Coinciden en los escenarios obras que abogan por el diálogo en Israel, Colombia, Sudáfrica y el País Vasco
VALENCIA. Yulie Cohen fue víctima de un atentado del Frente Popular para la Liberación de Palestina en 1978 que se saldó con la muerte de su mejor amiga. Transcurrida 23 años de aquel traumático suceso, la azafata israelí visitó en la cárcel a su verdugo, Hassan El-Fawzi, condenado a cadena perpetua. Su familia lo desaprobó. También lo hicieron sus amigos, sus vecinos, la sociedad en su conjunto. Pero ella siguió adelante, instó su excarcelación y rodó un documental, Mi terrorista, donde explora las causas de la violencia en su país.
“No nací pacifista. Tenía 10 años cuando la guerra de 1967 empezó e Israel estaba siendo amenazada con ser eliminada. Hice mi servicio militar para defender a mi país. Nunca dudé de nuestra rectitud y estaba ansiosa por ponerme a prueba en un juego de hombres. Pero cuando un terrorista palestino me disparó aquel día en Londres, no se me pasó por la cabeza que fuera el enemigo. Pude ver que él y yo éramos pequeñas partes de un juego más grande. Mi abuela hablaba árabe. ¿Cómo podían los árabes ser “el enemigo”, reflexiona la hoy realizadora de documentales.
Su experiencia personal en pro de la reconciliación fue recogida por el dramaturgo argentino Mario Diament y hecha obra de teatro por Claudio Tolcachir. Este fin de semana, Tierra del fuego se representa en dos funciones, los días 27 y 28 de enero, en el Teatre El Musical. Alicia Borrachero interpreta a Yulie Cohen. Abdelatif Hwidar, a Hassan El-Fawzi.
“Este montaje no aspira al perdón, ni tampoco justifica la violencia. Pero el conflicto se humaniza, en el sentido de que se le da voz al agresor. El simple gesto de decidir sentarse frente a frente, puede cambiar el mundo. Él le cuenta a ella de dónde viene y cómo ha sido su vida, y ella empieza a hacerse preguntas, hasta concluir que en la historia que sufre su país, nadie es inocente y todos son víctimas”, resume la actriz.
Hwidar lo ha tenido más complicado para ahondar en su personaje, porque salvo por el documental de Cohen, existe poca información sobre El-Fawzi. La clave la halló en una frase del texto: “La verdadera cárcel es la que llevo dentro y de esa no va a sacarme nadie”.
Según el actor que le da vida, “Hassan no se equivocó en lo político, sino en lo humano. Su causa era absolutamente legítima, pero lo que implicaba, no, y por eso le resulta tan difícil perdonarse”.
La obra no excusa sus actos. Tampoco pone un parche a las heridas. De hecho, el reparto no se limita a estos dos personajes. También se escuchan los pareceres del marido de Cohen, de su padre, de la madre de su amiga muerta…
“La pieza te ayuda a ponerte en el lugar del otro y a comprobar que todos tienen razón. Está totalmente justificado que la madre de la azafata asesinada siga aferrada al odio, igual que el terrorista continúa creyendo en su causa”, explica Borrachero.
Tierra del fuego parte de lo concreto para aspirar a lo universal. El conflicto que disecciona podría ser extrapolable al vivido en el País Vasco, en Colombia, o como apunta Abdelatif, de origen ceutí, al enfrentamiento entre Marruecos y el Sáhara Occidental. “Si conectas con un alma, conectas con todas. Y esta obra se bate el cobre en el cara a cara. Sus protagonistas son dos seres humanos, más allá de condicionamientos e ideologías”, explica el intérprete afincado en Valencia.
La obra que protagoniza coincide en el tiempo con otras propuestas valientes que escuchan al “enemigo”. En noviembre de 2015, visitó La Rambleta La mirada del otro, sobre los 15 vis a vis organizados en la prisión de Nanclares de la Oca en mayo de 2011, entre etarras arrepentidos y familiares de sus víctimas. La obra documental fue invitada a Colombia en una gira programada meses antes del fallido referéndum por la paz.
En ese contexto de diálogo, el país latinoamericano estrenó en mayo Victus (víctimas victoriosas), en la que de manera inédita compartían escenario ex guerrilleros de las FARC, ex paramilitares, sociedad civil y ex miembros de la fuerza pública. La revista colombiana Semana recogía el testimonio de una de sus protagonistas. Ana Milena Riveros, antigua combatiente de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), compartió su dolor al enfrentarse a las historias de las víctimas. Lo que más le había gustado del proyecto escénico era poder mirar al otro como un ser humano “más allá de la etiqueta FARC, ELN o Ejercito Nacional”.
La compañía sudafricana Handspring Puppet también ha tenido el arrojo de montar una pieza basada en las audiencias de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica, un mecanismo creado para restaurar la justicia después del apartheid.
El montaje, titulado Ubú y la Comisión de la Verdad, es una revisión de Ubú Rey, de Alfred Jarry, con el trasfondo del régimen de discriminación racial imperante en la república del África Austral en vigor hasta 1992. La obra está protagonizada por actores que interactúan con marionetas. Sólo a través del uso de títeres, puede ser digerible asistir a escenas como la experiencia de una madre obligada a ver cómo queman a su hijo.
En esta coexistencia, Hwidar observa más causalidad que casualidad. “Hemos coincidido en abordar prácticamente el mismo tema en conflictos distintos, y esa circunstancia responde a que vivimos un momento histórico en el que la población civil parece estar por delante de la acción de los gobiernos”.
Borrachero es de la misma opinión. “La esperanza para que las cosas cambien tiene que empezar por lo pequeño, por nosotros. Los políticos están a otras cosas”.
Ambos han constatado este interés por la reconciliación en el ámbito doméstico a partir de los coloquios que se han convocado tras la representación de la obra (y que, desgraciadamente, no se han programado en Valencia).
Así lo comprobó, Hwidar en el País Vasco, donde dedujo que la población estaba más preparada para la concordia que el gobierno. “Hay hambre de hablar, porque durante muchos años no han podido hacerlo. Y ahora que quieren, no se les escucha. En los debates en Euskadi se expresaron opiniones con objetividad y madurez, desde distintas sensibilidades, de derechas e izquierdas. No se trataba de hablar de paz, sino de construir la paz que se quiere”.
Tierra del fuego resuena, y lo hace porque se representa desde la cotidianeidad. Como todas las buenas obras, lo que se desgrana parte de una dificultad personal universal, y por tanto extrapolable a toda condición humana. Así se logra la identificación del espectador y su entendimiento del fondo de la situación.
“Desde que surgió en el mundo, el teatro es un acto sagrado de comunión con el público, y lo que ocurre en el escenario tiene un poder de transformación más allá del entretenimiento. Esta obra tiene un añadido, como muchas otras, y es que cuando el teatro está cargado de sentido suele requerir un espectador que se involucre, lo que conduce a la reflexión”, argumenta Alicia Borrachero.
Los dos actores quieren pensar que su obra y todas las citadas en este reportaje actúan como pequeñas semillas de campos labrados para la paz. Como afirma Hwidar, esperanzado, “hay pequeñas victorias que tienen efectos irreversibles. La gente, por ejemplo, ya ha dicho que quiere la paz tanto en Colombia como en el País Vasco”.