VALÈNCIA. Hace un par de años, el escritor valenciano Rafael Soler (València, 1947) regresaba a la novela después de un largo periodo alejado, al menos a nivel editorial, de ella. Dicho regreso queda reforzado ahora con la publicación de Necesito una isla grande (Contrabando), obra que concluye un breve ciclo -para Soler, sus ciclos narrativos no han de superar los dos libros- de ficción que surge de lo testimonial. El resultado es una obra concisa, con poesía disfrazada de prosa y verbo ágil, conducida por un maestro del lenguaje que sabe cómo retratar algo tan inasequible como es la vida a través de unos personajes que llevan mucho tiempo ya recorriéndola.
-Los protagonistas de Necesito una isla grande son cinco ancianos que escapan de un asilo. ¿De qué huyen?
-Huyen de la mortadela, de los espárragos finitos, del plátano puesto a la hora de la cena. Y sobre todo se van porque se dan cuenta de que el asilo está lleno de viejos, hay muchos viejos en el asilo y además, los viejos se mueren muchísimo. Así que se van. Se van con una furgoneta robada y quieren comprarse un loft, aunque no saben lo que es un loft. Desde el humor, de la ironía bien llevada, están huyendo de la resignación, del abandono. Son resistentes pacíficos, pero muy determinados, en ese sentido la novela es un canto a la amistad, a la resistencia. Todos necesitamos una isla. El tamaño de la isla depende del grado de desesperación que tengamos, de lo que hayamos vivido.
-¿Qué peso tiene el fracaso en esta novela?
-A mí la vida me ha enseñado que te repones mejor de un fracaso de que de un éxito. El éxito te hace muy tonto y te puede poner donde no deberías estar. Sin embargo el fracaso te hace reflexionar, te pone una medalla sólo porque lo has intentado. Y sacas una enseñanza a no ser que seas un estúpido. Y a partir de ahí, a por el siguiente fracaso. Habrá algunos éxitos. Y de fracaso en fracaso vamos hasta la derrota final. Pues asumamos que finalmente seremos derrotados. Hay un verso definitivo que contiene muy bien la novela, el de Claudio Rodríguez que dice en un poema de Alianza y condena: estamos en derrota, nunca en doma. Me parece un verso maravilloso. Los personajes de esta novela se saben en derrota pero no están derrotados, y tampoco aceptan la doma. Y ahí, en esa confluencia, está la dignidad.
-¿Se puede decir entonces que esta novela reivindica la vejez?
-Esta mañana me preguntaban qué se debería recuperar en esta sociedad actual, en la que lo único que se potencia es a los jóvenes. Y he sido muy sincero: el consejo de ancianos. Es suicida ignorar la sabiduría y el buen hacer de las personas mayores, que por otra parte son las que están sujetando nuestra sociedad. Son la red social que apoya la indigencia de nuestros jóvenes que son trabajadores pobres. Esta novela reivindica de una manera militante el papel de la tercera edad.
-¿Es cierto que en los versos de algunos de tus poemas casi siempre hay el comienzo de una historia para una novela?
-Fíjate la capacidad de sugerencia de estos versos: final feroz del que se marcha mudo; necesito una isla grande; o desprendimiento indoloro de un cercano tóxico, que es el título que escribo a la vuelta de una cena de navidad harto de pequeñas rencillas familiares. Pero vamos a ver, ¿qué hacemos con esta gente? Todos son amarillos, ¡todos los pelmas son amarillos! Identifico inmediatamente a los tóxicos con su bombillita amarilla. Cuando doy el título de ese poema siempre hay alguno que dice: “Mi cuñado”. Pues por ahí van los tiros
-Tanto en tu novela anterior, El último gin-tonic, como en esta, el peso de la narración recae en los diálogos.
-Galdós lo tenía más difícil, tenía que describir mucho porque no había referentes visuales de todo lo que él tenía que contar. Ahora no, ahora el lector es un lector muy avisado, muy vivido y necesita muy poco. Y qué es mejor ¿describir a un personaje, que en el fondo puede ser una falta de respeto o soltarlo y que se manifieste y que le conozcamos por lo que hace y por lo que dice? No creo que sea fácil esto último, pero si lo haces, el lector lo agradece porque lo colocas en el centro de lo que está pasando, es como si estuviese viendo una película. En una novela, si esto se puede conseguir, facilita muchísimo todo.