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cartas desde bolonia

Pedantes, vanguardistas, excéntricos: cinco incomprensibles de la literatura

Roberto Calasso, Mark Danielewski, Thomas Pynchon, W. G. Sebald, Enrique Vila-Matas. Cuando el tiempo literario parece ordenarse cronológica y temáticamente creando sagas, modas y tendencias, existe una raza de escritor que no se pliega a las contingencias de los suplementos ni a las estrategias editoriales

10/10/2016 - 

VALENCIA. Son nombres que convocan la excelencia, lo incuestionable, lo snob, la vanguardia en otro tiempo histórico. La crítica, tímida y temerosa, aplaude con desconcierto. El gran público los rechaza, se resiste a ellos. Rara vez se agotan las ediciones unas tras otras como un producto más del sistema editorial fordista, frenesí que anhelan todos los integrantes de la cadena de producción de libros. Extraños, misteriosos, vehementes, escurridizos, inclasificables, fuera de toda tendencia, incomprendidos e incomprensibles, resulta prácticamente imposible hacer un compendio con cierta coherencia a menos que no se destaque de todos ellos, como característica común, su excentricidad.

Cuando el tiempo literario parece ordenarse cronológica y temáticamente creando sagas, modas, boomes y tendencias, existe una raza de escritor que no se pliega a las contingencias de los suplementos ni a las estrategias editoriales. Ni a las veleidades de academia ni al palo y zanahoria de los galardones. Sobreviven en las esquinas de las librerías con un halo de prestigio forjado a base de perseverancia, inteligencia y desinterés por el éxito. O al menos, de un interés relegado a los otros elementos. Parecen no escribir sino para ellos mismos. Cosa que es mentira. Parecen no escribir sino para su tribu. Cosa que es verdad. Parecen publicar obras a medias, girones de obras, reflexiones que acaso darían como resultado una historia congruente. En su mundo, la exploración tiene más interés que la arquitectura narrativa. En su universo la investigación estética está por encima de un buen final. O de un buen principio.

Tienen talismanes desconocidos por la mayoría. Robert Walser hundiendo sus pies en la nieve y diciéndole adiós al mundo silenciosamente. Roberto Arlt vapuleado por sus contemporáneos y repitiendo que cualquiera podría corregir sus textos pero que nadie podría escribirlos como él. Virginia Woolf traginando con Orlando y su sexo y su género. Dominique González-Foerster conversando en el café Splendid de París sobre una frase tautológica de Gertrude Stein. La única verdad moderna, aquella que repite sus propios postulados y no encierra ninguna referencialidad con el mundo exterior. En qué mundo posible se juntarían Charles Baudelaire, Edgar Degas, Witold Gombrowicz, Florencia, Caravaggio, el sample o la googliteratura.

Dime otra vez lo de la Gran Cultura Europea

Roberto Calasso, director literario de la casa editorial Adephi, es de esos autores fetiche de libros enormes y cultura apabullante. Acaba de ser galardonado con el Premio Formentor, un reconocimiento instaurado en 1961 por Carlos Barral que, tras sus escasas siete ediciones, fue retomado en 2011. Según el jurado, “su obra discurre por senderos narrativos y reflexivos en donde la belleza literaria, el rigor conceptual y la intuición poética conforman una insaciable inteligencia”.

Con La Folie Baudelaire (2009) el poeta maldito que da nombre al título cuenta un sueño que se desarrolla en un burdel que es a la vez museo. Las reflexiones de tipo estético, junto a la documentación de cartas personales o divagaciones sobre el arte, se enredan entre personajes como Marcel Proust, Rimbaud o Sainte-Beuve.

Su obra, un gran compendio sobre la cultura del siglo XIX, se ha completado con ensayos tales como La literatura y los dioses o Los cuarenta y nueve escalones, enciclopedias ensayísticas que pasan del arte a la filosofía y de la metafísica a la leyenda. Se dice, por decir, que acaricia el sueño de la gran cultura europea, como cuando se lee a W. G. Sebald explicando a lo largo de varias páginas la fisonomía de la estación de tren de Amberes, “una catedral consagrada al comercio y el tráfico mundiales”, el principio de las expediciones hacia el África colonial y el final de las mercancías de la explotación imperialista. Como con todo Zweig. Como con Un puente sobre el Drina, de Ivo Andrić. Como con El Danubio, de Claudio Magris.

Enrique Vila-Matas, otro grande de la cultura europea en páginas como esta, da luz novelas más o menos lineales (aunque llenas de digresiones) como París no se acaba nunca o El mal de Montano, pero en su estilo se va perdiendo narratividad en favor de esos asuntos tangenciales que para un público demasiado rígido demoran la lectura hasta convertir en marginal la historia que se está contando. El personaje Vila-Matas aprendiendo de Marguerite Duras, hablando de Bouvard y Pécuchet, estableciendo la diferencia entre Rimbaud o Verlaine para el día a día, visitando Dublín con James Joyce en la memoria, Dublinesca y Dublineses, Finnegans Wake.

 Al recibir el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en noviembre del año pasado declaraba: “he venido trabajando estos años, trabajando en libros difíciles que llevaba lo más lejos posible, hasta sus límites; libros que, al publicarlos, se convertían en callejones sin salida, porque no se veía qué podía hacer ya después de ellos”. Y extiende un lamento de época: “Pensaba que en las novelas por venir no sería necesario dejar la aldea y salir al campo abierto porque la acción se difuminaría en favor del pensamiento. Con una confianza ingenua en la evolución de la exigencia de los lectores del nuevo siglo, creía que en el indescifrable futuro la novela de formato decimonónico —que se había cobrado ya sus mejores piezas— iría cediendo su lugar a los ensayos narrativos”.

New American Style

Philip Roth es uno de los escritores favoritos para el Premio Nobel de Literatura, que este año se anunciará con un retraso nada usual. También Paul Auster cotiza al alza en las apuestas. Sin embargo, surgió como autor de culto Mark Danielewski, quien en el año 2000 publicó su primera novela House of Leaves, que llegó a España como La casa de hojas bajo el sello editorial de Pálido fuego en colaboración con Alpha Decay.

Con Danielewsky la crítica vio una continuación y una pervivencia al término de “literatura ergódica”, que en resumen sería aquella literatura oscura, difícil, que representa un reto para el lector no solo por el contenido sino también por la disposición del texto en el soporte de publicación. En efecto, las historias de los personajes de La casa de hojas se perdían en la maraña de reflexiones, de escenas y de nuevos hilos argumentales.

No sin cierta presunción, el autor avisaba de lo críptico de su obra y parecía regodearse en lo inescrutable. “Terminaréis de leer y os olvidaréis, hasta que llegue un momento, tal vez dentro de un mes, tal vez un año, tal vez varios años. [...] Podréis intentar entonces, como hice yo, encontrar un cielo lo bastante lleno de estrellas como para volveros a deslumbrar. Pero ya no habrá cielo que pueda deslumbraros”. Sorprenden sus seis reediciones en la modesta Pálido fuego.

Thomas Pynchon es otro de los americanos que se ha erigido como símbolo de lo inaccesible. Su célebre El arco iris de gravedad fue rechazada por el jurado del Pulitzer en 1973 por considerarla demasiado sobreactuada y completamente ilegible, aunque sí ganó ese mismo año el Premio Nacional. A partir de entonces se han llegado a publicar guías de lectura con que abordar la obra y el escritor se ha labrado el apelativo de autor de culto, acrecentando su sombra además por su escasa producción.

La estela que deja Bolaño, que es aquella de Borges, es retomada por el último Ricardo Piglia, el escritor que celebramos en sus últimas obras con una mirada retrospectiva que bascula entre el agradecimiento y la extrañeza. Esa estela da paso a Sergio Pitol, a Juan Villoro, a Mario Bellatín, estéticas diferentes que coinciden en exigirle al lector altura, paciencia y disposición a perderse. El correlativo español Agustín Fernández Mallo, Eloy Fernández Porta, Manuel Vilas o Vicente Luis Mora completarían un panteón de raros, iluminados, excéntricos y exigentes que reclaman una literatura distinta, difícil, minoritaria que dice no querer serlo, pero que sabría encontrar nuevos giros laberínticos con que esconderse para seguir siendo única. Intentaron ser generación, pero su único punto en común era la disidencia.

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