El barrio marinero que se quedó sin mar, periferia de periferias, atrae la atención de los ojos del arte. Un recurso letal con el que explicarnos
VALÈNCIA. Nazaret, marinero sin mar, oxímoron de sí mismo, ha evolucionado en género artístico. Su carácter de pueblo dulce dio paso al de trinchera comunal para convertirse casi en un filtro, en una condición, generalmente de lejanía. Nazaret es musa y tiene cualidad de escenario en crudo para exhibir los patios traseros de la ciudad. Ahí tenéis, delante de vuestros ojos, aislado como un órgano al que le cortaron las arterias, la víctima del avance urbano más despiadado.
Ha pasado a ser proyecto artístico bajo el tamiz de unos cuantos ojos. Atrae a quienes lo miran porque es un material privilegiado para contarnos. Quien intuya abandono, en realidad se encontrará con una amalgama vecinal bien llevada. Quien suponga una geografía tabú, en realidad se topará con una adaptación al medio. Y al mismo tiempo sonará el crujido de la memoria, la rabia de la tierra quemada. El mar enclaustrado como si Manuel Vicent estuviera en la orilla de un muro contando las bienaventuranzas de una tormenta en el mar que no puede ver.
Sandra Sasera, miembro de la compañía teatral La Família Política, emplea la obra de teatro Se nos está quedando cuerpo de posguerra como eje donde mostrar sus imágenes sobre Nazaret. A partir de los textos de Guadalupe Sáez para la obra hablan de la distancia, de cómo nos alejamos de realidades bien cercanas, Nazaret se conviritó en compendio de todo ello. Guadalupe Sáez y su pareja, el actor Pau Gregori, se habían ido de Benimaclet a Nazaret y pronto se percataron la distancia mental que generaba vivir allí, cómo a sus amigos, a su entorno, les costaba acceder a un lugar que en realidad está cerca.
Sobre esa base Sasera fotografió el interior y exterior del muro que cicatriza (o simula cicatrizar) el barrio. La mesa, los cajones, durante la representación, se convierten en soporte de las fotografías. “Descubrir el muro me provocó una sensación de aislamiento, de vivir en un lugar muy encerrado, como si de repente te taparan la luz. Al mismo tiempo me impactó ver las huellas sobre el muro durante todo este tiempo, un lugar vivo. En mis fotos plasmó esa parte descuidada de la ciudad que ya parece no importarle a nadie”.
Durante la obra los espectadores no llegan a alcanzar las imágenes que ha fotografiado Sasera. Al acabar el público toma el escenario y las mira de cerca. La persuasión sobre cómo lo distante no permite ver lo cercano. “Esto no está tan lejos de mí, cómo no me he enterado antes”, pensó Sasera al ver Nazaret por primera vez.
Guadalupe Sáez escribió para presentar las fotos:
“El muro enorme y gris y olvidado que indica el final de la ciudad. Nunca el final de una ciudad me había parecido tan evidente. Nunca una frontera me había parecido tan evidente.
Así que miro el muro y la frontera y la paloma muerta y me doy cuenta de que Nazaret es un barrio marinero pero sin mar.
En su lugar sólo hay límites y cicatrices y cruceristas perdidos que visitan el barrio como si estuvieran en el centro de Valencia, que fotografían el barrio como si estuvieran en el centro de Valencia. En su lugar estoy yo. Estoy yo viviendo frente al muro donde alguien me dice: “Aquí hubo una vez una playa y era preciosa.”.
La anécdota definitiva sobrevuela la mente de Sandra Sasera: “al principio, cuando los barcos de los cruceristas llegaban a València, se equivocaban de sentido y acababan en Nazaret creyendo que era el centro de la ciudad”.
El fotógrafo Juan Reig, bajo la maestría de dos tótems como Ricardo Cases y Pablo Casino, se dio cuenta que, como fotógrafo, le resultaba “mucho más atractivo trabajar en la ciudad que vivo que sobre otros lugares que desconozco. Pero eso, que aparentemente puede resultar más fácil, entraña bastante dificultad”.
Reig, además de fotografiar, es tasador. “Mi trabajo de tasador me ha permitido conocer una realidad de la ciudad que muchos desconocen. Paulatinamente, esa búsqueda y reconocimiento de lo propio y local se amplió en muchos sentidos. Empecé a sentirme muy orgulloso de escuchar las canciones de Gener o Tórtel, de la gente que ilustraba Valencia y sobre todo de aquellos que lucharon para que en esta ciudad hubiera más justicia”.
Ese hilo llevaba a Nazaret, quizá porque es un kilómetro cero de la reparación de nosotros mismos. Empezó a fotografiarlo. “Ha sido un proceso largo. Primero lo evidente, los muros que separan el barrio del puerto, lo que fue la playa, lo que fueron casitas de playa y de pescadores. Ahora están casi todas deshabitadas. Hablaba con los vecinos y me contaban sus recuerdos de cuando iban a bañarse a la playa. Todo aquello fue calando en mí y busqué fotografiar lo que me evocara toda aquella época, pero han pasado ya 30 años y no siempre me ha resultado fácil. No me interesaba un trabajo que se quedara únicamente en lo decadente. Tenía un trabajo terminado pero algo difícil de interpretar. Casi por casualidad un día Pablo, de Novedades Casino, me regaló una postal de la antigua playa, luego fue una foto increíble de una chica en la misma playa y poco a poco conseguí una pequeña colección de fotos del barrio. Cuando mezclé esos documentos con mis fotos entendí que el mensaje era mucho más impactante y comprensible”. El resultado puede consultarse en su web. Postales de otro tiempo cara a cara con visiones actuales. Un golpetazo.
Fotográficamente, dice Reig, emana ese atractivo insólito de barrio marinero cuyo mar se desgajó: “Me da rabia, El Cabanyal, Malvarrosa y Nazaret podrían haber sido nuestras playas y sacrificamos una. Poco queda de aquello, aún está por allí el Benimar, un club de playa , el único vestigio de la aquella época que ahora está abandonado en ese espacio muerto que siempre queda entre dos fronteras, la del barrio y la del falso puerto. Y lo miras desde el muro que lo encierra y es desolador. Existe un potencial evidente como barrio periurbano, desordenado y olvidado, pero mi obsesión era mostrar la ausencia del mar y no sólo un barrio periférico más”.
La fotógrafa Eva Máñez encontró en las rendijas de Nazaret la motivación por “conocer y contar la idiosincrasia del barrio maltratado, abandonado y amputado por esta ciudad, por el puerto y por todos los gobiernos que ha tenido”.
Una profundización a pie de barrio, registrando las respuestas de sus vecinos a la pregunta: “¿Cómo es vivir sin el mar?”. Las voces de cuarenta habitantes resuenan en el interior de un contenedor portuario que se vuelve claustrofóbico. “Hay gente que cuenta sus recuerdos con la playa y otra que habla de la actualidad, de los problemas que hay ahora y la convivencia. Como Nazaret está lejos, está olvidado de todo y nadie va allí, quise traerlo al centro para así desde el Intramurs reflexionar sobre la fachada marítima de nuestra ciudad y también sobre el uso de los espacios públicos por la ciudadanía”.
Nazaret, para Máñez, es la “atracción visual de los bordes, las fronteras, los muros. El ver y palpar como el capitalismo salvaje ha arrasado con nuestro patrimonio. Es el lugar idóneo para reflexionar sobre el espacio público, la ciudadanía y las ausencias”.
Las fotografías de Andrés Carrión son enérgicas y reflejan una Valencia repleta de vivos azules. Sin embargo en Nazaret la mirada es otra. “Recuerdo y reconozco con cierta vergüenza y arrepentimiento que, no hace muchos años, la percepción que yo mismo tenía de Nazaret era, como la de tantos otros, bastante mala. Un lugar inhóspito, peligroso, marginal, sin nada que ofrecer y a evitar a toda costa. El punto de inflexión fue mi primera incursión en el barrio, a mediados de 2011, para visitar a la que ahora es mi pareja. Entonces se rompieron todos mis esquemas. Conocí el barrio, su gente, sus calles, sus problemas, sus necesidades… Se puede decir que “cambié el chip” y empecé a verlo con otros ojos. Cuanto más conocía, más quería saber y más me indignaba por las injusticias que los vecinos y las vecinas del barrio llevan sufriendo desde hace décadas. Todo esto creó en mí, por una parte, un gran sentimiento de culpabilidad por haber sido tan estúpido de juzgar tan negativamente algo que no conocía y, por otra, una autoinflingida obligación de mostrar al resto del mundo esa otra cara de Nazaret y esa parte de nuestra historia reciente que, en mi opinión, todos deberíamos de conocer”.
En las fotos de Carrión la centenaria estación de ferrocaril, abandonada y en pie. Benimar. Los restos del balneario Marazul. “Tanto a través de mis fotos, como de mis trabajos y estudios, como de cualquier otra acción que haya llevado a cabo con Nazaret como protagonista, siempre he tratado de dar visibilidad a todas esas situaciones, esos lugares y esas personas que he considerado que el conjunto de la ciudadanía debería tener presente. Mi intención es conseguir que ese cambio de chip que yo experimenté con respecto a Nazaret llegue a cuanta más gente mejor y así lograr, algún día, devolver a este barrio al lugar que le corresponde en la ciudad de Valencia, no en lo referido a lo territorial (que también), si no a lo sentimental”.
El negativo sobre las fotos de Nazaret en realidad nos sacan a nosotros poniéndonos de espaldas, mirando a otro lado.