El patito feo de las transformaciones urbanas: cómo caminamos, qué calidad tienen los espacios callejeros para acoger nuestros pasos. Un planteamiento a pie
VALÈNCIA. No hay que ser muy avispado para percatarse de algo evidente en una confluencia de diferencias como lo es una buena ciudad: en unas calles se camina más despacio, en otras mucho más rápido. Hay barrios en los que el desplazamiento se produce con tracción de viandante supersónico, otros en los que cada paseo conlleva pensamientos lentos. Y claro, de todas esas huellas, la consecuencia es la creación de geografías al paso. Solo que con unas cuantas causas previas: la configuración de espacios y vías determina ampliamente como nos movemos a pie. “Andar -lanzaba en la página de al lado Ramon Marrades- es relacionarse con el mundo de la manera más lógica, al paso natural que nos marca la biología para el que nuestros sentidos están diseñados”.
A pesar de que la adicción por discurrir a todo trapo podría forzarnos a querer atravesar la ciudad como quien sorbe las últimas gotas de un batido, hay una transformación evidente: el desarrollo tecnológico en las últimas décadas ha hecho que aquello para lo que necesitábamos mucho tiempo, pueda resolverse antes. ¿Para qué entonces tenemos que ir tan veloces por la calle? Al igual que la dicotomía entre coches y bicis ha encontrado un sustrato bien fértil, está al caer la variante más básica: poder caminar por la ciudad sin que suponga tan solo un desplazamiento mecánico entre puntos.
València tiene algunas singularidades que la hacen propicia para errar (esto es: ‘ir de un lugar a otro sin un fin, un motivo ni un destino determinados’) pero también unos cuantos inconvenientes; todo un proceso urbano por definir. El uso experiencial provoca significar al vuelo que en Benimaclet se camina mucho más despacio que en la Plaza de la Reina o que la plaza de Patraix es más leve que Primado Reig. Y, spoiler, en ello influye intensamente la configuración de las infraestructuras.
A raíz de ello el urbanista Chema Segovia plantea su mirada propia: “En mi último año, al haber sido padre y haberme cambiado de barrio, ha cambiado por completo el marco espacio-temporal en el que solía moverme. Si intento explicar ese viraje desde la perspectiva del espacio urbano, lo que mejor lo haría sería la sustitución en mis hábitos cotidianos de los Jardines del Turia por el Parque de Viveros. Viveros ha sido mi último gran descubrimiento en la ciudad. Claro que lo conocía de antes, pero ahora he podido dedicarle más tiempo, más atención y, sobre todo, más calma. En contraste con el viejo cauce del río, que por su simple linealidad te empuja a avanzar sin apenas detenerse ni deambular, Viveros es un espacio hecho de rincones”.
Segovia arrastra hacia un planteamiento parejo a la industria de la felicidad: ¡cómo hasta caminar es un objetivo productivo! “Me doy cuenta de que esa magia que le veo al parque está algo apartada del modo en que a día de hoy concebimos el espacio público quienes nos dedicamos al urbanismo. En el pensamiento actual alrededor de la ciudad, a causa de la inquietud por generar unidad entre la ciudadanía y por cierta noción de la seguridad, se ha instalado una idea del espacio público como lugar obligado a estar plenamente expuesto y activo. También como sitio productivo donde todo lo se hace está motivado por la obtención de un resultado. Ejemplo paradigmático: el caminar ya no se reivindica por el simple placer que comporta, sino porque es bueno para la salud o incluso para la buena marcha del comercio local”.
Julia Pineda y Júlia Gomar, de la cooperativa arquitectónica Crearqció, delimitan esa diferencia entre calles que sirven para transportarse y calles donde caminar: “El otro día volvíamos caminando por Àngel Guimerà y es definitivamente uno de esos ejes rápidos. Es una calle agresiva para caminar: mucha circulación de coches con velocidad, aceras muy estrechas y lineales, donde es prácticamente imposible parar o tener una marcha más oscilante. Son esas avenidas que te hacen querer salir pronto de ellas, pero que tomamos porque son el conector más eficiente (funcional) para el desplazamiento, pero en cambio te hacen apretar el paso para abandonarlas: Peris y Valero, Primado Reig...
Sin embargo, las calles de donde el peatón tiene más soberanía sobre el espacio, donde la convivencia con otros modos de desplazamiento está más equilibrada y las personas tenemos espacio suficiente para pararnos a mirar escaparates o saludar, son más lentas. Son calles que no incitan solo al desplazamiento de A a B, y el recorrido es menos lineal. Calles con espacios sinuosos del Carmen o el Mercat, como la calle de las Danses, o más anchas y soleadas donde la oscilación del peatón se produce por el uso, como las calles de centro de Benimaclet”, concluyen.
Julia Cano, del colectivo de arquitectura Kavalyo, pide diferenciar entre velocidad y tiempo. “Creo que existe una obsesión con la velocidad cuando en realidad deberíamos preocuparnos por el tiempo. La velocidad es una variable importante a la hora de gestionar un plan de movilidad urbana, conocemos ejemplos y en general, hay consenso social a la hora de defender movilidades blandas frente a realidades donde el vehículo a motor sea el protagonista. El tiempo, no obstante, es una variable muy compleja que depende de mil factores (económicos, culturales, privados, colectivos, etc) y el buen urbanismo como mucho puede dilatarlo, puede, a veces y muy puntualmente, llegar a congelarlo”, pero depende, añade, de transformaciones más profundas: “València tendría que ser divertida, no sólo organizada”.
Como hemos venido a reflejar nuestras fijaciones, Julia Cano aprovecha para hacer lo propio: “Desde muy joven tengo una fijación peculiar con el tramo de la calle San Vicente entre la plaza del Ayuntamiento y la plaza de la Reina. Es el ejemplo perfecto de la economía rancia que surge por el turismo rancio; las aceras no son capaces de contener a la cantidad de gente que la atraviesa; está permanentemente en sombra; la afluencia de coches cada vez es menor, pero da igual, porque la sección de calle es muy esbelta y amplifica el ruido de los motores una barbaridad. Y, sin embargo, cuando paso por ahí, me cambia el ritmo, no me importa perder tiempo. Si fuera completamente peatonal y dejaran de dar licencias a tiendas de yogures helados, creo que sería un buen ejemplo de cómo una calle oscura y bulliciosa puede ser un espacio de acogida.
Primado Reig, no obstante, es donde habita la desesperación. Es la respuesta fácil, pero nunca está de más volver a decir que esa arteria de tráfico junto a su prolongación, la avenida Peret Aleixandre, son un atentado contra la sociedad valenciana. No es sólo un problema de movilidad, no importa cuántos carriles bici se pinten en la calzada, no tiene solución a no ser que se reconfigure completamente el espacio privado de planta baja”.
A todas ellas les planteo cómo puede la ciudad, desde su propia transformación, beneficiar el paso de quienes la habitan.
Chema Segovia: “Entiendo la idea de la ciudad lenta como una posibilidad de revisar de manera crítica esa idea de espacio público como espacio necesariamente activo. En multitud de momentos de nuestras vidas necesitamos que la ciudad nos ofrezca laberintos, recovecos y escondites en los que evadirnos del ajetreo y reencontrarnos con el valor de perder el tiempo”.
Júlia Gomar, Julia Pineda: Es importante las actividades que pueden tener lugar en una calle, bien sea por los usos de planta baja o por su mobiliario. Deben ser espacios donde nos sintamos seguras y no evitamos pasar o lo hagamos rápidamente. Además, seguir apostando por la movilidad sostenible de tiempos lentos (bici, a pie...) y la proximidad, haciendo vidas más sosegadas, más tranquilas. La aceleración y el tiempo en la ciudad, o la ausencia del mismo, genera una tendencia de ir con prisa, arriba y abajo. Esto produce calles más rápidas. Como peatones siempre tendemos a coger el ritmo de las personas de nuestro alrededor, no hacerlo es un acto de casi rebeldía. Por eso es importante rebajar las tendencias de la velocidad del paseo, a través de reducir la influencia de tiempos rápidos como los coches a gran velocidad, y también introduciendo ritmos más lentos, favoreciendo la diversidad de usuarios en el espacio público: gente mayor, niños y niñas, gente charlando entre ellas... que nos ayudan a armonizar nuestros ritmos”.
Julia Cano: “A la hora de imaginar una ciudad mejor creo que es importante poner atención a las necesidades de una persona mayor de 70 años y las de una persona menor de 16. Ambos perfiles viven a ritmos completamente diferentes pero ninguno de los dos trabaja, los dos deben recibir cuidados y su forma de relacionarse con la ciudad tiene un componente mucho más social que económico. Es decir, por un lado, son los que menos voz y capacidad de transformación de la ciudad tienen (para muestra la proliferación de parques infantiles prefabricados y máquinas de ejercicio para mayores sacadas de un telefilm de los años 80) pero, por otro, pueden dar respuesta a nuevos modelos de configuración del espacio físico ya que el juego y el descanso son esenciales para cambiar el ritmo de una ciudad”.