Todo esto era solar. O cómo la conjunción de intereses e imaginación viró un abandono en todo un latido urbano
VALÈNCIA. Hace cinco años multitud de cambios estaban activándose aunque la ciudad apenas reparara en ellos. Hace cinco años en la confluencia del Cobertizo Santo Tomás, la calle de Guillén del Rey y la calle Tapinería, Google Maps indicaba que todo era solar, un cogollo durmiente y desaprovechado a la vera de la Plaza de la Reina.
Ahora que el Solar Corona ha echado el cierre, es momento para recordar que si Corona era una probeta, Tapinería era una ecuación. Sus términos han combinado el aporte de la promoción de inmuebles de Nou Tapineria, VdV Comunicación en la activación cultural y Los Pérez en la dirección gastronómica. Qué hay del resultado…
Ante el riesgo de que su modelo pudiera idealizar el espacio público y convertirlo en cápsula, más bien la visión es la de un gajo desaparecido de la ciudad que ha pasado en apenas cinco años a ser uno de los lugares de reunión más vitales de València. Un recipiente para la mezcolanza entre la vida local y la presencia del visitante. La respuesta a intentar hacer de forma distinta aquello que haciéndolo de la misma manera de siempre ya no resultaba.
Dos de sus promotores, Fernando Monforte y Fernando Millet, su directora creativa Laura de la Selva, sus responsables gastronómicos Raquel y José Pérez, y el profesor de urbanística Jorge Gil recorren el trayecto. “Es un espacio que puede ser visitado muchas veces a lo largo del año y, cada vez, nos encontraremos imágenes urbanas diferentes e incluso grupos sociales variados”, afina Gil.
Quizá mirar al dedo -los saraos, la vibración comercial- puede despistar respecto a la mirada a la luna: su modelo empresarial de finalidad bien práctica para resolver problemas evidentes de ciudad. “La capacidad de mutación de este espacio, aparentemente rígido sólo se entiende gracias al modelo de gestión de los locales comerciales, que provocan cambios en la imagen de la plaza en función de las actividades que se desarrollan en los bajos en cada momento del año”, sigue Gil.
Superar la rigidez edificatoria con flexibilidad funcional. “Es un modelo que se puede adaptar tanto a un espacio público similar como a un edificio contenedor. La mutación de un espacio invita a ser revisitado constantemente, sobre todo por los habitantes del lugar. Es a lo que llamamos generar ciudad”, culmina Jorge Gil, de Hadit Arquitectos.
Fernando Monforte y Fernando Millet recuerdan el contexto fundacional: “nacimos de la crisis económica y debido a ella nos vimos en la necesidad de reinventarnos, cuando la mayoría de las actividades productivas y comerciales estaban desapareciendo. Lo más sencillo hubiera sido enfocarlo todo a la gastronomía, pero decidimos optar también por una actividad cultural y comercial pero no en su forma tradicional, sino de una forma nueva, innovadora, distinta…”.
Frente a tanto edificio, plaza o ecosistema urbano buscando un uso fijo, quizá la réplica está en la mezcla… y más allá: tener muy claros los términos del comboi, no confundir flexibilidad con improvisación.
“Cuando nosotros aterrizamos en pleno casco antiguo con una idea de locales efímeros la palabra pop up era muy desconocida y comer en una mesa larga con más gente era muy extraño, la gente no entendía nada. (...) ¡Llevamos cinco años cambiándolo todo cada semana!”, apunta la directora creativa de Tapinería, Laura de la Selva. Que todo cambie para que la cáscara siga igual. La paradoja de alcanzar una identidad muy reconocible a pesar de un contenido con una tasa de sustitución frenético. Tal vez porque el ciudadano urbano inicialmente se deja seducir por el dónde ocurre más allá del qué ocurre. Entre tanto una identificación colectiva con el espacio-plaza guiada por una narrativa bien construida (buen rollo, talento local, hecho a mano, participación múltiple…).
Algunos de esos principios los define bien Laura de la Selva: “No nos olvidemos que no somos una asociación, somos una empresa privada con mucha gente trabajando entre la parte creativa y la parte gastronómica. (...) Somos un espacio plural, con un lenguaje un tanto canalla e informal, que lo que quiere es que la gente pueda disfrutar con los cinco sentidos de experiencias de todo tipo. Por eso hemos tenido y tendremos en nuestros espacios desde pequeños artesanos a grandes empresas internacionales”.
Los Pérez, José y Raquel, responsables de Bar&Kitchen y La Bernarda, enfocan a lo productivo que resulta tener que razonar constantemente el sino de un lugar como Tapinería: “somos más conscientes de lo que hacemos o de lo que ocurre cuando lo tenemos que explicar”. “Logísticamente la misión ha sido un cambio de registro radical. Veníamos de un proyecto familiar muy cuidado donde todo pasaba por nuestras manos y estaba controlado al milímetro. Ahora… ahora vivimos en un caos permanente”.
Hay en la lectura del lustro del Mercado de Tapinería una síntesis de cierta actitud de consumo plenamente digital: un timeline, un scroll en constante movimiento; unos bajos comerciales dispuestos para la procrastinación. “El reto principal y lo más complicado a lo que nos enfrentamos diariamente es ofertar una variedad semanal de eventos, actividades, talleres y gastronomía a nuestros visitantes y expositores sin caer en la monotonía, lo típico y lo que ya se ha visto, que es difícil. Y del mismo modo ser rentables como empresa para poder seguir adelante”, cierra De la Selva.
Sobre la rentabilidad del modelo, sus autores Monforte y Millet aproximan una explicación: “Es muy difícil rentabilizar el emprendimiento, la innovación y la cultura sin el complemento de otras actividades (ya sean gastronómicas, de patrocinio, de alojamiento turístico o de otro tipo), y siempre contando con el consenso vecinal, particular y municipal. Sin este complemento será imposible dinamizar áreas degradadas de la ciudad, especialmente del Centro Histórico, ya que si no es viable económicamente se verá avocado a su desaparición. (...). Seguiremos apostando por un mix de eventos de grandes marcas que nos permitan obtener ingresos para poder hacer otro tipo de eventos más culturales o artísticos en los que es difícil buscar la rentabilidad”.
La derivada turística muestra un nivel de ocupación inmobiliario constantemente en alto entre los edificios de la plaza. La atracción de la población local por el espacio incrementa su valor ante el prójimo. “Ha conseguido regenerar y revitalizar una zona de la ciudad (entre las calles Tapinería y Zurradores) que se encontraba absolutamente degradada”, resumen Millet y Monforte.
A pesar de que muchos visitantes (“no extranjeros”, matiza De la Selva) les han llamado Mercado de Taponería, Tapanería, Tapinerías o Trapenería, donde hace cinco años solo había solar para Google Maps, hoy hay un latido constante de ciudad.
“Esto solo acaba de empezar”, advierten Los Pérez. Un experimento...