VALÈNCIA. El paso del tiempo deja tras de sí algo más parecido a unos escombros que a ningún hilo o un camino definido. En ese montón de desechos, toca rebuscar, encontrar qué puede ser interesante y definir qué entendemos por “historia”. Sostiene Agustín Fernández Mallo en su Teoría general de la basura que toda producción artística y científica está hecha con los residuos de nuestros antepasados. Y la arqueóloga Marija Gimbutas tomó esos desechos de la historia que se recuperaban para formar un nuevo canon, señalando una visión hasta entonces única de la verdad arqueológica.
Como si fuera la continuación narrativa de Orientalismos, el IVAM aborda ahora la genealogía de la representación del cuerpo femenino a través de un proyecto de la artista castellonense Mar Arza, A pesar/A saber/A tientas, en el que pone en conversación piezas arqueológicas con esculturas de Julio González y de su obra propia. Un ejercicio a ciegas, sin cartelas, para poder hacer todo un ritual de reflexión sobre todo lo que puede significar una mujer para el arte y para la sociedad. ¿Piezas arqueológicas en un museo contemporáneo? Cuando el discurso precisamente supone toda una revisión de género y también colonial de estos, claro que sí.
Porque el punto de partida es este: la mujer ha sido siempre algo más allá de la fertilidad y la reproducción, incluso en el arte más primitivo. Arza quiere que el espectador busque nuevas lecturas, miradas que lleven a terrenos más profundos, como si fuera una excavación en el pensamiento común.
La instalación está formada por cinco pilares, a los que la artista llama oraciones (en el sentido polisémico de la palabra: el que se refiere a la construcción narrativa y el que se refiere al ámbito religioso). Cada una de ellas está formada por unas cinco piezas que, temáticamente, dialogan entre ellas a través del tiempo compartiendo espacio. En la Oración a la espesura de un cuerpo, Arza reflexiona sobre la silueta del cuerpo, tomando como punto de partida Grand Buste Femenin, de Julio González; Arza sitúa, en el lado contrario, el busto de una mujer embarazada que puede parecer una armadura pero que en su interior guarda un pincho soldado. Lo que debe proteger acaba siendo una amenaza.
En la Oración en jarras, se muestran piezas arqueológicas en las que la mujer toma la forma de vasija, capaz de contener y servir con su propio cuerpo. Un discurso que vuelve a desplazar con su obra propia a través de Vessels, unas piezas de bronce que pretenden actuar como vasijas pero que se desdibujan, creando una forma de peine que no cierra, y por tanto, nada puede contener.
En la Oración a futuros, ese futuro es la maternidad. En ella, hay dos piezas juntas que cuentan lo mismo con más de dos milenios de diferencia. Una figura de arcilla y pigmento encontrada en México representa a una mujer y tiene inscripciones hechas sobre el cuerpo. En 2008, Arza toma una hoja de papel escrita, la corta creando una especie de filas regulares e iguales y la dobla creando una especie de torso femenino en el que el texto se lee entre líneas.
Oración a la gleba explora las representaciones de la madre con un hijo o una hija como extensión natural de su cuerpo. Cuando lo cuida y cuando lo llora. Un bulto que acaba siendo, escultóricamente, parte del mismo cuerpo, y que traduce también el peso de los cuidados y la crianza y el marco mental de la dependencia de la figura materna.
Esas mismas protuberancias se pueden ver en la última oración, de la abundancia, en el que figuras de cerámica discuten sobre la representación de los senos, precisamente como garante de esa abundancia. Otra vez, Arza toma la palabra para desplazar el marco y construye una vasija capaz de contener, pero unas protuberancias con perforaciones minúsculas, a su vez, le hacen perder muy poco a poco el agua que lleva dentro.
“Quiero que la acción sirva para revertir el legado de la cultura de la fertilidad y mirar los substratos que nos van dejando las diferentes capas de la historia”, explica. Para ello combina contenido y contenedor: las oraciones no solo tematizan, sino que crean un diálogo espacial. La individualización del espacio, necesarias para cuidar las obras arqueológicas, también crea una sacralización que apoyan la idea de un canon elevado frente a frente con una nueva narración.
Conforme se va paseando, se descubren unas obras al fondo, en otro pilar, que por qué no, pueden tener un sentido junto a la que se observa en primer plano. Un diálogo que en realidad es una asamblea, presidida por los desechos y que busca señalar los deshechos. Toma la palabra la artista, y se sirve de Julio González pero también de piezas del Museu de Prehistòria de València, el Museu de Montserrat, el Museu de Gavà, el Museo Iberoamericano de Madrid, el Museu d’Arqueologia de Catalunya, el Museu Arqueològic d’Alcoi, las galerías Canem y RocíoSantaCruz y los fondos del IVAM y colecciones particulares.