Hoy es viernes mágico de invocar a los ancestros con conjuros de prender fuegos oscuros, te lo juro. En Galicia, por supuesto, y conociendo a nuevos amiguiños
Que vamos a hacer un repaso en dos fascículos por la tradición de 27 variedades indígenas de 27 productores gallegos gracias a la bonita actividad que nos brindaron la Escuela Española de Cata junto a Luis y Alejandro Paadin. De interior o mirando al mar, con distintos climas y suelos. Agrupados por familias y díscolos sin pariente cercano a mano. Populares en los bares y rarezas de nombres desconocidos o, al menos, poco manidos. Con breve repaso a cada cual, que hay mucha tela que cortar y no es cuestión de cansar, que esto va de disfrutar.
A lo loco y con la que es tan sensible como tardía, que tía. La muy popular que compone el Lusco Albariño 2018 (Adega Pazos de Lusco). Sinonimia milenaria matizada por un tamiz que contiene su acidez. Cítricos poco amarillos, pero bien lustrosos para empezar recorrido gastronómico con unos berberechos al vapor.
No nos bajamos de las Rías Baixas con el Manuel d’Amaro Loureira 2018 (Señorío de Rubiós). Loureira que es niña buena que despierta amaneceres de relente mirando a poniente. Equilibrio y terpenos, aunque debemos admitirlo, de eso poquito sabemos. Pero sí que se asienta a nuestra vera con el poder que le dan las lías y la lía con un puñadito de percebes.
De cruces de caminos y quién lo sabe es la caíño branco que rellena la botella de La Mar 2018 (Terras Gauda). La saboreamos sin confundir con albariño, niño, que es espectáculo de aromas a marquesado con textura y zarandeo. Tánicos que se despliegan irreverentes cuando explican que irá muy bien con mesa, mantel y unos mejillones de las rías.
Probamos El Incomprendido 2018 (Casal del Armán) y comprendemos que es treixadura en producción y con sus pieles. Maceración precisa que respeta variedad y territorio. Especiados a los lados y la estructura que le da valor para vivir en solitario. Florecillas amarillas para decorar bonitos jarrones mientras preparamos una empanada de xoubas.
El Albamar o Esteiro 2016 (Albamar) es caíño tinto que no se rinde a su rendimiento, porque tiene de sobra sentimiento. Que será por amistad, pero nos abraza siempre con corrección. Piracinas revoltosas que nos arrebujan como si tal cosa. Refrescales a su manera y sin toque de queda, que quiere que nos quedemos y nos engatusa con una tortilla de patatas.
La espadeiro se presenta con el Zárate Espadeiro 2016 (Zárate). Analogía de tinta pobre, arenal o espadal, tal cual. Cárnico con su pimienta que crece entre paisaje de musgo sedoso. Intensidad que se aspira con fruición. Sencillez que al hablar declara con timidez que es alegre compañero de una pulpeira y su a feira.
El Davila Castañal 100 2017 (Bodegas Valmiñor) es consecuencia de uva con nombre de árbol y sus ramas que tocan el cielo impetuosas. Único en su especie por monovarietal, con muchas bayas negras y el fruto que lo menciona. Circular y pulido que se percibe tan bien tratado que se entrega camelado por un plato de lacón con grelos.
A Flor e a Abella Tinto 2017 (Coto de Gomariz) es sousón buscando néctares en revoloteo tan cercano como bravo. Longitud en su postura que mantiene el equilibrio entre ahumados y cindimentos. De viñedo singular, tiene una personalidad peculiar y se enreda en lo bonito si lo ponemos con unos callos con garbanzos.
Pasamos al potencial que promete este varietal, que es el Sunne Caíño Longo 2016 (Eloi Lorenzo), a la sombra y esperando ser mejor. Rugoso que se requiere sin aristas, aunque no termine de conseguir llegar a artista. Y, aunque a veces desconcierta, se para un momento para asegurar que todo puede ir bien si encendemos las brasas para hacer unos churrascos.
El Mausiño 2018 (Viña Moraiva) es de uva ratiño, que no ratiña, porque es generosa en rapidez. Fórmula Uno con riesgo de darse contra el muro y oxidarse los costados sin remedio. Y aunque la circunstancia oculte sus muchos valores, le encontramos golores a laurel o camomila y mira, que seremos raritos, pero nos parece bien con unos cogumelos con ajito.
En el Manuel Formigo Tino 2019 (Adega Manuel Formigo) nos encontramos con la casi perdida alvilla do avia. Voluptuosa y bastante mimosa, nos trae un ramo de rosas y sus palitos muy pulidos, porque no quiere pinchos ni de lejos. Se aleja de nosotros, pero la seguimos hasta unas matas de laurel y, aunque pueda recordar a la moscatel, no le damos cuartel con una merluza y su ajada.
Seguimos en montes de bajura, ahora tirando a rojizos con el Goliardo Tintos de Mar Loureiro 2017 (Forja do Salnés). Loureiro en su versión más tinta de rústico comedido y timidez con encanto. Suavidad que pasa con respeto y parada para echarse un cigarrito, que hasta en tal estampa resulta bonito. Reconfortante impás rematado con un caldo gallego.
El Attis Pedral 2016 (Attis Bodegas y Viñedos) nos agarra de la mano para retrepe pedregoso. Riscos hasta las nubes para bajar en picado a campo de violetas salpicado de frambuesas. Singular que incide en tiempos personales sin saltarse la elegancia, que es requisito necesario para comerse una zorza pringosita.
Terminamos por ahora con rareza innombrable, porque no se comercializa por el momento. Variedad zamarrica de Monterrei repleta de fruta golosa que sube y baja colinas con desparpajo dejando su impronta de diferente. Con un aquel licoroso, un toque a caramelos de café de los de volver a ser niños y algún dátil sin bacon que lo abrace. Y lo tomamos con unas filloas mientras esperamos la próxima sesión de autóctonas galaicas, que lo de aprender no nos cansa.