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Y así, sin más

Razones para ser feliz, me encanta esta parte y el secreto del glamour Hannibalíssimo

18/06/2023 - 

ALICANTE. “Hay mil razones para ser feliz”, dije dándole un último trago a una copa. Tú llegaste tarde y le pediste lo mismo al camarero. “Hace tiempo que quería venir, me han hablado de este garito”, afirmaste levantando la voz. Con tu boca en mi oído. Y empezó una canción. Me encanta esta parte dije yo. El yo vivo cerca de aquí rodó con la conversación, te vienes un ratito, te atreviste a preguntar; y yo busqué a estas y me despedí sin decir adiós.

Luz indirecta entraba en el salón y te dio por compartir lo que quedaba de tu corazón, deshecho, en una bolsita y con vistas a un patio interior. Pusiste otra copita mientras me descalzaba en el sofá. Me tropecé en el escalón y vaya cardenal cuando me quitaste el pantalón y nuestros dedos tocaron años de evolución. “Me encanta esta parte”, dije mientras me besabas el cuello.

Hubo conclusiones al amanecer y todas fueron que aquello no podía ser. Tú buscabas formas en las nubes y yo solo miraba el recuerdo del gotelé recién quitado de la pared. Nos desnudamos otra vez porque sí. Y casi dijiste “te quiero” mientras te tirabas en la cama de nuevo, pero te pedí un ibuprofeno y sonreíste echando el humo de un Chester por la nariz. “Me encanta esta parte”, volviste a decir levantándote de la cama. Y mi mente volvió a pensar. Hay mil razones para ser feliz, se preguntó.

Al salir de allí, me vi reflejado en un escaparate mientras esperaba mi taxi. “Nueva York. Quinta Avenida. Un taxi se detiene frente a la joyería Tiffany’s. La puerta se abre y baja una joven. Comienza a caminar con un balanceo suave, como deslizándose sobre el asfalto. Vestido negro hasta los pies, ajustado a la cintura y con una espalda geométrica que deja al aire parte de los hombros. Algo sutil, sin estridencias. […] Así era Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes. Atrevida, con un lado de ingenuidad, elegante, romántica, femenina y enormemente sofisticada. La tormenta perfecta. Esa escena de apenas dos minutos da sentido y pone luz al secreto del glamour”, afirmaba Hannibal Laguna en la presentación de su exposición por los treinta y cinco años de la firma en el Palacio Provincial de Alicante. Cuatro salas en las que treinta y cinco vestidos conviven entre ellos con tules, terciopelos líquidos, gasas y sedas, metales –homenajeando al gran Paco Rabanne– y pieles sintéticas que hablan de sostenibilidad e historia presente, dialogando sobre la historia de una firma que nació en el edificio de enfrente, gracias al Padre Felicísimo, que animó al modista en la aguja en los momentos de la escuela.


Me quedé sin palabras. Buscando la belleza. Estaba en todas partes. Algo bello da razones para ser feliz. Quizá tenía razón Schopenhauer y su idea de la admiración de la belleza y cómo el dolor se reduce con esta. “Me encanta esta parte”, susurré. Hannibal nos demostraba una personalidad, feliz, un tanto insegura en cada traje y que busca la perfección hasta el final. Eso es lo que nos deja entrever con cada puntada. “La belleza es una carta de admiración que nos gana de antemano los corazones”, decía el filósofo. Y yo solo pude afirmarlo.

Soy inseguro. Creo que todos tenemos inseguridades. Y estas todavía persiguen más al artista. La inseguridad es una cosa que hace que nunca te despiertes solo. Se aprende a convivir con ella, pero no deja estar en paz. La inseguridad hace que por las noches descubras lo largas que pueden ser siete horas sin dormir. Todas con ella. Acompañándote.

La inseguridad se encarga de diezmar la mente, te hace sentir diferente a todos los demás y te mengua la aceptación propia. La confianza en uno mismo se reduce a la ceniza.

La única cosa que nos puede llegar a hacer felices es serlo con lo que somos y no con lo que la gente cree que somos. No hay ser viviente que no sienta miedo cuando se enfrenta al peligro, pero el verdadero valor siempre lo he visto en poder enfrentar el peligro aun cuando uno está asustado, y esa clase de valor quizá está dentro de forma inerte.

Nuestras inseguridades son las maestras de todo. Ya nadie está a cubierto. Nada es seguro. Nadie está a salvo. Nadie ve más allá de sus propias narices. Si nosotros no hacemos por afrontar nuestros miedos, el mañana no es día, sino noche sin fin.

Perdí la paciencia. Nos pusimos las máscaras. Dejamos que tan pocas personas nos lleguen a conocer de verdad que algún día seremos lo que decimos y no quienes somos de verdad. Por inseguridades. Por el miedo. Detrás de mil máscaras soy auténtico. Quizá ese sea el problema. Mi gran problema. El nuestro. La perpetua búsqueda de la seguridad parece solo haber engendrado una inseguridad crónica.

Y así, sin más, encontré más de mil razones para ser feliz. Están en el olor a tierra mojada de después de la tormenta; en el libro que compraste y nunca llegaste a abrir; en el ronroneo del mar en una noche de verano; en llorar cuando se debe y pedir disculpas si son necesarias; en descubrir que la pena de ayer no duele tanto hoy; en un beso inesperado; en una mirada que nos observa, en una sonrisa que nos seduce; en la belleza de treinta y cinco vestidos y en el “me encanta esta parte”, que queda en mi mente, aunque no huela a Chester.

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