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DEL 7 AL 17 DE OCTUBRE

Ni idealizada, ni derrotista: arte efímero para observar la huerta en todos sus futuros

4/10/2021 - 

VALÈNCIA. Es una verdad universalmente conocida que la temporada de higos buenos, higos fetén, higos que se te deshacen en la boca, resulta dramáticamente corta. Apenas dura unas semanas; si parpadeas, te la pierdes. En esta era del ‘Lo que quieras, cuando quieras’, de los envíos a domicilio ipso facto y las compras instantáneas, de las sandías en octubre y las fresas enero, aferrarse al consumo de frutas y verduras de temporada se ha convertido en una forma de militancia, en la defensa de una manera de estar en el mundo y de entender la vida más allá de las satisfacciones constantes e insípidas. Cada ciclo de cultivos que ofrece la huerta es efímero, se inscribe en unas coordenadas temporales y climáticas específicas, es en ellas en las que puede brotar con pleno sentido. Con la belleza de los fulgores fugaces. Efímeras son las alcachofas, efímeros son los tomates que te dan gozo en el alma y efímeras son también las instalaciones artísticas que protagonizan el festival Miradors de l’Horta, que se celebra del 7 al 17 de octubre y está organizada por Turisme Carraixet. En su segunda edición y bajo el lema Futurs de l’Horta, esta gran exposición al aire libre hace rimar el trabajo de la tierra con el diseño y busca promover la reflexión sobre los porvenires de esta gran despensa periurbana y su relación con la ciudad de València.

Identidad y territorio conforman una dupla indivisible, arraigada en nuestras geografías íntimas. Sin embargo, muchos urbanitas observan esas cosechas que alimentan sus mesas como una otredad difusa. Y es complicado implicarte en la supervivencia de un paisaje que no conoces o que observas como una postal pintoresca, pero ajena. No basta con saber que la huerta existe, sino de consumir sus productos, acercarse a sus conflictos y costuras, participar de ella en todas sus vertientes. Con ese objetivo, Miradors de l’Horta recurre al arte y al diseño como herramientas de transformación social y pone el foco en la sostenibilidad del territorio. No se trata de esbozar un retrato bucólico e idealizado de la vida campestre, no estamos ante un taller de églogas. Pero tampoco es cuestión de dejarse arrastrar por un derrotismo que solo avoca a la parálisis. La clave está en lanzar una propuesta vitalista que agite la mirada y llame a debatir sobre la chufa, pero también sobre las condiciones laborales y vitales de quienes la producen.

Foto: DIEGO OPAZO

“Teníamos claro que, además de las obras artísticas, debíamos generar reflexión en torno a la huerta como entorno ecléctico. No queríamos que fuera una actividad a la que se viene un día para verla y vuelves a casa sin generar más relación con el espacio. Deseamos que el festival actúe como una plataforma desde la que mostrar las líneas de trabajo que se están generando aquí más allá de la agricultura y que contribuyen a dar valor al territorio y a visibilizarlo. Es un buen momento para hacer de altavoz sobre otras iniciativas que se llevan a cabo: gastronomía, salud y bienestar, turismo sostenible, consumo de producto de proximidad y temporada… En definitiva, exponer que el futuro de la huerta valenciana no es solamente uno, sino que hay muchos futuros en marcha”, apunta Noelia Rigoberto, directora de este festival que cuenta con la colaboración de la Asociación Valenciana de Diseñadores de la Comunitat Valenciana (ADCV) y de València Capital Mundial del Diseño 2022. Se busca, pues, potenciar estos enclaves como escenario de cosecha y venta, pero también en sus otras acepciones. Para ello, el encuentro ofrece también experiencias gastronómicas, talleres, conferencias y un espacio expositivo para estudiantes, donde se verán las instalaciones Cinema de tardor y Dona vida a l’Horta.

Hablar de los futuros de este entorno pasa por hablar de sus lazos con la urbe junto a la que respiran. “La huerta y la ciudad de València mantienen una simbiosis. Una sin otra no pueden existir se necesitan. Debemos hacer evidente esa relación, hablar de ella y fortalecerla”, expone la directora de Miradors. Y aquí llega uno de puntos conflictivos cuando se habla del paisaje y sus visitantes urbanitas: el síndrome del dominguero incívico, de aquel que atraviesa campos con afán instagrammer, pero con cero unidades de comprensión hacia el ecosistema que le rodea. “La huerta se debe disfrutar y respetar. Promocionamos y defendemos los paseos sostenibles por este espacio y animamos a relacionarse con los productores y apostar por la compra de kilómetro cero - sostiene Rigoberto-. El problema son estos otros visitantes irrespetuosos que chafan cultivos, se llevan alimentos sin permiso y maltratan el espacio”

Opresiones, patatas, andamios y una atalaya

Ya tenemos la teoría clara. Ahora toca aterrizarla. ¿Escenarios? Distintas ubicaciones agrícolas de las localidades que conforman la Mancomunitat del Carraixet: Albalat dels Sorells, Meliana, Foios, Almàssera, Vinalesa, Bonrepós i Mirambell y Alfara del Patriarca. ¿Artistas participantes? Nituniyo+memosesmas, Vitamin, Clausell+Cía, Iso Design, Clap Studio y Trashformaciones.

Foto: DIEGO OPAZO

Cada equipo creativo ha preparado una propuesta con dos directrices fundamentales: el uso de materiales sostenibles y la puesta en marcha de obras que se integren en el territorio. Además, el festival organizó varias reuniones previas entre los creadores y agentes locales del sector agrícola, “la idea de estas sesiones es que los profesionales de la tierra expliquen su situación y preocupaciones. También se realizan visitas guiadas a los diferentes enclaves para que los artistas los conozcan”, explica Rigoberto.

Es en este contexto de diálogo en el que Clausell+Cía planta su Obert per obres, una estructura de andamiaje que actúa de punto de encuentro y debate mientras hace un guiño al campo semántico de la albañilería. Una oportunidad para imaginar las potencialidades del mañana. “Una de las conclusiones a las que llegamos tras las conversaciones con los agricultores es que la huerta se enfrenta actualmente a problemas graves y que es necesario repensarla para asegurar su supervivencia y conseguir que sea viable. Pero también nos transmitieron la pasión por la tierra, a pesar de que el suyo es un trabajo muy duro. Como sucede con cualquier sector, hay momentos de crisis en los que ciertos modelos de funcionar se quedan obsoletos y hay que replantear los esquemas, buscar nuevos modos de hacer. Y cuando eso se logra, ese ámbito que estaba en peligro puede renacer, florecer de nuevo. Con esa búsqueda de soluciones viables en mente, decidimos generar un espacio que ejerza de contenedor para realizar charlas y exposiciones, para promover la conversación y la reflexión. Y de ahí pasamos a la idea de que si hay que ‘construir’ algo, es necesario hacer una obra, por ello, pensamos en un andamiaje que evoca a esos procesos de edificación, pero que no es un espacio cerrado al público, sino todo lo contrario”, explican.

Hablar de construcción en un ecosistema agrícola nos retrotrae inmediatamente al imaginario del cemento y la urbanización, antagonista de los campos de coliflores. Clausell+Cía hackean esos elementos y los llevan al terreno de la sostenibilidad: “lo que aquí está en construcción es el futuro de la huerta y los andamios que empleamos son la base sólida para hacerlo posible. Por ello, los hemos creado a partir de materiales que pueden encontrarse en la propia huerta, como cajas de fruta. Inicialmente pensamos hacerlos con madera, pues nos parecía un material más cálido y agradable, pero nos dimos cuenta de que al desmontarlos, acabaríamos generando más residuos. En esta propuesta, una vez desmontada la estructura, los elementos utilizados podrán reutilizarse o reciclarse”.

Claro, el día a día en la huerta no se parece precisamente a las estampas campestres de la aldea que se hizo construir María Antonieta en Versalles, con su adorable molino, sus adorables cabañas y su adorable lago artificial. Precios paupérrimos, desgaste físico, ausencia de expectativas... “Después de reunirnos con los agricultores teníamos una sensación agridulce, pues nos hablaban de cómo una profesión que aman y a la que han dedicado toda su vida está al borde del abismo por falta de relevo generacional y de estabilidad. Les encanta la labor que hacen, alimentar a la población, pero se enfrentan a muchísimas dificultades, como el margen de beneficios que se quedan los grandes distribuidores. En ese sentido, los veíamos entre la espada y la pared. Y les preguntamos qué querían contar. Pasear por la huerta es muy bonito, pero si no cuidas a quienes cuidan el paisaje, está condenado a desaparecer”, explica Ángela Montagud, de Clap. Así surgió In Between, una esfera hinchable de grandes dimensiones emplazada entre árboles que le impiden crecer. “Esa esfera blanca e impoluta representa al agricultor, atrapado por las circunstancias, los espectadores pueden ver y sentir cómo es oprimido por las circunstancias externas”, apunta.

En esta galería al aire libre, la mirada es la protagonista. La reivindican propuestas como Atalaya, de Nituniyo+memosesmas: “solemos trabajar cogiendo un concepto muy sencillo y estirándolo a ver hasta dónde podemos llevarlo. Partimos de la idea de ‘mirador’ y queríamos jugar con la altura y experimentar. Porque en la huerta, al ser tan horizontal siempre tienes el mismo punto de vista. Pero en el momento en que te elevas, la percepción es totalmente distinta. También nos parecía muy interesante la idea de mirar y ser visto a la vez. Tienes la oportunidad de observar desde la atalaya y la gente desde la huerta o desde el pueblo puede observar la estructura”. Además, introducen también el concepto de límite y frontera, en este caso, entre el terreno agrícola y el urbanizado: “Al ir a ver el lugar donde iba a estar el proyecto, nos dimos cuenta de que prácticamente estaba en el límite entre lo que es Foios y la huerta. Esa idea del límite entre dos zonas nos parecía muy interesante para trabajar. Y también el concepto de escala, pues, cuando estás desde la huerta, siendo un espacio tan amplio, cualquier cosa parece pequeña. Queríamos que al verlo desde Foios tuviese una perspectiva y, desde la huerta, otra”, indican.

La cercanía con el municipio les ha hecho también apostar por la atalaya como una celebración de los propios habitantes de la zona: “Nos daba miedo que los vecinos sintieran esta estructura como algo invasivo, pero todo lo contrario. Nos han ayudado y dado ánimos. Y eso se agradece porque no lo hacemos solo para reclamar a la gente que venga de València, sino para que la propia gente que vive aquí también lo disfrute y que no lo vea como un ente que amenaza el paisaje. Esperamos que sea disfrutado al menos tanto por los que vienen de fuera como por los que están aquí”.

Y de las alturas… al suelo. Patatas Deluxe es el título de la instalación llevada a cabo por Trashformaciones, una iniciativa que toma como eje a uno de los tubérculos favoritos de toda persona de bien y lo eleva a la categoría de alhaja. Así lo explican sus responsables, Pablo y Blas Montoya: “La huerta es un triángulo entre el labrador, el producto y el consumidor. Así que le quisimos dar importancia al producto, el enlace entre los otros dos vértices. Nos basamos en la patata porque es un alimento universal, conocido, feo, amorfo, enterrado... Buscábamos convertirla en una joya y en una obra de arte. Para ellos, hemos creado patatas de aluminio reciclado y las hemos pulido hasta lograr que brillen, y se conviertan en espejos”,

La idea del espejo y los reflejos que arroja es también fundamental en este proyecto, así como la curiosidad de poder asomarte a un gabinete de contenido desconocido. Y es que, las patatuelas se plantan en el interior de un gran cubo situado en mitad de la huerta. Este contenedor cerrado está forrado de espejos por dentro, así que, cuando te acercas “ves que refleja todo lo que hay alrededor: los cultivos, las casas que hay cerca, el cielo e incluso al propio espectador. Y gracias a los rayos del sol, brilla todavía más. Además, el cubo cuenta con unos agujeros a los que asomarte. Al hacerlo, contemplas un efecto óptico brutal: hemos puesto las patatas de aluminio semienterradas y, debido al juego de espejos, ves toda la huerta inundada de un mar de patatas brillantes a modo de joyas”, subrayan.

Los códigos de diseño y la agricultura, aparentemente tan distantes, se dan aquí la mano para lograr que la cebolla con la que preparamos el sofrito forme parte de nuestros itinerarios emocionales (llorar al cortarla no es imprescindible).

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