Hiren Gun es un documental que entrevista a músicos de sesión y contratados para giras de las grandes estrellas. El denominador común es que cobran poco, de mala manera, y sus jefes, las rock-stars, consideran que les deben algo por dejarles formar parte de su séquito, pueden ser despedidos en cualquier momento por cualquier trivialidad, como pedir un aumento de sueldo. Una profesión liberal, tal vez, pero carga de servidumbres
VALÈNCIA. Siempre se ha dicho que hacerse músico era un disgusto para muchos padres. Su hijo no iba a tener una nómina, una hipoteca y viviría a salto de mata, alimentado solo por sus sueños. Ese era el temor. Pero lo cierto es que los que tenían talento y eran capaces de desarrollarlo a través del trabajo, del duro pringue diario como el de cualquier otro trabajador, sí que se colocaban en lo que fuera. Desde orquestas de pueblo que dejan sus beneficios, váyanse a Galicia a verlo, a grupos que grababan algo y tiraban o como músicos de estudio e incluso técnicos.
Sin embargo, llegaron varias debacles. Una, la de Internet, que convirtió a la música en gratuita. Llevó la oferta hasta el infinito y la industria del disco se volatilizó. Desapareció junto a las aplicaciones técnicas e informáticas que permitían grabar un disco en casa en las mejores condiciones. Solo habría dinero tocando en directo.
Pero esa industria, la de los conciertos, también fue sacudida. A un servidor se lo contó un taxista que había trabajado de gira con Raimundo Amador. Con Operación Triunfo, salieron, pongamos, diez artistas punteros, con horas de promoción en prime time, que acapararon las mejores fechas del circuito veraniego de conciertos. Al año siguiente, fueron otros diez, ya eran veinte. Un año después, diez más. Y otros diez, y otros diez. Todos cargados de horas de promo mientras los clásicos veían menguar sus oportunidades. Y los nuevos, de esos mejor ni hablamos.
Los músicos consagrados tenían que abaratar sus espectáculos porque había menos fechas. Menos músicos, menos shows. Otros perdían toda posibilidad de tocar. Vendiendo discos no se ganaba nada y, al mismo tiempo, seguían saliendo grupos como setas por la facilidad para grabar, una paradoja. En resumen, la posibilidad de ganarse la vida en algo relacionado con la música en España se vio dramáticamente reducida.
Eso no ha matado a la música, ni mucho menos, que sigue escuchándose y tocándose en directo. Ahora hay más festivales que nunca en la vida. Pero el cambio de paradigma le ha dado la vuelta al sector al que ya no reconocen ni los mejor situados. Cada vez, como en otros negocios, tocan el dinero menos manos.
Sin embargo, el año pasado salió un documental, Hired Gun, que abordaba las particularidades de este negocio en lo que es percibido ahora como los tiempos dorados. Se centraba en Estados Unidos y en los secundarios de alto nivel, los que acompañaban contratados a las estrellas. ¿Y ué es lo que nos enseñaba? Que antes también era todo bastante trágico y precario.
Hired Gun tiene como protagonistas a músicos contratados por grandes grupos, como Jason Newsted de Metallica o Rudy Sarzo, de Quiet Riot, Whitesnake u Ozzy Osbourne. Son casos que a todas luces deberían considerase de éxito, pero la realidad que cuentan es mucho más prosaica.
Hay momentos que son predecibles. Por ejemplo, Newsted comenta cómo le insultaron durante mucho tiempo los fans porque era el sustituto del fallecido Cliff Burton, uno de los tipos más carismáticos de la historia del metal, el "Jimi Hendrix del bajo", dicen. Debía sentirse culpable, como si lo hubiera matado él, y fue increpado en todas partes durante mucho tiempo. Idéntico caso a Brad Gillis, que le tocó coger el testigo del gran Randy Rhoads después de que este se estampase en un avión que iba haciendo el indio en un vuelo rasante sobre el autobús de gira del grupo, al que llegó a golpear. También tuvo dificultades para llenar su vacío y fue duramente criticado en cada escenario al que se subía.
Un caso similar al de Derek St Holmes, voz y guitarra del grupo de Ted Nugent. Nadie sabía que era él quien cantaba, todo el mundo pensaba que se trataba del caballero que daba nombre al combo. Una vez, en un concierto, un fan se le acercó y, tras verle cantarse todos los temas, se lamentó junto a él de que tuviera que hacerlo imaginando que Ted andaría mal de la garganta.
Pero esto son minucias al lado de lo esencial: la remuneración. La mayoría de entrevistados coincide en señalar que están en lo alto cuando salen de gira con una estrella, cobrado, por ejemplo, 400 dólares por semana, pero cuando se acaba el tour, confiesan, se ven en casa sin un duro. Se cierra el grifo tan pronto se da el último show. No hay ni seguridad social ni nada.
Un caso paradigmático es el de Richard Patrick. Empezó tocando en Nine Inch Nails, pero Trent Treznor, líder del grupo, le pagaba poco. Ni siquiera cuando aportaba algo a una canción le daban los créditos. Trent se apropiaba de todo sin miramientos. El hombre llegó a quejarse abiertamente de su situación y, con mucho respeto, le dieron la dirección de una pizzería donde podía trabajar si quería ganar más. Ese fue el gesto de su jefe.
Patrick abandonó NIN y fundó su propio grupo, Filter. Aquí la sorpresa, o no sorpresa. En ese instante le cambia el semblante y le da la razón a su anterior amo. Dice que entiende por qué este se comportaba así con sus músicos contratados. Había que tener mano dura y ser impenitente con ellos. Uno de los guitarristas que contrató se queja de que le impusieron una forma de ganarse la vida que ni en la más dura ETT. El grupo cobraba hasta por saludar a los fans, si no se hacía, no entraba un duro. Y el sueldo, aparte, era misérrimo. Lo dejó para siempre y alcanzó la felicidad, deducimos porque se le ve sonriente, poniendo a voz a anuncios de la tele.
Lo más duro es escuchar que estos tíos, por tocar con celebrities, proyectan la imagen entre sus amigos y antiguos compañeros del instituto como de que son ricos, cuando no es así. El caso más sangrante de todos es el de, Liberty DeVitto, batería de Billy Joel. Cuenta que en mitad de una gira, cuando Joel iba a volver a casa en avión por Navidad, él pedía unirse, pero no le dejaban. Había sitio, pero si Joel quería tumbarse sobre dos asientos, él le chafaría el plan, de modo que debía quedarse en el hotel esperando hasta que el jefe volviese y se reanudase el tour.
Joel fue arruinado por su manager, como tantos otros, le timaron todo, y tomó a su vez la decisión desde ese momento de quedarse prácticamente con todo el dinero que entrase en el grupo. En esta tesitura, DeVitto, que afrontaba un divorcio, pidió un pequeño aumento y la respuesta fue su despido fulminante. Lo triste es que todavía, en el documental, lanza mensajes de que le gustaría poder hablar con su antiguo jefe y arreglar las cosas. Eso pone de manifiesto de forma ejemplar una realidad que a menudo se nos escapa. Las profesiones que se supone que consagran la libertad de uno y le libran del horario del tajo o la oficina, en realidad ocultan la mayor de las servidumbres. Un documental muy apropiado para adolescentes en la edad de empezar a tener sueños.