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Os habéis hecho viejos (o sobre la cultura, la naftalina y los pesados de oficio)

18/10/2017 - 

VALÈNCIA. Cada vez que alguien pronuncia esa frase tan recursiva de "Ya no es como antes" le sale una cana. Compruébenlo. Es la forma más rápida de envejecer. Porque envejecer, tal y como yo lo entiendo, consiste en dejar de estar conectado con el presente y pasar cada día más tiempo en ese chalecito que te has montado en tus recuerdos. Hasta que acabas instalado definitivamente en ellos y te conviertes en un viejo. A veces a los veinte años, a veces nunca. No es una cuestión de edad, obviamente. Es una cuestión de vivir en el mundo que es o en el que fue.

El mundo cambia, claro, de forma cada vez más rápida —la unidad de medida del s. XXI debería ser el espacio entre dos Iphones—, pero eso no es excusa para desconectarnos de él. Al contrario, debería ser un incentivo: descubrir nuevas experiencias, perspectivas, estímulos diferentes. No entiendo a esas personas que siguen escuchando la música que consumían en su juventud, por ejemplo. Tengo amigos que, desde los noventa, apenas han escuchado algo nuevo. Sus coches siguen teniendo los mismos CD de Héroes del Silencio y de Nirvana, que suenan una y otra vez. ¿De verdad no ha aparecido ningún grupo en veinte años que valga la pena?

Es que la música de ahora ya no es como la de antes, claro.

Conozco gente que sigue viendo en bucle la serie Friends y me pregunto cómo no les molestan las camisas de Chendler y los cardados de Rachel.

Es que ya no hay series de humor como Friends, claro.

Sé de lectores que dicen que no hay una sola novela que valga la pena desde Faulkner, que no leen nada contemporáneo porque no quieren perder su tiempo.

Es que la literatura actual no es como la de antes, claro.

En una conferencia, el escritor Alessandro Baricco nos invitó al público a enumerar los problemas que los videojuegos generaban en los jóvenes. Se elaboró entre todos, rápidamente, pues los presentes estábamos bastante de acuerdo en los inconvenientes de esta práctica de ocio. Salió algo así:

-Desconexión de la realidad

(Llamo a mi hijo para que venga a comer y ni se entera)

-Pérdida de tiempo

(En lugar de hacer los deberes mata marcianitos)

-Imitación

(Agresividad que incluso llega al asesinato: véase chico de la katana, por ejemplo)

-Confusión realidad-fantasía…

Cuando el listado estuvo hecho, Baricco enseñó una prescripción médica del s. XIX donde se prohibía la lectura de novelas a varios pacientes. Principalmente a las mujeres, que son las que comenzaron a leer en masa en este siglo. Las excusas eran exactamente las mismas:

-Desconexión de la realidad

(Llamo a mi mujer para que me traiga una cerveza y ni se entera)

-Pérdida de tiempo

(En lugar de hacerme la cena lee tonterías)

-Imitación

(¿Y si mi mujer lee La Regenta y le da por buscarse un amante?)

-Confusión realidad-fantasía…

Ahora llega la música trap, por ejemplo, y manda al IMSERSO estético a cuatro generaciones de golpe. Todos esos que defendieron el nihilismo y la estética feísta del punk de los 70 critican el nihilismo y la estética feísta de los jóvenes traperos. No es lo mismo, dicen… ¡Pues claro! ¡Qué triste si fuera lo mismo!

En fin, ya basta de hacer el ridículo repitiendo lo mismo de siempre. Cada generación cree que hay un abismo que la separa de la siguiente. Que detrás solo el caos. Es un tópico hablar de Sócrates, que en el siglo V a.C. criticaba a los jóvenes por maleducados e irrespetuosos. La frase: "Esta juventud ya no es como la de antes" está escrita en una tablilla de barro de la época babilónica, de aproximadamente el s. XX a. C. A ver si nos enteramos ya de que las cosas, nunca son como antes. Nunca. No somos el último superviviente de la lucidez frente a la barbarie. Es solo que estamos envejeciendo. Que ya no tenemos ganas de entender el presente y nos aferramos al pasado.

Es cierto que los avances tecnológicos han creado una grieta digital: en el siglo XXI el mundo cambia muy rápido y es fácil perderse. Hay una distancia palpable entre los nacidos antes y después de Internet. No vemos el mundo de la misma forma, no nos relacionamos de la misma forma, no aprendemos de la misma forma, no tenemos los mismos valores ni las mismas esperanzas. ¿Y qué? Es genial que así sea. No hace falta que los adultos entendamos completamente sus gustos y motivaciones, pero respetemos quiénes son. Porque cada generación debe hacer suyo el mundo, ponerlo patas arriba, expulsar a los viejos para que no empiece el olor a naftalina. ¿Quién en su sano juicio querría que en el año 2017 siguiesen sonando grupos grunge en la radio y Friends grabara su cincuenta temporada y todas las novelas imitasen a Faulkner? Sería un mundo absolutamente muerto. Un mundo pudriéndose. Un mundo de jóvenes envejecidos prematuramente, que pueblan sin alma la tierra que sus padres les dejaron, sin intentar hacerla suya, como es su obligación.

Aquellos que tanto se quejan de las nuevas generaciones deberían estar orgullosos de no entender la música trap, de no pillar el sentido del humor de los youtubers, de no saber manejar a la perfección las redes sociales, de los insultos que los improvisadores se lanzan en las batallas de gallos y de las modas tan horribles que los jóvenes inventan. Porque eso significa, ni más ni menos, que todo se mueve. Y lo que se mueve sigue vivo.

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