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OBITUARIO DE DERECK WALCOTT

“Burning to be the bitch she will become”

20/03/2017 - 

ALICANTE. La duda surge cada año, junto con la expectativas, ¿para qué sirve el Premio Nobel de Literatura? Una pregunta que se repite año tras año, cuando se acercan las fechas de concesión del galardón, en medios de comunicación de lo más variopinto, aunque tal vez lo más reseñable sea el silencio total que acompaña este tránsito desde las publicaciones académicas.  Molesta su elevación omnisciente sobre la literatura de todo el globo, con sus ajustes de políticas internas, sí, pero con pocos prejuicios estrictamente literarios por parte del comité de la Academia Sueca. Una Academia que, a pesar de la desviación clara hacia el inglés  tiene en su palmarés 25 lenguas, entre ellas el yidish, el islandés, el húngaro, el bengalí, el serbio, el polaco o el hebreo, y aún aquél inglés percibido como koiné de la modernidad, no siempre relacionado con las “grandes literaturas”, sino como representantes de tradiciones enraizadas en la tradición local con pelliza lingüística de la colonización, como es el caso del nigeriano Wole Soyinka, galardonado en 1986, o los antillanos Derek Walcott y V. S. Naipaul, en 1992 y 2001, respectivamente. Sin el Premio Nobel, la presencia de estos autores bajo la mirada de los “lectores comunes” formulados por Virginia Woolf (el sesgo de género es uno de los puntos flacos del comité sueco), depende totalmente de cada ecosistema editorial, del riesgo y el olfato de cazadores de nombres en las Ferias internacionales del gremio, o de los investigadores y docentes en el ámbito de la educación secundaria y universitaria. En un sistema educativo tan impermeable a otras tradiciones como el español, marcado de un chovinismo extremo (sin olvidar su reducida presencia en las planificaciones curriculares, aunque es curioso la utilización del barbarismo francófono en unas aulas donde la presencia de Molière, Rabelais, Balzac, Proust o Houellebecq es una excéntrica rareza). 

Sin el Nobel, el recientemente fallecido Derek Walcott difícilmente habría llegado a los estantes de las librerías en versión bilingüe o traducida. A pesar de las buenas intenciones de José Carlos Llop, “esta antología, fruto del descubrimiento de la poesía de Derek Walcott hace unos años, y no de la urgencia editorial tras la concesión del Nobel”,  el pie de imprenta de la excelente antología Islas publicada por Editorial Comares, delata una curiosa sincronicidad, 14 de febrero de 1993. A continuación vinieron El testamento de Arkansas (Visor, 1994), Verano-Midsummer (Huerga y Fierro, 1999) y la monumental Omeros (en catalán por Edicions Alfons el Magnànim-IVEI, 1993 y en castellano por Círculo de Lectores, 1995, con posterior reedición en Anagrama, 2002). Después de este desembarco, fruto forzoso de la exposición mediática del premio global, se han ido sumando ediciones con cierta regularidad, siendo especialmente reseñable la publicación por Alianza, en 2002, de una colección de ensayos de teoría literaria y poética, bajo el título de La voz del crepúsculo, donde se incluye el discurso de acceptación del Premio Nobel y una de sus excasos acercamientos a la narrativa, el relato breve Café Martinique.

La literatura de Walcott supone la universalidad del discurso poético, apropiándose del Canon occidental para enjuagarlo en las aguas de la tradición africana, y ponerlo a secar al sol del Caribe, ese sol tan cercano, y tan lejano al mismo tiempo, de la aridez del legado helénico.

“I have no nation now but the imagination./ After the white man, the niggers didn’t want me/ when the power swing to their side./ The first chain my hands and apologize, ‘History’ / the next said I wasn’t black enough for their pride.”  [No tengo nación más allá de la imaginación./ Después del hombre blanco, los negros no me quisieron, /cuando llegó su empoderamiento./ Lo primero fue encadenar mis manos y pedir una disculpa, ‘Historia’, / lo siguiente espetarme que no era negro en la medida de su orgullo.]. Estos versos del poemario de 1979 The Star-Apple Kingdom dejan clara la situación de náufrago entre culturas de Walcott, a pesar de haber tomado pronto su opción de ser voz de Trinidad, ya en 1953, después de su periodo formativo, aunque era nacido en Santa Lucía (1930), al contrario que su némesis V. S. Naipaul, con quien compartía origen tal vez circunstancial, ya que este formaba parte de la minoría de origen indio y, cuando años más tarde ya estaba instalado en Inglaterra, hizo declaraciones en el sentido de su inscripcipción como autor cosmopolita, sin raíces, ya que le molesta la pobreza cultural de Trinidad, se siente extranjero en la India y en Inglaterra no consigue relacionarse o identificarse con los valores tradicionales heredados de la época colonial. Esta deserción identitaria ha dado como fruto una de los enfrentamientos literarios de índole global más jugosos de las últimas décadas, Walcott vs. Naipaul, pero esto es tema de otro artículo.

Los poetas lo único que necesitan es ser declamados, en el silencio de la lectura íntima o con el grito de las voces sometidas. There is no wine here, no cheese, the almonds are green, / the sea grapes bitter, the languages is that of slaves. O en la reinterpretación de José Carlos Llop, Aquí no hay vino, ni queso, las almendras son verdes, / las uvas del mar, amargas, y el lenguaje es ese de los esclavos. El rico lenguaje de la poesía de Walcott, junto con un exquisito talento para la medición rítmica y una verbalidad proteica, dejan un legado universal al alcance de otras lenguas y otras voces, en gran parte, gracias a la concesión del Premio Nobel.

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