VALÈNCIA. El conflicto del “ser o no ser” está presente cada día. En cada decisión, cada pequeño conflicto y hasta en el comienzo de un proyecto, también se puede encontrar en los grandes saltos como el de componer -por primera vez- una obra de teatro cuando la vida ha transcurrido más bien tras el telón. Este es el caso de la actriz, y ahora directora, Paula María Martínez que debuta del 21 al 24 de marzo en Teatro Círculo con Lo que dure morir, una conversación sobre las bambalinas del teatro, con David Alan Perry, en la que ambos reflexionan sobre la incertidumbre que rodea al conflicto en todo momento.
La obra se centra en la adaptación de Ofelia de Shakespeare y todas las pequeñas dudas que rodean al proceso creativo: “Enfrentarse a cómo explicar un proceso es un reto complicado pero positivo, Ofelia -como personaje- entró a mi vida cuando yo tenía apenas 17 años y conecté de una manera muy fuerte, me sentí muy identificada. Yo también estaba en un momento de soledad y de incomprensión”, desvela Martínez sobre su acercamiento a este peculiar personaje.
Esta joven perteneciente a la nobleza vive un intensísimo amor por el príncipe Hamlet, quien da nombre a la novela de William Shakespeare. Advertida por su padre es consciente de que no debe relacionarse con Hamlet, mucho menos enamorarse de él, aunque la pasión le conduce a un predecible y catastrófico final. Hamlet decide matar a su padre llevando a la joven Ofelia al desquicie absoluto, que le lleva finalmente al suicidio.
Martínez lo reinterpreta y genera su propio personaje desde sus bases: “A lo largo de mi vida me ha acompañado y ha vuelto a aparecer de diversas formas hasta encontrar hasta una visión más modernista de ella misma. En ese momento pude coger al personaje y escribir algo propio para hablar de mi realidad, partiendo de ella y de su identidad aunque diferenciándola de la mía también”, confiesa la ahora dramaturga, quien también se ve cautivada por este peculiar personaje al igual que Shakespeare y otros artistas como Ernest Hébert, Eugène Delacroix o John Everett.
Una actriz joven como ella, al igual que Ofelia, comienza a explorar el mundo y cómo adaptarse a este, generando sobre la escena un paralelismo entre Hamlet y Ofelia en el que amor, desamor y conflictos van de la mano. Sobre el escenario lo que se puede ver son los entresijos de este proceso creativo que por fin ve la luz, enfrentándose así al reto de representar “lo que ya está sucediendo” y dejando que el proceso creativo se “apodere de ella” hasta dejar que junto a Perry les sucedan las cosas sobre las que han escrito. Esto se representa sobre el escenario a través de momentos “de abandono, esperanza y de síndrome del impostor” que se suceden en una pequeña sala de ensayo que se sitúa dentro del propio teatro. Una especie de gran escenario en el que cabe el propio teatro en sí mismo.
A través de varias conversaciones, pruebas y momentos de “ensayos vacíos” Martínez y Perry se enfrentan a discusiones sobre la continuidad del proyecto: “Nos preguntamos si va a funcionar o no, sobre las indentidades que nos habitan y sobre la fuerza de un solo personaje. Yo misma vivo una crisis con Ofelia porque es una identidad dentro de mi que no quiero abandonar, en el espectáculo voy reconciliándome con ella mientras todo sucede”. A estos momentos le sucede un público atónito que contempla como Martínez pasa de la admiración a la ira sobre un personaje que se fundamenta primero entre las páginas de un libro y después sobre las tablas, generando un salto del libro al libreto.
Ofelia, como personaje, es quien sirve a una pareja sobre escena a recrearse sobre las creaciones artísticas y sobre el teatro en sí mismo. Con Lo que dure morir el texto se mantiene vivo siempre y cuando ronde en la cabeza de los espectadores, quienes tienen permiso a asomarse por una mirilla ante el universo de una joven dramaturga que se entrega a uno de los relatos -y personajes- más enigmáticos de la literatura de Shakespeare.