VALÈNCIA. Conviene acercarse a Pierre Loti desde el asombro. Uno que viene fijado por la extrañeza de haber sido un autor líder en ventas en su época y transmutar, con el pesado paso de los años, en un autor apenas conocido pero convertido en leyenda. Existe hoy un motivo para celebrar a este autor: la reedición de su Diario íntimo, Cartas y pensamientos (1878-1881), a cargo de la recién nacida editorial Wunderkammer, una que tiene como evocador lema: 'Libros ocultos, libros de culto'. Esta obra fue publicada póstumamente en el año 1925, apenas dos años después de la muerte de Pierre Loti, el pseudónimo de Julien Viaud, un oficial de la Marina francesa con alma de poeta, de escritor. La editorial barcelonesa Cervantes publicó por primera vez este libro sólo un año después de la edición francesa en 1926. Para ese año Loti ya era una celebridad en su país y comenzaba a serlo en el nuestro. Lo demuestra el hecho de que esta traducción española -obra del telegrafista y escritor Vicente Díez de Tejada- se hiciera a partir de la vigésimoquinta edición francesa solo un año después de la primera.
Quizás sea redundante hablar de 'diario íntimo' pues, ¿no son acaso todos los diarios esencialmente íntimos? ¿No están de algún modo concebidos para volcar en ellos la región más privada y hogareña de la vida? Pierre Loti es una figura ya legendaria, absolutamente exótica y romántica. Entre sus muchas particularidades destaca el hecho de que en sus diarios -que apenas duraron siete años de su vida-, jamás leeremos sus apetencias literarias, pues Loti era un escritor que no quería hacer literatura, que no escribía. Así lo confirma el prólogo de Vicente Clavel, el que fuera editor de Cervantes, que también se ha incluido en esta nueva edición de Wunderkammer:
«No pretendía más que vaciar su pensamiento, apresar sus sentimientos, al azar, en los cuadernillos de notas que llevaba siempre en sus bolsillos. Loti no conocía la literatura ni a los literatos de su tiempo y, por extraña paradoja, llegó a ser uno de los mejores escritores. Su método de trabajo, durante años, fue recoger en sus cuadernillos, con singular precisión, sus impresiones de viaje».
«Hay banquete oficial en casa del gobernador, en el palacio de Mustafá, en honor del Gran Duque Constantino de Rusia. El cielo se deshace en verdaderas cataratas. Llego a tierra con uniforme de gran gala, y tan mojado, que me veo obligado a cambiar de botas en la calle, antes de subir al coche. Dos árabes me sostienen durante esta operación».
Hay aquí un gusto extremo por el detalle, por la afición a mirar allí donde pocos miraban. A pesar de la felicidad que le proporcionaba el mar y el viaje exótico, Loti y su escritura siempre estuvieron tintados de melancolía, soledad y la amenaza de la muerte. Fue precisamente en uno de esos viajes, en 1872 en Tahití, cuando el marinero transmutó a literato y comenzó a escribir sus primeras obras. En ellas Loti volcó una gran virtud: sabía encajar sus experiencias biográficas con la memoria de los paisajes que había visto y un gusto extraordinario por la estética descriptivas de esos mismos paisajes.
Uno de los protagonistas de este libro es H. Plumkette, un oficial de marina al que Loti escribe numerosas misivas. Existe una carta que H. Plumkette le escribe a Loti el 23 de julio de 1878 que es clave para comprender la 'literatura del yo' que Loti ejerció casi sin saberlo.
«(...) al fin llego a entenderlo; créame que le entiendo. Esta literatura que continúa enviándome, aunque soberbia, es vivida y archivivida por usted. Es , realmente su vida, elevada a un diapasón de antigua belleza; es realmente su amor, tal como usted lo siente, el que usted me pinta –amor que recuerda los amores divinos de la fábula griega, cuyas exquisitas imágenes ha transmitido el mármol a nuestros ojos».
También en estos cuadernos y cartas se recoge la concepción que tenía Loti del amor:
«He encontrado a una mujer de nunca vista belleza que se ha entregado a mí, aún amando a otro, porque, según dice, me ama aún más que a ese otro. En cuanto a mí, sé por adelantado que voy a amarla hasta un extremo tal que podré decir que hasta entonces no había conocido el amor».
Su gran amor fue Crucita Gainza, una mujer de origen vasco que sería fundamental en su vida. Loti, siguiendo sus pasos, alquiló en Hendaya una casa que llamó Batxar-Etxea ('La Casa del Solitario'). Allí tuvieron a su hijo Raymond. Tras su estancia vasca escribió otra novela titulada Raymuntcho, ambientada en aquellas tierras. Un tiempo después y quizás ya barruntando una muerte cercana, Loti adquiere una mansión en la que se quedaría durante dos años sin salir a navegar. Sin embargo, le entró el mal de tierra firma y se enroló en una expedición por las costas asiáticas. De allí salieron dos nuevos libros: Los últimos días de Pekín, 1902 y La India [sin los ingleses], 1903. Sería en aquella tierra, Hendaya, en la que tendría fin su existencia.
Esta es la historia de Pierre Loti, el marinero escritor que revolucionó a un país y que después, con el voraz paso del tiempo, desapareció:
«Todo, todo mi pasado ha sido barrido por una inesperada tormenta que avanza sobre mi cabeza, que avanza tan rápida que no tengo tiempo de verla venir, un amor, una ceguera de mis sentidos contra el cual nada puedo. Todo se borra y es absorbido por este sentimiento único, y me dejo resbalar por una pendiente deliciosa y temible que finalizará en alguna negra ciénaga... Y quisiera que esta hora durase toda mi vida...».