenstein. Pero esto es lo de menos.
En lo que corresponde a un cómic de acción, las primeras páginas del inicio de esta serie son de una calidad apreciable. Se trata de un tiroteo en el que mueren un montón de policías. Recuerda al inicio de Robocop, que también fue llevado al cómic en 1990 por Marvel. Los delincuentes se ensañan con los maderos a los que han cogido en una emboscada. Les disparan hasta la muerte a todos y, concretamente, a la protagonista, la acribillan con especial saña.
Paul Tobin viene del mundo de los superhéroes, que no es mi género predilecto, y es en lo que deriva rápidamente esta historia, por desgracia. La primera escena, contada despacio en la mitad del número, logra despertar emociones. De desasosiego, de inquietud en un suspense bien logrado. No es el descuartizamiento de From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell, que ocupaba varias páginas mientras se iba asesinando con parsimonia a una persona, un momento mágico desde el punto de vista morboso y del terror -qué le vamos a hacer- pero tiene esos mimbres.
No obstante, esas muertes sirven para justificar una historia chiripitifláutica. La policía que parece que va a morir disparada a la vez por todo un clan del tráfico de drogas, es la nieta de la señora Frankenstein, que preparó un brebaje en su día que sirve para básicamente no morirse nunca o para regresar al mundo de los vivos si has palmado. Y ahí se disipa todo el trabajo intelectual que pudieran ofrecernos. Los policías muertos aparecen resucitados, forman un grupo y en los sucesivos números se irán por ahí a darse de yoyah, como si lo viera.
Se supone que en el cuerpo de policía, corruptos, alguien les traicionó, por eso les mataron, y de vuelta al mundo de los vivos tienen que buscar cómo ganarse la vida. En un alarde de honradez, la protagonista va a pedirle trabajo a un narco. Esa atmósfera de reinvención el autor también trató de transmitirla situando la acción en Detroit, una ciudad de capa caída en Estados Unidos desde hace años y que servía, según explicó, para dotar su argumento de ese espíritu de volver a empezar, de actualizarse.
Es parte del personaje principal también ese sentido de búsqueda. Parece que no pudo llevar una vida independiente de la de sus ancestros, autónoma, y al final termina cayendo en aquello para lo que estaba predestinada. Meterse a trabajar en el noble arte de dar vida a cadáveres iniciado tiempo atrás por sus abuelos.
Su abuela era la hermana del Doctor Frankenstein y fue la que más vivió de toda la familia con el aludido elixir. Es gracioso que en esta ficción se presente que todo lo que inventó el Doctor Frankenstein era mentira, lo había ideado realmente ella trabajando en la sombra. Ese es el homenaje deliberado que el autor ha querido hacer como reconocimiento a la trayectoria de Mary Shelley, siempre con altibajos y a la sombra de su marido. Algo que no fue exclusivo solo de ella le ocurrió a muchas mujeres, esposas de escritores o no, hasta bien entrado el siglo XX.
Al margen de esta referencia, Tobin también ha presumido de tomar prestadas ideas o una concepción de su personaje principal de cineastas como Akira Kurosawa o Sam Peckinpah, sobre todo en el aspecto de héroe, heroína en este caso, que muere abandonado de la mano de dios. Alguien sin destino.
El dibujo de Arjuna Susini y los colores de Gonzalo Duarte están en esa línea y transmiten esa sensación de suciedad y oscuridad propia de las ciudades en declive, los barrios bajos y los lugares donde hay malrollismo. De todas formas, no parece que un dibujo atractivo y algunas buenas escenas de acción vayan a poder levantar este argumento hasta el punto de hacerlo inolvidable.