VALENCIA. En el mar pintado del siglo XIX dominan los azules como mandan las academias, sin embargo el vibrante océano del expresionista alemán Emil Nolde (1867-1956) es violeta, el cielo naranja y las nubes rojas. Quizás sea el medio marino la excusa que emplea para pintar su propia alma. Las marinas del prematuramente desaparecido Nicolás de Stael (1914-1955) son campos de color que abrazan la abstracción. El XX, y lo que llevamos del XXI, son artísticamente siglos de enorme complejidad formal y temática y los artistas, lanzados a la búsqueda de nuevos territorios, renuncian en buena parte a la figuración. Los temas recurrentes durante el siglo XIX comparten universo artístico con otros nuevos, y formalmente los límites se diluyen hasta hacer desaparecer las referencias formales a las que agarrarnos. Quien trabaja el paisaje, y el del mar es un paisaje más, si pretende decir algo nuevo, no puede mirar ensimismado a los maestros del XIX si no quiere caer en la irrelevancia.
Los artistas, conforme nos adentramos en la pasada centuria tienen una relación con el mar más íntima y secreta, si la comparamos con la de los maestros antiguos: ya no es tan importante traer el mar al lienzo sino lo que le produce al espíritu del artista su contemplación; el mar se pinta tal como se siente más que cómo se ve. Una vez se abandona la objetividad, ya en el ámbito valenciano, percibimos que cada artista posee una visión distinta del Mediterráneo, creando un mundo personal a través de un uso expresivo del color y la línea. De hecho, premeditadamente, es parte de la esencia hallar un camino propio diferenciador del resto. Si la sombra del sorollismo es alargada, lo es también la de las vanguardias, y ello se ve en mayor o menor medida en la pintura figurativa a partir de la década de los treinta. La relativa claridad con la que podemos clasificar los movimientos y escuelas del siglo XIX va desdibujándose, pasando a un escenario de artistas sin escuela y a una disección por tendencias casi imposible.
Conforme avanza el siglo XX existe un grupo de artistas que, sin despreciar la figura de Sorolla, se ven influidos por otras corrientes artísticas más europeas. Ello les lleva a un contrapunto. Si, como decía, en la pintura de marinas del siglo XIX y primeros años del XX, así como la corriente sorollista que se sigue manifestando a lo largo del siglo pasado el color predominante será el azul del Mediterráneo, los nuevos artistas van introduciendo una paleta cromática mucho más compleja aunque sea por el simple hecho de que en su obra cobra tanto protagonismo el mar como la tierra y lo urbano en conexión con el mar. Asimismo, en esta nueva figuración, el mar puede ser protagonista durante un período concreto de la carrera de un pintor pero, salvo contadas excepciones, no es un tema central.
La obra de Pedro de Valencia, junto con la de Genaro Lahuerta, con quien mantiene una estrecha relación, son los representantes de una plástica más progresista frente al sorollismo que se había incrustado en la pintura valenciana de la época. A partir de la década de los cuarenta se decanta claramente por el paisaje, principalmente de corte marino: paisajes marineros cargados de simbolismo y con figuras masculinas solitarias, meditabundas y contemplativas del horizonte, y dando la espalda al espectador, dando testimonio de la soledad humana. Lahuerta, también en esta línea, nos transporta a playas y escolleras solitarias en las que a lo sumo hay unas barcas amarradas.
No es tan introspectiva la mirada de Francisco Lozano, otro artista esencial de la segunda mitad del siglo XX para entender el nuevo paisajismo Mediterráneo y cuya obra ha gozado siempre de un enorme éxito. Lozano propone un estallido de color: el paisaje dunar vibra y el mar lo percibimos cercano aunque en muchas ocasiones su presencia se reduzca a una leve franja azul que asoma tras el multicolor paisaje de una duna poblada de vegetación autóctona.
Fue precisamente Francisco Lozano quien, como miembro del jurado del II Salón de Otoño del Ateneo Mercantil celebrado a mediados de los 50, adquiere una obra de un joven Ribera Berenguer. La mirada de Juan de Ribera Berenguer es de gran fuerza expresiva no apta para todos los públicos, sólo hay que ver las vistas de Pinedo o La Malvarrosa, nada amables ni condescendientes. Una mirada un tanto turbadora: los morados, las líneas sinuosas y cierta “suciedad” buscada, presentándonos una costa destartalada no exenta de tenebrismo y un mar desarbolado, de difícil clasificación, al derivar su figuración de un acentuado expresionismo. En este sentido destaca su monumental Paisaje del puerto y de la ciudad de Valencia de 1996
Excelente paisajista el no suficientemente ponderado, Francisco Sebastián fallecido en 2013 a los 92 años es uno de los últimos artistas figurativos que sin tratar directamente el mar, de nuevo nos encontramos recreando las proximidades de este y los lindes de forma muy personal y atractiva. Sus paisajes del Saler, de la Patacona los inunda de una luz muy especial, que les dota de una modernidad asombrosa.
Ojeo el catálogo publicado para la exposición “Miradas distintas distintas miradas. Paisaje valenciano en el siglo XX” celebrada en el otrora llamado Museo del siglo XIX en el año 2002, y me llama la atención la ausencia casi absoluta de paisaje marino en las obras de los últimos treinta años: tan sólo un magnífico Calo Carratalá de la serie de Faros de 1998, un Javier Calvo y poco más. Y es que difícil encontrar obra de esta temática en el panorama plástico valenciano de las últimas décadas, salvo que nos vayamos a artistas de segundo orden excesivamente ligados a la corriente sorollista pero que poco aportan. No es casual, pienso, que el IVAM en su exposición “Entre el mito y el espanto. El Mediterráneo como conflicto” no haya expuesto ninguna obra pictórica contemporánea que haga referencia al mar, recurriendo a los omnipresentes Sorolla, Pinazo y Muñoz Degrain para exhibir la imagen idílica del Mediterráneo, circunstancia que me supuso una pequeña decepción cuando estamos hablando del un museo de arte moderno.
Desaparecidos ya la mayoría de artistas mencionados, que con sus luces y sombras, son contados los en el panorama actual que se acercan al medio acuático con una voz personal, moderna y diferente. El paisaje se vuelve más urbano pues es la ciudad el entorno que inspira al pintor y en este terreno tenemos magníficos ejemplos. La refulgente figura internacional del mallorquín Miquel Barceló, quien parcialmente lo aborda, se presenta como un genio aislado en el panorama nacional. No es una crítica u opinión, es un hecho, y no seré yo quien diga hacia dónde se ha de dirigir su mirada el artista. Hoy dentro de la “nueva-nueva figuración” en la que nos hallamos inmersos, se impone el paisaje urbano de corte metafísico, incluso, lo íntimo y el paisaje interior. Son una excepción en el panorama valenciano José Saborit y sus serenos paisajes sin límites, o a finales de los noventa la serie de faros de Calo Carratalá un artista de mirada inquieta que esperemos regrese en algún momento a fijarla de nuevo en el mar.
Nadie es víctima del mar, son los hombres quienes lo son, de otros hombres. Artículo dedicado a los fallecidos en el atentado de Niza perpetrado orillas del mar Mediterráneo, y a aquellos que se siguen dejando la vida buscando un mundo mejor.