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Recetario cultural: las lecturas de cabecera de David Barberá Tomás

5/03/2020 - 

VALÈNCIA. Podría parecer que escasean, pero lo cierto es que mentes brillantes y de amplia cultura hay muchas. Pero cabezas como la de David Barberá Tomás (Valencia, 1973), que además se ríe de sí mismo y de su capital cultural, no hay tantas. Se propone acabar con el aura de gravedad que sobrevuela los foros intelectuales y lo hace con una sólida desfachatez; su rápida ironía funciona como la mira de una escopeta cuando se pone francotirador. Fue editor jefe, con Paco Inclán, de la desenfadada revista cultural Bostezo, que ha salido en papel de forma insobornable durante una década y ha concluido su viaje en 2018 de forma tan ambigua como surgió. “Bostezo no era un proyecto, era un destino”, sentencia lacónicamente cuando se le pregunta por las constantes vitales de estos cuidados volúmenes de pensamiento y creación gráfica. Incluía el suplemento literario Batiscafo y los números se dedicaban a la comunicación, el altruismo, la locura, la economía, la maldad, el fracaso o los genitales. Muchos ya los echan de menos.

Culturplaza acude un sábado de febrero a su guarida habitual, la librería Ramón Llull, en la calle Corona de El Carmen, y lo encuentra relajado y feliz. Parece un niño rico en su juguetería favorita. Almudena Amador, su librera de cabecera, lo surte de títulos, de cigarrillos y le llama crack cuando él le enciende alguno para que salga y respire. El trasiego por el local es incesante y en los altillos hay lleno: el seminario de cine que ha abarcado todo febrero (Cine documental a cargo de Fernando Ros) y el encuentro mensual con Manuel Borrás, editor de Pre Textos, que regala finas nociones de literatura a propósito de títulos clásicos. Como no queda otro espacio para la entrevista, Almudena nos conduce a las dos sillas que ha dispuesto junto al panel de la Editorial Acantilado, cuyos exquisitos títulos flotarán por el rabillo del ojo toda la charla. El  escenario parece un photocall, solo que no hay flashes ni poses ni modelitos que lucir. David sonríe bajo su nueva versión de barba tipo talibán y la manosea cuando su timidez hace aparición y bordea en silencio alguna pregunta personal.

Es ingeniero, profesor de la UPV y ha patentado prótesis quirúrgicas, pero en la arena cultural donde pulula es alguien que comete espectáculos “perfo-poeta-idiotas”. Es mucho más de lo que abarca una definición. En su vida civil es un investigador sesudo y le sigue el rastro a la innovación tanto en el campo de la medicina como en el emprendimiento social. Las interacciones humanas son su foco y se ha dejado la ingeniería por las ciencias sociales. No es una sorpresa en alguien que ya superó la etapa de lector autista y ahora huye de la bata de cuadros. “Cuando era estudiante me pelé muchas clases para leer el canon: Borges, Proust, Juan Benet…Tal vez fui menos de lo que debía. Creía que leer literatura era lo más decente que podía hacer uno. Ahora sé que debería haber estudiado programación informática, ¡me iría mejor en la vida!”. Desmitifica su esfuerzo, pero luego admite que “el lector es un arribista de la cultura, alguien que acumula con más coste el capital cultural que quien va al cine o a conciertos“. La figura del lector solitario empezó “cuando los burgueses se iban a leer libros de cuentas”. La idea de acumulación de capital cultural es de Pierre Bordieu (La distinción, criterio y bases sociales del gusto. Taurus), el sociólogo que ha colonizado su pensamiento últimamente, “del que no puedo dejar de hablar”.

Un clásico que analizarán próximamente en el Club de lectura El porqué de las cosas (Sociales), promovido con la Asociación València Pensa, foro que él coordina en esta librería. Otros autores como Ernesto Laclau (La razón populista, Fondo Cultura Económica), Jonathan Haidt (La mente de los justos, Deusto), Michael Lewin (Deshaciendo errores, Debate) o Mariana Mazzucato (El valor de las cosas, Taurus) han ocupado las últimas veladas, con citas bimensuales, “porque esto es slow, puro entretenimiento, no estamos haciendo carrera”. En ocasiones han invitado a los autores a participar vía skype, como hicieron con Victor Lapuente (Contra los Chamanes   ) o Alfredo González Ruibal (Arqueología de la Guerra Civil), que se integraron en el debate desde la pantalla. Cuando llega el mes de junio, la Asociación también organiza Avivament, festival de Filosofía que aglutina pensadores de dentro y fuera de nuestro mapa debatiendo en su foco de origen: la calle, el ágora, la plaza pública (la edición de este año, 3 al 6 junio, traerá a David Le Breton y a Eduardo Infante).

Está claro, la cultura le atrae como experiencia colectiva porque “la interacción con los demás es lo que más interesa en la vida”. En este punto tiene la viveza de una ardilla. Colabora con el colectivo Hotel Posmoderno en obras grupales y sesiones de letring catch (versión pugilística de escritura en público y planteada como espectáculo). El grupo incluye novelistas y cuentistas como Bárbara Blasco (La memoria de alambre, Contrabando) o Alberto Torres Blandina (Después de nunca, Aristas Martínez). Durante años protagonizó con el poeta Nacho Meseguer (Mal tiempo en primavera, Ed. Baile del sol) shows líricos que él califica de “recitales perfo-poético-gamberros” y que ahora reúne en un libro en solitario. Ediciones Contrabando, en la colección Marte, lo sacará en mayo con el título La importancia estratégica del mundo real.

“Me lo pasaba muy bien, porque los recitales son duros, aburridos, sales más deprimido de lo que has entrado”. Acudió durante años al taller de poesía Polimnia de la UPV a cargo de Elena Escribano, pero le inspiraron perfo-poetas como Hector Arnau (habitual de ambientes anarquistas y de la burla de sí mismo, que actualmente integra la banda contestataria Las víctimas civiles) y Jesús Ge (poeta escénico y maestro de escuela), con los que participó en el festival Intramurs antes de que diera el salto a lo institucional y que “me han activado esta vocación exhibicionisto poética”.

En uno de sus poemas más delirantes, titulado Sentencia definitiva del contencioso valenciano-catalán, fantasea con una expedición al interior del cuerpo a cargo de una espeleóloga que encuentra allí a su ex novio y le observa flirtear con símiles sociopolíticos hasta que “la luz de la cueva se vuelve azul. Cuarenta diputados del Bloc disuelven la fiesta”

La mañana anuncia la inminencia de las fallas, una claridad metálica sacude la penumbra del invierno que todos traemos enroscada en las pupilas. Hay una efervescencia primaveral en la gente que franquea la puerta de la librería y no repara en el hastío de David que se levanta a abrir cada vez.  “Déjala abierta, por favor”, pide con paciencia. Le han ubicado en un lugar de excelencia pero ejerce de portero improvisado en este local que es la prolongación de su casa. ¿Le molestan las interrupciones? La interacción es su lema y sonríe siempre con educación.

"hay que escapar de la lectura solitaria y eso lo he aprendido en Bostezo"

“La cosa poética mía se ha centrado en experiencias perfo-idiotas ─continúa─ porque hay que escapar de la lectura solitaria y eso lo he aprendido en Bostezo. Trabajábamos Paco y Sergi Inclán, Montse Mateu, Hector Arnau y mucha gente de Godella. Hacíamos una revista irreverente, revista de Arte y Pensamiento, ¡dos palabras tan aburridas! Me sirvió para desacralizar. Teníamos que titularla así para que no fuera un rollo patatero. Interesaba hacer el gamba y estar con los demás, escapar de la lectura solitaria”.

Un tertuliano que se cruza con él le saluda efusivo y no repara en la entrevista, le pregunta si se ha hecho talibán por lo tupido de su barba pero él se encoge de hombros, presumido, y admite que está experimentando para su próxima película, como si fuera actor. Contagios de los perfoartistas y las almas multidisciplinares que frecuenta.   

“Tengo una teoría ─vuelve a la carga cuando le dejan solo─ y es que los poetas necesitan reunirse porque el símbolo es muy ambiguo y necesitan entenderlo, desde Whitman ya no hay ni métrica ni rima. Es todo. Y como es todo: es nada. El campo más interesante de la cultura. Adam Smith hablaba de que la competitividad nos hacía tristes. Ponía el ejemplo del matemático y el poeta: un matemático mediocre sabe que es mediocre, un poeta no, porque no tiene claro el standard de calidad; somos más felices pero no sabemos si la poesía progresa, ¡y eso que en el S. XVIII aún no había verso libre!”

Se ríe, sabe que la propuesta es provocativa, ¿quién se traga que la poesía pueda someterse a criterios de progresión? Espera la réplica desde la doméstica ferocidad de un polemista gatuno, ya ha calculado el impacto de sus palabras y lo recibe sin sorpresa. La poesía es expresión de la subjetividad, admite, no se deja encorsetar, “pero en novela histórica hay menos ambigüedad, saben los criterios, piensa en las guerras que se arman entre grupos poéticos: poetas de la Experiencia contra poetas del Silencio; no verás enfrentados así a los novelistas policíacos, por ejemplo”. ¿No será que se reúnen porque se saben perdedores? Lo admite, pero vuelve a la carga: “la poesía desde el punto de vista del capital es una inversión muy arriesgada, vale todo, crea mucha incertidumbre. Y la identidad del fracaso es muy poderosa, de acuerdo. Pero el símbolo es tan ambiguo que se reúnen para reforzar la identidad colectiva. Fíjate la Escuela de Barcelona…”

Ilustra con profusión las anécdotas que Gil de Biedma (Conversaciones poéticas) y Carlos Barral (Evaporación del alcohol) desgranan en sus memorias y poemas, noches de farra en las que perfo-actuaban situaciones líricas subidas de grado alcohólico. “Se reunían cinco veces a la semana y, en el congreso de Formentor, Barral imitó la cópula con una estatua metida en el mar: ¡eso era una experiencia poética nuclear! La esencia de la poesía, para ellos, era la cosa grupal” Conoce al dedillo las batallas de Barral (poesía como comunicación) contra Bousoño (poesía del conocimiento), pero no es capaz de contestar si con esta unión tan potente y peligrosa lograron deshacer la ambigüedad del símbolo poético. Él tampoco aventura una respuesta y, de nuevo, acude al repliegue del humor y de lo banal: “¿Mis perfo-poemas? Los he creado sin ninguna pretensión intelectual, sólo para no aburrirme. Me hablas de Rainald Goetz y su famoso show en el que se cortaba la frente con una Gillette: yo me tiraba agua en la cabeza mientras hablaba de mis lágrimas, así nos reíamos”.

Qué poca gente se toma a broma la cultura o las emociones como hace Barberá. Evita sublimar en todo momento, pero olvida que el humor es el mecanismo sublimatorio que ya usaban los románticos cuando se trataba de gestionar la impotencia o las propias contradicciones. La rabia contra una sociedad que veta o limita o reparte con arbitrariedad se vale de la ironía para abrirse paso de forma sublimada.

En sus inicios, confiesa, fue un niño al que le aburrían los dictados de EGB y que quizá se sintiera muy solo. Mientras los demás aprendían a juntar la eme con la a él ya había leído varias novelas gráficas de autores clásicos y procastinaba imaginando que la profesora le haría preguntas sobre sus nombres. “Twain, Dickens, Verne, Emilio Salgari… yo había inventado un juego en el que levantaría la mano y contestaría bien a todo. Me aburrían los dictados. Intuía que era bueno acumular capital cultural. Luego me lo dejé por el baloncesto, aprendí todos los jugadores de la NBA pero eso no me ayudaba a jugar mejor”

"me enamoro de ideas, más que de historias"

Preguntado por cuándo se embarcará en un proyecto no colectivo medita un instante y niega con la cabeza. “Yo me enamoro de ideas, más que de historias. Y tiendo a flipar mucho: ahora estoy con Randal Collins (Cadenas de rituales de interacción, Ed. Anthropos) y lo hablaré con la gente durante años, ideas que no son mías pero comparto con pasión: este hombre es un interaccionista radical, defiende que no existe el individuo, las interacciones nos dan la energía para seguir viviendo, más allá de que nos necesitemos para comer. Collins es muy determinista, yo no tanto. Pero la idea básica es que el factor de mi persona es la gente con la que me he cruzado. No hay individuo, vamos como una polilla hacia la luz, uno busca a aquellos con los que se siente bien, también con autores que lee (aunque interactúe en una sola dirección)”.

Dejamos las sillas, hechas para que las entrevistas no se eternicen, y cambiamos el bullicio de la librería por el de las calles torcidas del casco antiguo, que reverberan con la intuición de la pólvora. David Barberá se concibe como una encrucijada de voces y almas, nos ha dado una muestra de las más nucleares. Los diez años en Bostezo le han trazado un tejido denso. “La revista me dio la oportunidad de hablar con gente potente, como un predecesor de Bordieu, o los escritores daneses, introducirme en la comunidad latinoamericana de Amsterdam o de California. Viajaba mucho por esa época con la Universidad, hacía estancias. Nos juntábamos por inclinación personal, sin plantilla fija. Mucha gente que ahora está en la escena cultural destacada, como Ernesto Castro (filósofo) o Juan Soto Ibars (periodista), aceptaron encargos. También ilustradoras como Ana Penyas o Paula Bonet.

Caminamos hacia la plaza del Carmen y curioseamos un instante en una performance incipiente a cargo de una concurrida galería de arte: cuelgan ropa en hilos de tender y le dan a la calle Baja una atmósfera siciliana a pie de acera. Barberá no cae en la tentación de hacer un comentario esnob, ya nos ha dejado claro lo que piensa de cualquier propuesta colectiva que emita frescura y honestidad. ¿Valencia ha salido de la sequía cultural de años previos? “Por supuesto, antes iba al Centre del Carmen a leer la prensa y no había ni dios en el patio gótico, ahora todos los fines de semana se montan eventos tremendos. En cuanto a la prensa cultural: antes los autores no venían a presentar aquí porque nadie los entrevistaba. Festivales ahora hay muchos, y fíjate ahora lo bien que funciona la prensa con Lletraferit (que ahora está incluida en Culturplaza) o revistas como Verlanga”. Todo indica que el corazón cultural de la ciudad, auscultado por este experto catador, bombea sin tregua y es para largo. Quizá sea cierto que, como se proponían en Bostezo, los obstáculos se puedan convertir en simples retos.

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