Hace más de diez años las protestas de colectivos hindús salvaron del fuego al dios Ganesha. La creación de Escif ha encendido un mismo debate no resuelto: qué papel quieren jugar las Fallas ante la incomodidad de sus mensajes
VALÈNCIA. En 2013 la falla de Ceramista Ros-José María Mortes Lema tenía la voluntad bienintencionada de homenajear a la India. Por eso levantó un monumento bajo el título Vells contes de la India, culminada con la presencia de un elefante representando al dios hindú Ganesha. Aquella falla derivó en conflicto diplomático cuando las asociaciones Templó Hindú Sivananda Mandir y el Centro Cultural de la India pidieron ofendidas que se retirará la divinidad. Entendían que atentaba contra los sentimientos religiosos. ¿La solución? Salvar del fuego la figura de Ganesha. Un consenso al que llegaron ayuntamiento, el templo hindú y la falla.
Una década después, la falla de la Plaza del Ayuntamiento de València parecía recorrer gran parte de los mismos puntos sensibles a partir de la colocación, en lo alto del cercado, de las cuatro figuras representativas de cuatro personas migrantes. En este caso con el añadido de que su creador, Escif, usaba la escena como denuncia de una realidad apenas visibilizada en nuestro entorno próximo.
La protesta del colectivo Resistencia Migrante Disidente se dirigía a partir de lo que entendían que era una “espectacularización del racismo institucional”. Artista y colectivo coincidían en el diagnóstico (la denuncia) pero no en la forma de expresarla (su presencia en una falla). ¿La solución? La conocida: Escif presentó sus disculpas por las molestias causadas y las cuatro figuras se retiraron antes de la cremà. Como si la distancia entre la ‘denuncia de una injusticia’ y la ‘espectacularización de una injusticia’ fuese el fuego.
A partir de ahí, todo lo demás. Los diez años que han transcurrido de un episodio a otro definen bien un contexto donde la autocensura o la cancelación forma parte de nuestro día a día. Las Fallas, que beben de su realidad y son especialmente porosas a los cambios sociales, es lógico que afronten algunos de estos mismos debates.
Sin embargo, más allá de posibles conflictos, aquello que realmente es significativo es la escasez de conflictos editoriales que crean los monumentos. Por eso tal vez tendría más sentido que esta pieza se titulara justo a la inversa: por qué dan tan poco miedo nuestras fallas.
Acierta el creador Diego Mir al advertir -como indicaba en su Instagram- que cuando “un artista debe disculparse por plasmar una realidad que supera de lejos la ficción, algo no está yendo como debería en el mundo de las fallas. Si no somos capaces de aceptar que en el mundo fallero debe haber espacio para la crítica (la de verdad, la que incomoda y agita mentes) y vamos a limitar su estética al universo edulcorado Disney, al menos deberíamos aceptar que vamos definitivamente para atrás”.
Como los artistas de la falla infantil de la Plaza del Ayuntamiento le contestaron a la escritora Puri Mascarell a partir de su cuento cancelado “las fallas son belleza, cosas bonitas, ya sabes…”.
Que el episodio de la valla de Escif sea tomado como un hecho aislado, y por tanto que la forma de encararlo sea a partir del debate sobre las motivaciones de quienes denuncian la ‘espectacularización’ de una injusticia, es quedarse cortos y deformar el riesgo real.
La cuestión troncal, en episodios como el de 2013 o el de 2024, se sitúa en si las Fallas quieren personarse en el gran debate: ¿la creación debe complacer o puede transgredir?, ¿la creación que transgrede debe ser regulada si molesta a personas o colectivos concretos? Que se transgreda, pero no mucho, parecemos estar diciéndonos. La alternativa es continuar haciendo como que todo esto no va con nosotros, como que las Fallas deben criticar pero sin molestar a nadie, que es lo mismo que pedir que arda un monumento pero sin hacer fuego.
Tienen las Fallas una oportunidad inmensa, una gran potencia de tiro, para convertirse en ese eje que nos enfrenta a nuestras propias contradicciones frente a la creación. Aceptar no estar de acuerdo ante expresiones artísticas, asumir que una obra no siempre nos va a dar la razón, encender el debate y la disconformidad sin situar como condición elemental que el objeto que incomoda desaparezca.
Querer que las figuras a partir de las cuales se encienden las polémicas no formen parte de un ritual cuya voluntad última es simbólica, se entiende como cerrar un debate haciendo desaparecer los elementos que lo provocan. ¿Queremos discutir sobre figuras, hechas ninots, o sobre las ideas que hay tras ellos? Es relevante que durante toda la semana la discusión no se haya suscitado a partir de la política migratoria de España, sino sobre cómo representar su denuncia.
Retirar los ninots porque no nos representan es justo el mismo gran debate que implica a toda la creación artística. Las Fallas, sí, deberían personarse. Lo contrario es hacer como que no va con ellas. Solo cosas bonitas.