VALÈNCIA. Móviles con forma de cuchilla de afeitar para espías con necesidad de afeitarse urgentemente tras una llamada. Una pila de servilletas ardiendo. Memes de gatos comentados con desconcertante minuciosidad. Todos estas ideas nutren el singularísimo universo del Ultrashow, el inclasificable espectáculo del no menos inclasificable Miguel Noguera (Las Palmas de Gran Canaria, 1979). Sobre el escenario, un compendio de imágenes mentales que invitan a transitar derroteros puramente kafkianos. Un puñado de pensamientos que galopan hacia la nada más absoluta. Una oda al desatino y la incongruencia. ¿Quién necesita lógica cuando tiene al humor de su lado?
Noguera no solamente comenta diapositivas en público, también es autor de libros como Ser madre hoy (2012), Mejor que vivir (2014), La muerte de Piyayo (2016) o Clon de Kant (2018), todo ellos publicados en Blackie Books. Colaborador habitual en los vídeos cómicos del dúo Venga Monjas, Nacho Vigalondo contó con él como intérprete en su película Extraterrestre y Carlos Padial hizo lo propio en Algo muy Gordo. El próximo 31 de octubre, el creador recalará en Rambleta para dar rienda suelta a ese caudal de pensamientos encabalgados. Aprovechamos su paso por València para sumergirnos en su torrente mental. Saltamos sin red.
Frente a las premisas utilitaristas que actualmente tratan de invadir cada resquicio de la existencia, Noguera plantea el sinsentido, el deseo de disparar ideas por el simple placer de hacerlo, sin intentar llegar a ninguna conclusión. En su horizonte discursivo no hay moralejas ni se llega a ningún sitio. Solo se trata de una efervescente travesía por los confines de la irreverencia y el delirio. Si están buscando respuestas a sus interrogantes existenciales, el Ultrashow no es su lugar.
Aunque resulte paradójico, el de Noguera es un humor que nace de la cotidianidad más mainstream, “de cosas que me encuentro por la calle”, pero que casi siempre huye raudo del costumbrismo. “No me dedico al escrutinio del imaginario colectivo ni pienso en temas específicos para el show. Los elementos están ahí, en el entorno urbano y me topo con ellos una y otra vez”. No se aspira, por tanto, a repasar los usos y hábitos sociales en clave cómica, “yo no busco comentar situaciones comunes desde la ironía o la sátira. Tampoco quiero analizar la actualidad o narrar el día a día. No hay un relato de la vivencia compartida por todos”, expone. El juego que propone el Ultrashow es otro y para participar en él basta con entregarse al torbellino de conceptos que Noguera va lanzando y retorciendo hasta el paroxismo sobre el escenario.
El proceso creativo del autor parte de una actividad básica: anotar, anotar, anotar y anotar. “Es algo bastante intuitivo. Voy haciendo anotaciones y de ahí selecciono aquello que más me apetece contar o lo que creo que se entenderá mejor sobre las tablas”, sostiene. “Me quedo con esas ideas que quizás contengan un brillo conceptual lo suficientemente potente como para que funcione bien en medio del histrionismo escénico, que no caiga en saco roto y no sea demasiado oscuro o reflexivo lo que se explica”. Tras varios años de gira, el Ultrashow mantiene su estructura, pero también ha ido evolucionando. Está vivo, igual que el monstruo de Frankenstein. “Se han añadido secciones, como la canción improvisada del principio o el texto autorreferencial que leo al final y que va cambiando cada vez. Ahora el espectáculo tiene más fases y también tiendo más a salirme de lo que estoy explicando para hablar en directo del propio espectáculo, para comentarlo”.
La incapacidad para ser catalogado late en la misma naturaleza del Ultrashow, conforma parte de su esencia, pero sí se puede afirmar que se encuentra más cerca de la performance (sin serlo del todo) que del soliloquio cómico al uso con fondo de ladrillo visto. “De la performance me atrae sobre todo esa posibilidad de establecer tus propias normas, de no tener que ceñirme a cierta artesanía del humor o a lo que se supone que es una forma correcta de hacer un monólogo en el que cada cierto momento tiene que haber un punch, un chiste que haga reír, algo que nunca me ha interesado, motivado ni servido”. Y es que, Noguera se considera mucho más artista que cómico, “es como me siento más cómodo. Siempre ha sido así y siempre será así”. En ese sentido, revindica que el origen de su trabajo “viene de la especulación artística y no tanto de la humorística. Aunque entiendo que la gente que viene a ver el show lo percibe más como una actuación cómica. Que algo sea o no gracioso, como premisa o principio estético, nunca ha sido un aliciente para mí”. No en vano, Noguera estudió Bellas Artes, una formación académica que queda reflejada en “el formalismo” del que echa mano. “Muchos de mis contenidos se basan en tensiones puramente formales, de cuerpos. Supongo que en esa voluntad de representar asuntos de forma plástica influye mucho mi origen en el dibujo”.
El trabajo de Noguera ejerce también de agente polarizador: o conectas o no conectas, o te llega a las entrañas y te revienta las neuronas o te deja sumido en un estado de incomprensión absoluta. El creador es plenamente consciente de ello, “a la mayoría de la población no le interesa especialmente lo que hago, cosa que es normal. De hecho, me sorprende que haya tenido una acogida tan buena y que a la gente a la que le gusta le guste tanto y vengan a verlo una y otra vez. Gracias a esa fidelidad he podido continuar probando cosas nuevas en el Ultrashow y sentirme a gusto en el escenario. Pero sé que fuera de la burbuja de público que sigue el espectáculo, hay un porcentaje muy amplio de la población a la que no le interesa para nada lo que hago, y lo veo lógico y normal”.
‘Absurdo’ es una de las etiquetas más empleadas para definir el humor de Noguera, un calificativo con el que él se siente más que cómodo: “en mi obra hay muchos elementos gratuitos, contradictorios o arbitrarios, coyunturas con carácter sorpresivo e inesperado. No es que yo busque el absurdo por el absurdo, pero como los contenidos se amontonan sin ton ni son, se acaba creando esa sensación de que lo que estoy relatando no viene a cuento de nada. También le debo mucho al surrealismo”. En esta línea de abarcar lo inabarcable, él mismo se autodenomina orgullosamente como ‘postmoderno’, “siempre he sentido mucha atracción por esa visión cínica y desapegada que aplica la postmodernidad en la que todo es un constructo, un juego vacío de cáscaras y estilos. Me siento muy cómodo con eso, me da energía. En cambio, no funciono bien si pienso que tengo que dar un mensaje con el que esté comprometido o en el que crea. No voy por ahí, para mí todo es una especie de juego de palabras que no termina nunca. Soy un postmoderno de la peor calaña”.
El fenómeno de Miguel Noguera es inseparable de Internet, “me ha ayudado muchísimo”, confiesa. Hagan la prueba, el universo 2.0 está inundado con sus vídeos. A través de esos clips colgados en plataformas como Youtube, sus fans han ido multiplicándose en los últimos años, convirtiéndose en una legión, minoritaria, quizás, pero entusiasta. Breves fragmentos del Ultrashow que se comparten en redes sociales y grupos de WhatsApp, (bajo la habitual fórmula ‘Eh, mirad esto’ + emoji de carcajada). “Como el espectáculo va cambiando, la gente puede ver todos esos vídeos y luego ir al teatro a verlo en directo sin sentir que el material se está repitiendo”, apunta él.
Sobre el escenario, Noguera da la sensación de sumergirse sin cortapisas ni filtros en el desparrame creativo. Sin embargo, el creador confiesa que se autoimpone líneas rojas a la hora de seleccionar los mensaje que exhibe: “Mantengo el piloto encendido pensando en que es diferente decir algo en el espacio público a decirlo en privado, porque las consecuencias son diferentes. Hablas con otros códigos. La mayoría de ideas que lanzo no creo que ofendan a nadie en concreto, son bastante genéricas. Pero es que yo no parto de la intención de provocar, o de decir bestialidades, y no quiero que, por tocar de refilón un asunto de actualidad muy candente, la polémica acabe eclipsando el contenido de lo que realmente quiero explicar”. No hay que dejar que la controversia empañe una buen puñado de cuestiones absurdas.
Hemos hablado hasta ahora del Noguera que se sube a los escenarios, pero hay otro Noguera: el escritor e ilustrador que realiza una aproximación a su propio imaginario a través de la mezcla letal de texto e imágenes. Dos creadores que conviven en armonía dentro de un solo cuerpo. “El material del que parto es el mismo, un listado de anotaciones, pero obviamente son dos medios diferentes”, señala. En el caso de los libros, considera que casi todos esos apuntes “podrían tener cabida, pero hay un problema de tiempo: soy muy lento dibujando y redactando y siempre tengo un exceso de contenidos esperando; de hecho, les dedico mucho más tiempo a preparar esas obras que a preparar los shows. Las piezas que incluyo están preparadas con mucho cuidado para que la gente las consuma tranquilamente en su casa, sin esa tensión que se da en la sala, en la que tiene que haber una energía continuada durante un periodo concreto”.
Eso sí, no ignora que sus publicaciones dejan un impacto menor en las neuronas de sus seguidores “nadie se suele acordar de las ideas de los libros porque no las ha vivido en directo”. En ese sentido, considera que sus obras encuadernadas con tapa dura actúan como “una masa de disparates a los que siempre puedes volver”. En el plano visual, volúmenes como Ser madre hoy o Mejor que vivir plantean una estética de evidentes ecos underground, “es algo que nace de forma natural y me gusta. Yo utilizo bolígrafo a la hora de dibujar y luego escaneo el resultado. Es un procedimiento que ahora mismo no se emplea mucho, se usa más la tinta o el dibujo por ordenador, pero que tiene una vertiente manual y torpe que creo que me caracteriza”.
El propio Noguera ha confesado en ocasiones anteriores que todos sus libros “hablan de lo mismo”, que conforman un corpus homogéneo. Algo semejante sucede también con las distintas entregas del Ultrashow: sus contenidos varían pero el proyecto sigue los mismos cauces que en sus primeros días. “Yo estoy todo el rato en el mismo momento: acumulando repeticiones. Veo algo, me estimula, quiero explicarlo, lo explico…Y vuelta a empezar. Ese proceso, si depende de mí, puede durar infinitamente, hasta mi muerte. Hago una apología de la repetición ciega porque creo que ahí hay una forma de vida y de supervivencia que a mí me interesa forzar”.
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